La violencia no se
evita con separaciones, exclusión, candados, puertas, alarmas o armas, sino
cuando se fortalece el uso colectivo de los espacios públicos y privados. Se
controla cuando se establecen límites iguales para todos, y se previene cuando
aprendemos a relacionarnos con los otros de una manera diferente, a partir de
la igualdad, afirma la academia de la Escuela Nacional de Trabajo Social.
La coordinadora del Seminario Universitario Interdisciplinario sobre
Violencia Escolar y ex directora de la entidad académica, refiere que se debe
entender que “somos iguales, pero diferentes, y tal diversidad es
complementaria: no podemos ser humanos sin los otros, nos necesitamos
mutuamente, y en esa complementariedad debemos hablar de un nosotros que
construye una sociedad no violenta, en un modo de convivencia solidaria que se
genera desde la aceptación”.
Con motivo del Día
Internacional de la No Violencia, que se conmemora el 2 de octubre -aniversario
del nacimiento de Mahatma Gandhi, en homenaje al líder del movimiento de la
independencia de la India-, la universitaria agrega que la violencia es un
problema que nos afecta a todos, y debe reconocerse también en lo que parece
intrascendente.
Ante esa situación,
se deben encontrar formas de convivencia que den una posibilidad de
acercamiento, aceptación y reconocimiento del otro, y la búsqueda de la paz que
evita la destrucción, añade la experta universitaria.
El principio de la no
violencia, establece la ONU, “tiene relevancia universal y busca conseguir una
cultura de paz, tolerancia y comprensión. Como dijo Ghandi: la no violencia es
la mayor fuerza a disposición de la humanidad. Es más poderosa que el arma de
destrucción más poderosa concebida por el ingenio del hombre”.
Exponencial
La violencia, explica
Tello Peón, es un término que se utiliza para diversas circunstancias,
aparentemente ajenas entre sí: lo mismo sirve para hablar de campos de
exterminio, guerra, asesinatos, golpes o nalgadas. “También existe una
tendencia a hablar de ella desde una perspectiva fraccionada: física,
emocional, económica, de género, etcétera”.
En sus diferentes expresiones, como dice Juliana González, filósofa de la
UNAM, siempre se trata de una fuerza que destruye, indómita, que arrasa, que
domina, y la última posibilidad de expresión de un ser humano; “es ante la
impotencia que uno actúa con violencia”, apunta la académica de la ENTS.
Pasa de una forma
extrema visible, a ser a veces cultural, sutil, aceptada por todos, cuando
somos capaces de verla, pero estamos acostumbrados a ella; se trata de una
violencia interiorizada, detalla la especialista.
No es un acto banal
que sucede de repente, sino que se acumula, se guarda y llega un momento en que
explota; es una fuerza que lleva a la impotencia y a la invisibilidad del otro.
Es una relación de dominio y sumisión, donde el que la realiza no se siente
reconocido y al ejercerla tiene la certeza de que existe, manifiesta.
Además, es
exponencial, pasa de lo micro a lo macro y viceversa, y tiene diferentes
expresiones: estructural o estatal, familiar, de género, intergeneracional,
etcétera. Tal fragmentación permite que “nos agobie menos”. Además, la que le
pasa a los otros, sostiene Tello Peón, nos es ajena.
Durante años,
rememora, era una cualidad que las mujeres fueran sumisas, cuando es, en
realidad, una demostración de doblegación ante alguien que las dominaba. “La
violencia se acaba traduciendo en la cotidianidad como actos necesarios; en un
principio es la obediencia no razonada, un acto de imposición que violenta”.
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