Pasó a la historia como el mejor bailarín de tango. Pisó los
principales escenarios del país y actuó en París y Nueva York. Fue amigo de
Gardel. La muerte lo sorprendió en Mar del Plata, mientras actuaba en un
restaurante. Fue el 7 de febrero de 1942, fecha instituida como el "Día
Nacional del Bailarín de Tango".
“El Cachafaz” pudo haber muerto mucho
antes, en cualquier sitio de aquel universo tanguero donde relumbraban dagas y
balazos, pero el destino quiso que fuera en Mar del Plata a
las 23.15 del sábado 7 de febrero de 1942 en el patio de un establecimiento de
La Perla que ya no existe, que nadie recuerda y que en nada se parecía a los
escenarios que conoció en la calle Corrientes, en París o en Nueva York.
Ovidio José Bianquet -así se
llamaba- pudo haber muerto, por ejemplo, una noche de 1915 en Balvanera, cuando
se batió con un cochero moreno de Barracas apodado “El Rengo Cotongo” en un
reducto donde el violinista Francisco Canaro y dos más -bandoneón y piano-
tocaban por cuatro pesos.
No hubo en aquel duelo puñales ni bufosos, al menos
al principio. “El Cachafaz” y “El Rengo” -quien, según Canaro, encubría al
milonguear la cojera de su diestra- se midieron en la pista, pero el triunfo de
Bianquet caldeó la atmósfera y los amigos de uno y otro arrancaron a los tiros.
“Las balas -contó Canaro en sus memorias- pegaban
en las chapas de hierro que cubrían la baranda del palco y nos tuvimos que
echar cuerpo a tierra hasta que amainó el escándalo con la presencia de la
policía que arreó con todos a la comisaría”.
Bianquet, vale aclararlo, no usaba revólver. “De un
cachetazo los dejaba dormidos. No era buen mozo, era feo como noche oscura… y
esa cara picada de viruela… Pero su forma de ser era suave y simpática. Todas
se enamoraban de él. Ahora, cuando se enojaba, temblaban todos”. Así lo
recordaba Carmencita Calderón, la bailarina que lo acompañó desde 1932 hasta el
último tango en Mar del Plata.
El señor Benito
Bianquet nació el 14 de febrero de 1885 en un
conventillo que su difusa biografía ubica en Boedo. Allí ganó, siendo niño, el
alias de “Cachafaz” – en jerga lunfa, descarado- y un falso nombre, Benito,
sobre cuyo origen solo existen versiones indocumentadas.
Con música de organito, “los chicos bailábamos
entre nosotros en las veredas de ladrillos. A los 11 años ya era un fenómeno
para el tango con corte y barquinazo y los mayores hacían rueda para verme”,
contó Bianquet en una entrevista, tres años antes de morir.
“El Cachafaz” ya era renombrado en el circuito
milonguero porteño cuando en 1911 venció en un concurso a los mejores
bailarines de su época. Desde entonces, brilló en los escenarios de la calle
Corrientes, tuvo academias, conoció París y Nueva York, recorrió el país,
participó en giras internacionales, apareció en escenas de películas y acuñó la
marca que lo perpetúa como el mejor bailarín de todos los tiempos.
Artífice de la estilización del tango, “El Cacha”
descubrió un filón cuando se hizo profesor de la aristocracia porteña que
deseaba darse dique en París, donde el dos por cuatro hacía furor.
“Les enseñó a los Anchorena y los Roca” -dice
Francisco García Jiménez en sus “Estampas tangueras”- y lo “hacía con singular
mesura” en aquellos palacetes donde “nadie le decía Cachafaz, sino señor
Benito”.
Sus finanzas, sin embargo, flaqueaban al ritmo de
una vida dispendiosa y eso explica que figure como coautor del tango “Tras
Cartón”. Según el periodista José María Otero, los verdaderos creadores de esa
pieza lo sumaron para que se ganara unos mangos y, con idéntico propósito,
otros dos amigos de Bianquet lo grabaron en 1929: Francisco Canaro y Carlos
Gardel.
El escenario final
“El Cachafaz” murió después de bailar el tango “Don
Juan” en “El Rancho Grande”, un restaurante “con anexo hotel familiar frente al
mar” que estaba en Salta 281-89, entre French y Beruti, 50 metros al norte de
la actual planta de Havanna y 150 al sur del Unzué.
Tal dirección fue borrada del plano marplatense por
el ensanche de la avenida costera y hoy miles de autos pasan sobre el sitio
donde estuvo, rodeado de baldíos, “El Rancho Grande” con su techo de paja.
Eso sí: el establecimiento tenía teléfono y soporte
publicitario en diarios y guías turísticas veraniegas. Su dueño, Juan Cuniberti, contrataba también
orquestas típicas para promover reuniones danzantes que se alargaban hasta la
madrugada. Gracias a los avisos comerciales, sabemos que el lugar estaba
abierto “toda la noche” y ofrecía “gran parrillada” y “platos típicamente
criollos” en un “ambiente familiar”.
Bianquet bailó su último tango al compás de una
orquesta marplatense, cuyo pianista tenía 18 años y sería un símbolo de la
ciudad: Armando Blumetti. Aquel pibe no conocía a “El Cachafaz” y el
bandoneonista tuvo que aleccionarlo de apuro. Quizás sea comprensible: reinaba
ya la nueva guardia y, con ella, el tango entraba en su década de oro.
El aviso publicitario que anunció la última
presentación de Bianquet parece querer rescatarlo de los tiempos que se iban:
“El alma del tango de antaño en las piernas brujas del más fiel intérprete de
la guardia vieja: el famoso bailarín El Cachafaz actúa nuevamente en el más
típico y agradable lugar de esparcimiento. El Rancho Grande”.
Ni un tuteo
“Esa mañana lo vi preocupado. Le pregunté si tenía
algún problema y me respondió que no”, diría tiempo después Carmencita Calderón, quien bailó
diez años con “El Cachafaz” sin que mediara un tuteo.
Bianquet había tenido como parejas a Emma Boveda, Elsa O’Connor, quien después echó
buenas en el cine, e Isabel San
Miguel.
Carmencita Calderón -en realidad, Carmen Micaela
Risso de Cancelieri, una maestra de 27 años que había aprendido a bailar el
tango con su hermano y solo lo hacía en reuniones familiares- conoció a
Bianquet en 1932 en el club “Sin Rumbo” de Villa Urquiza. Inmediatamente, pasó
a trabajar en su academia de Lavalle entre Callao y Rodriguez Peña y una semana
más tarde debutaron profesionalmente en el teatro San Fernando con la orquesta
de Pedro Maffia, convirtiéndose en la pareja más taquillera de su época.
“Muchos creían que andábamos juntos, pero no era
así. Don Benito tenía esposa, que era francesa. Siempre fue muy respetuoso y
nunca nos tuteamos. Fue el mejor bailarín de tango y, además, un caballero. Con
él gané mucho dinero porque ‘El Cacha’ se desvivía por cumplir con sus
obligaciones”, sostuvo Carmencita hasta el fin de su vida centenaria.