SOCIEDAD Y CULTURA

Revista El Magazín de Merlo, Buenos Aires, Argentina.



martes, 7 de julio de 2020

Semana de la Independencia Argentina: ¡¡VIVA LA PATRIA, VIVA!! Como viajaron y como era la ciudad de Tucumán hace mas 200 años.


En este nuevo capítulo de "Camino a la Independencia", el historiador Claudio Chaves detalla las grandes dificultades que los viajeros de la época debían vencer para llegar a destino.

Dificultades que se multiplican varias veces si pensamos que la distancia que separaba, por ejemplo, Buenos Aires de Tucumán es de 1.400 kilómetros, lo que implicaba, para los congresales de las Provincias Unidas que debían participar del Congreso, viajes de semanas y hasta meses. Siempre que el clima fuese benigno.
A la inversa, la noticia de la Declaración de la Independencia llegó a Buenos Aires en seis días. Claro, no viajó en carreta sino llevada por los que en aquella época eran bautizados como "mata-caballos"….

El historiador tucumano Carlos Páez de la Torre no relata que los congresales empezaron a llegar en los últimos días de diciembre de 1815, “más que fatigados por los infernales caminos. La gran mayoría no había puesto jamás el pie en la ciudad en la que iban a deliberar. No había mucho que ver. El centro de todo era la plaza, nombre pomposo para un espacio abierto donde pastaban los animales”.
De la descripción que hace Páez de la Torre del Tucumán de la época se desprende que la ciudad tenía mucho de aldea todavía: “Al frente se alzaba el Cabildo, de dos plantas y ocho arcos sin torre. Las iglesias eran insignificantes, salvo San Francisco, erigida por la expulsada Compañía de Jesús. La chata edificación aparecía más o menos compacta en las pocas cuadras inmediatas a la plaza. Después se hacía salteada, para prácticamente desaparecer más allá de la ronda. Caballos y carruajes excavaban la superficie de las calles de tierra”.
También señala: “Raramente se veía una vereda de ladrillos ceñidos por tirantes de quebracho. Las diversiones públicas eran escasas. Además de las fiestas religiosas, que terminaban con bailes y juegos, sólo un par de mesas de billar y otras tantas canchas de bochas. La vida de la ciudad duraba lo que la luz del sol. Después, se trancaban las puertas y la familia comía a la luz de velas. Sólo algunos mozalbetes en tren de juerga se atrevían a caminar durante la noche”.

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