De corte carré, pelirroja, con algunas mechas
rosadas, detrás del barbijo con dibujos de enredaderas se adivina una nariz
pequeña; sus ojos son marrones, miel o verdosos, según cómo les llegue la luz.
Habla y trae la energía de un aula, la calidez de un hogar también. “Soy
maestra bibliotecaria”, dice. Primero estudió para ser maestra de Jardín de
infantes, luego de adultos, después bibliotecaria y, por último, de primaria.
“Siempre supe que lo mío eran los libros, un legado de mi papá, que era un gran
narrador, pese a ganarse la vida como contable”, dice. “Y también supe que
quería compartirlos con niños”.
Se formó durante años para que esas
pasiones tramaran su vida. Hoy tiene dos cargos como bibliotecaria en colegios
públicos de la ciudad de Buenos Aires y trabaja en proyectos con todos los
grados para articular la lectura según las distintas edades.
Cuando a los doce años supo que le
gustaban las chicas, su mamá –además de enojarse mucho- lo primero que le dijo
fue que no iba a poder ser madre. “Tanto que te gustan los niños…”, le lanzó.
Pero para Cande no existía esa traba. “¿Por qué no voy a poder ser madre? Yo
sigo siendo mujer”, le respondió entonces. Después de eso ya no se preocupó por
el tema, para la maternidad faltaba.
Ella estaba en otra, recién descubría a Sandra
Mihanovich y Celeste Carballo, de quienes sería fan. “Ahí empezó el destape”,
dice, y se ríe. Se adivina una sonrisa grande, el barbijo se estira, se sube un
poco. “Me acuerdo cómo se enojó mi mamá cuando mi papá me regaló el primer
casete de Sandra y Celeste”.
Un poco después Candela perdió a su mejor amiga.
“Cuando le conté que me gustaban las chicas ella le preguntó a su mamá y andá a
saber lo que le dijo, pero ella me terminó diciendo: ‘No puedo hablar más con
vos porque seguimos caminos distintos’. Era una amiga, amiga”, dice. Repite lo
que eran y pareciera que algo de aquello no se va a borrar nunca.
Otra de las amigas esenciales en su vida
es Vanina –ese en realidad es su segundo nombre, y prefiere que su apellido no
se publique. Se conocieron en un foro de citas hace unos doce o trece años,
cuando aún no llegaban a los 30. Empezaron a salir, estuvieron de novias un par
de años, pero una vez que se separaron como pareja siguieron siendo amigas.
Cuando a los 36 años Cande decidió empezar el
tratamiento de fertilización asistida, Vanina estuvo desde el comienzo. Por
cuestiones de la vida, cuando ella quedó embarazada su amiga no pudo seguir
pagando el alquiler y ella le ofreció mudarse a su casa familiar. Hacía poco
más de un año que había muerto su mamá –el papá de Cande había fallecido cuando
ella era adolescente- y había lugar para las dos y, también, para recibir a
Joaquín. “Le dije: ´Venite que nos acomodamos y después vemos´. Resulta que sigue
en casa todavía”, dice, se ríe como si contara una travesura. Cuando nació
Joaquín le ofreció ser la madrina. “Era la mejor persona para eso”, dice Cande.
Esa es hoy la familia de ambas.
Vanina la acompañó en el proceso de fertilización,
que no fue simple: trámites, estudios, demoras, pinchazos, más pinchazos.
Cuando decidió ser madre, primero fue a su ginecóloga, que no le supo informar
cómo era el tratamiento. Entonces se acercó a la Obra Social de la Ciudad de
Buenos Aires (Osba), donde le anticiparon que por lo general se presenta un
recurso de amparo. “Era todo complicado”, dice Cande, desacostumbrada a tratar
con abogados.
Como no sabía cómo seguir se acercó a la
Defensoría del Pueblo LGTB, donde Flavia Massenzio y su equipo la asesoraron.
“Ahí empecé presionando y llamando permanentemente a la obra social hasta que
se destrabó el trámite. Luego vino lo del centro de fertilidad, una instancia
en la que también se enfrentó con trabas y le costó que le autorizaran un
turno. “Siempre te hacen sentir que si sos una mujer sola mejor no sigas
adelante. Un poco por eso y otro porque la obra social prefiere impedirlo,
claramente, no hacerse cargo”, dice.
Cuenta que se hizo una serie de estudios, que se
vencieron por la tardanza de los papeles que habilitaban el proceso. “Fue una
batalla de esperar y luchar, hasta que finalmente me pude hacer de vuelta los
estudios, presentarlos y ahí empezó realmente todo lo que vino”. Cuando
dice todo, habla de un tratamiento de alta complejidad: fecundación in vitro
(FIV). Consiste en la unión del óvulo y el espermatozoide en un laboratorio; es
decir, la fecundación se hace fuera del cuerpo de la mujer y luego se
introduce.
Vanina está frente a la computadora.
Desde allí trabaja como diseñadora gráfica y también es un espacio de juego con
Joaquín. “Somos compinches. A veces, Cande nos dice que es como si tuviera dos
hijos”, se ríe, al otro lado del teléfono. Ella describe las bondades del Minecraft, un juego de bloques con el que se
entretienen ambos y que, según Vanina, es positivo en el desarrollo de Joaco.
“Lo veo jugar con los bloques de verdad: antes era una cosa, desde que juega
con Minecraft es otra, siento que impacta muy bien en
su desarrollo”. Fan de la tecnología, no es de las que piensa que todo en la
época pasada fue mejor.
Es la persona por la que haría cualquier cosa. Es
raro porque hace cinco años no existía”, dice y se ríe, parece feliz de ese
vínculo de madrina, tía, amiga que tiene con Joaquín. “Es el amor más puro, el
que no se va a acabar nunca. No sé cómo es ser madre, descarté la idea. Ser
madrina es otra cosa, con una responsabilidad distinta”, dice.
Con entusiasmo y algo de sorpresa
agrega: “Ya se le pegaron varias cosas mías con esta corta edad. Sin duda, hago
parte de la crianza, está mucho conmigo y le interesa lo que yo digo”. Aunque
aclara: “A la última palabra siempre la da la madre”. Con Cande y Joaquín
siente que encontró su rol en esta familia elegida.
Marcelo Bruno es el compadre de Vanina.
Como padrino de Joaco también está atento en la crianza. Si bien no está
presente en lo cotidiano, como llevarlo y traerlo de la escuela o al médico,
por su ocupación full time –dirige las escuelas primarias del gobierno de la
Ciudad- sí es una persona de consulta permanente para Candela.
Es mediados de abril y Cande cumple años. Lo
celebra con un sorteo de libros en Instagram y con una visita a un pelotero
donde ella, su hijo y la madrina juegan como en la infancia.
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