SOCIEDAD Y CULTURA

Revista El Magazín de Merlo, Buenos Aires, Argentina.



lunes, 14 de noviembre de 2022

12 de noviembre de 1863, fusilaban al CHACHO PEÑALOZA, su cabeza cortada y exhibida en un poste en la plaza.

 

"El Chacho", lugarteniente de Facundo Quiroga y compadre de Felipe Varela, había nacido en Malanzán, un pueblo de la Costa Alta de la Sierra de los Llanos, en el sur de la actual provincia de La Rioja.

 

"Naides; más que naides, y menos que naides"




El Chacho no quedó conforme con el acuerdo de Urquiza con Mitre. "Nos ha traicionado, éste sotreta"; regañaba contra el entrerriano. Se mordía de bronca. Se sentía traicionado por Urquiza por quien se había jugado "el pellejo", una y mil veces. Y muy propio de su conducta, decidió resistir el acuerdo, a la par que organizó una rebelión popular desde La Rioja. "El Chacho", lugarteniente de Facundo Quiroga y compadre de Felipe Varela, había nacido en Malanzán, un pueblo de la Costa Alta de la Sierra de los Llanos, en el sur de la actual provincia de La Rioja.





Pero volviendo al enojo contra Urquiza; motivos para desconfiar le sobraban. Cuando las aguas comenzaban a tranquilizarse, y en el medio de la pujas que llevarían a Mitre a la presidencia, firmó una "tregua" tras sitiar la ciudad de San Luis con el fin de acercar posiciones. El tratado de paz que comprendía el perdón y la amnistía a los derrotados y el reconocimiento a las autoridades nacionales, llamado "Tratado de La Banderita", se suscribió a principios de 1862. Tratado raro en la historia nacional, ya que fue rubricado por el propio Peñaloza y un rector universitario (el rector de la Universidad Nacional de Córdoba) en representación de Wenceslao Paunero, aquel militar unitario, referente indiscutido cuando de combatir montoneras federales se trataba.



Lo cierto es que la cosa venía turbia. Así fue que cuando llegó la hora de cambiar prisioneros, se dice que Peñaloza entregó los suyos, pero no recibió ni uno: todos sus hombres habían sido degollados. Esto llenó de indignación a Peñaloza, ya que los hombres que lo acusaban de asesino y ladrón, habían violado todos los códigos militares, asesinando a prisioneros rendidos.

Todo esto se sumaba al reinante encono y rebelde oposición ante la actitud servil de Urquiza tras aquella Batalla de Pavón en setiembre de 1861. De ahí pues su llamado a la resistencia.



Escribe Eduardo Gutiérrez: "(...) A su llamado rebelde, las provincias del interior se ponían de pie como un sólo hombre, y sin moverse de su puesto, tenía a los seis u ocho días 6 mil hombres de pelea, dispuestos a obedecer su voluntad, fuera cual fuese.....
Los paisanos de La Rioja, de Catamarca, de Santiago y de Mendoza mismo lo rodeaban con verdadera adoración, y los mismos hombres de cierta importancia e inteligencia lo acompañaban ayudándolo en todas sus empresas difíciles y escabrosas.

El Chacho no tenía elementos, ni dinero para mantener en pie de guerra una compañía. Y sin embargo él levantaba ejércitos poderosos, mal armados y peor comidos, que sólo se preocupaban de contentar a aquel hombre extraordinario. El Chacho no tenía artillería, pero sus soldados la fabricaban con cañones de cuero y madera, que se servían con piedra en vez de metralla, pero piedra que hacía estragos bárbaros entre las tropas que lo perseguían.

No tenía lanzas, pero aunque fuera con clavos atados en el extremo de un palo, sus soldados las improvisaban y se creían invencibles. El que no tenía sable lo suplía con un tronco de algarrobo convertido en sus manos en terrible mazo de armas, y si faltaba el alimento comían algarrobo y era lo mismo. De esta manera el Chacho tenía en pie un ejército con el que hacía la guerra al Gobierno Nacional, sin que hubiera ejemplo de que se le desertase un sólo soldado, porque todos sus soldados eran voluntarios y partidarios de Peñaloza hasta el fanatismo.

El Chacho era valiente sobre toda exageración. Era un Juan Moreira, en otro campo de acción, con otros medios y otras inclinaciones. Generoso y bueno, no quería nada para sí: todo era para su tropa y para los amigos que lo acompañaban". ("El Chacho" de E. Gutiérrez).

La suerte esquiva

Lamentablemente la suerte le fue esquiva. Después de años de resistencia y rebeliones, en noviembre de 1863 es derrotado en la Batalla de Los Gigantes por Irarrázabal.

El vencedor lo persiguió hasta Los Llanos (La Rioja), y Peñaloza se rindió al comandante Ricardo Vera en Loma Blanca, paraje aledaño al pueblo de Olta. Le entregó a Vera su puñal, la última arma que le quedaba. Una hora más tarde llegó Irrazábal y lo asesinó sin ningún tipo de piedad con su lanza, atravesándole el estómago. A continuación hizo que sus soldados lo acribillaran a balazos. Era el 12 de noviembre de 1863.

Su cabeza fue cortada y clavada en la punta de un poste en la plaza de Olta. Una de sus orejas presidió por mucho tiempo las reuniones de la clase "civilizada" de San Juan. Su esposa, Victoria Romero, fue obligada a barrer la plaza mayor de la ciudad San Juan, atada con cadenas.

Al conocer la noticia, Sarmiento escribió al presidente Mitre:

"No se que pensaran de la ejecución del Chacho. Yo inspirado en los hombres pacíficos y honrados he aplaudido la medida precisamente por su forma. Sin cortarle la cabeza al inveterado pícaro, las chusmas no se habrían aquietado en seis meses".

Pocas semanas más tarde, el poeta José Hernández publicó en un periódico entrerriano: "Vida del Chacho". Folleto en defensa del caudillo riojano, en que advertía, premonitoriamente, a Urquiza que los mismos que habían asesinado a Peñaloza, buscaban la oportunidad para asesinar al él.

 

 

 

 

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