Hay animales que viven
mucho tiempo, como las tortugas o las ballenas boreales. Otros parecen inmunes
al cáncer, como los elefantes o el ratopín rasurado. Los hay que ni cortándoles
la cabeza dejan de regenerarse, como las planarias. Hay incluso unos bichitos
microscópicos, los tardígrados, que sobrevivirían a casi todos los cataclismos
imaginables. Pero no hay otro animal que sea capaz de hacer lo que hacen algunas
especies de medusas: una vez que llegan a la edad adulta pueden deshacer el
camino, volviendo a ser jóvenes.
Ahora,
investigadores de la Universidad de Oviedo han secuenciado su genoma,
desvelando las claves para que sea
biológicamente inmortal. Esto podría dar pistas para el
envejecimiento y el deterioro celular en otras especies, como la humana.
La Turritopsis
dohrnii es una pequeña medusa que se puede
encontrar desde el Pacífico hasta el Caribe, pasando por el Mediterráneo. Pertenece a la familia ampliada de las anémonas y los
corales. Muchas de las especies de este grupo tienen capacidades de regeneración
celular que ya las quisieran los humanos. Pero la T. dohrnii va más allá. En condiciones normales, su ciclo vital se
divide en cuatro partes: tras la unión de los gametos masculino y femenino
aparece una larva o plánula.
Después se
fija en el lecho marino como pólipo, igual que las anémonas. Pero mientras
estas viven y mueren pegadas a la roca, los pólipos de la protomedusa se
liberan como éfiras, la fase previa a la madurez sexual, que alcanzan ya como
medusas. Estas se reproducen de forma sexual y vuelta a empezar. Pero si las
condiciones no son normales, si se estresan por alguna amenaza ambiental, se
dan la vuelta: tras reproducirse pueden regresar a las fases
anteriores, volviendo a ser pólipos.
Además, por
lo que sabe la ciencia, pueden repetir el proceso de forma indefinida, algo que
no pueden otras medusas. Por eso se dice que son biológicamente
inmortales. Obviamente, se las puede comer un depredador o
caer en manos de un bañista, pero no mueren de viejas.
La capacidad
de la T. dohrnii para rejuvenecer fue lo que llevó al equipo que dirige el
científico Carlos López Otín en el Instituto Universitario de
Oncología de la Universidad de Oviedo a estudiarla. No es la primera vez que su
laboratorio escudriña en los genes de algún animal. En 2018 secuenciaron el
genoma de George, último representante de las tortugas gigantes de
las Galápagos, que murió hace una década tras vivir unos 100 años. También
participaron en descifrar el código genético de la ballena boreal o el de otro
ser también apodado inmortal, los tardígrados. Ahora, y en un trabajo solo de
investigadores de distintos departamentos de la universidad ovetense, han
secuenciado por primera vez el genoma de esta medusa y lo compararon el de una
pariente cercana, la T. rubra, que sí es mortal. Sus resultados, publicados en
la revista científica PNAS, muestran por qué se ha ganado el título de
medusa inmortal.
El autor
sénior de la investigación es López Otín que, como él dice, lleva 35 años
investigando los mecanismos celulares del cáncer. “Lo que he aprendido en este
tiempo es que las células pueden volverse egoístas, viajeras e inmortales.
Entender el cáncer exige estudiar otros mecanismos y procesos de inmortalidad.
De ahí nuestro interés en esta medusa”, apunta. Otra cosa que ha aprendido el
catedrático es que “la inmortalidad es indeseable, el envejecimiento es
inexorable, pero que la longevidad es extraordinariamente plástica y la T. dohrnii lleva esta plasticidad al límite”.
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