Un estudio reciente ha podido reconstruir la última comida
del Hombre de Tollund con un grado de detalle tan alto como para reproducir la
receta, lo que abre nuevos caminos para conocer el origen de este tipo de momificacion
natural.
n 1950, Amil y Viggoo, dos hermanos
daneses, hallaron una de las llamadas “momias de pantanos”, tan inciertas como
comunes en el norte de Europa. Los pequeños se encontraban junto a su
familia buscando turba por una zona pantanosa de la pequeña localidad de
Silkeborg, en la península de Jutlandia, cuando excavando llegaron a algo duro
y avisaron a sus padres. Concretamente fue su madre quien desenterró la cabeza
de lo que rápidamente entendieron como un cuerpo humano.
Por aquellos años había desaparecido un joven al
que la familia de campesinos creyó que podría pertenecer el cadáver. Avisaron a
la policía, y en el proceso del estudio forense acabó en las manos del
arqueólogo y director eneral de museos y antigüedades y del Museo Nacional de
Copenhague, Peter Vilheim Glob, quien examinó la momia y descubrió que aquella
no era en absoluto reciente. En realidad, lo que
aquella familia natural del pueblo de Tollund había encontrado era una gran
oportunidad para el estudio de la Edad de Hierro.
Se trata de cuerpos embalsamados de forma natural
que constituyen una de las pocas fuentes para descifrar los usos, costumbres y
creencias de la antigua Europa septentrional. Desde entonces, el ya denominado
‘Hombre de Tollund’ en honor a los niños que dieron con él ofrece datos
constantemente sobre los antepasados humanos que habitaron las tierras que en
la actualidad conforman Alemania, Irlanda, Reino Unido, Países Bajos y, sobre
todo, Dinamarca. En los últimos siglos, cientos de
momias de este tipo han salido a la luz de los fondos de multitud de lagos, perfectamente
conservados gracias a la acidez de las aguas pantanosas en que han reposado durante milenios y a los
componentes antimicrobianos del musgo que las cubría. Y aunque no se conoce a
ciencia cierta por qué acabaron sumergidos, desde luego no parece que fuera por
casualidad.
Aunque estos cadáveres
milenarios han ido apareciendo desde hace siglos, no fue hasta finales del
siglo XIX cuando empezó a sospecharse de que tal vez se remontaban a la
prehistoria: el Hombre de Tollund habría sido así enterrado
a finales del siglo IV a. C. Según los estudios que se le han realizado
desde los años cincuenta, este hombre fue asesinado y sumergido en aguas
pantanosas hace más de 2.400 años, cuando tenía entre 30 y
40 años. Pero no en aguas pantanosas cualquieras: la
turba ácida que conforma el suelo del lugar donde fue encontrado realizó un
trabajo de momificación tran preciso que el cuerpo preserva cabello, cerebro, piel, uñas e
intestinos, incluso un lazo de cuero alrededor del cuello
del hombre, lo que evidenciaría una muerte previa por asfixia.
Una digestión milenaria
En concreto, los investigadores consideran que murió ahorcado víctima de un sacrificio ritual. Y aunque sobre esto aún no se ha podido llegar a una conclusión clara, el asombroso estado en que quedó conservado el cuerpo de la que se ha convertido en una de las más célebres momias de pantano van acercándose a lo que sucedió. Todo es importante, pero los intestinos resultan en la actualidad una pieza clave. A través de ellos se ha llegado a conocer lo que comieron justo antes de morir, datos que se cruzan para llegar a nuevas certezas. Esto es lo que ha descubierto una nueva investigación liderada por especialistas del Museo de Silkeborg (Dinamarca), publicado en la revista 'Antiquity'.
Gracias a un análisis anterior ya se conocía que entre
12 y 24 horas antes de que este fuera colgado y enterrado en aquel pantano,
comió papilla hecha con cebada, lino y semillas de plantas
y malezas, pero en la actualización reciente del estudio se han encontrado
algunos ingredientes
nuevos como proteínas grasas procedentes de pescado, así como restos de
desechos de la trilla, que provienen de la separación del grano.
“Hemos podido reconstruir la última comida del Hombre de Tollund con un
grado de detalle tan alto que casi podemos reproducir la receta”, ha afirmado la directora de la investigación, Nina H.
Nielsen.
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