El
miércoles 4 de agosto de 1897, un joven de 18 años, Manuel Campello, que se encontraba realizando
trabajos agrícolas en la Alcudia,
se encontró una piedra. Al sacarla, apareció el rostro del busto.
La escultura se encontraba un poco inclinada a su derecha, mirando al sureste, sobre dos losas de piedra de cantería.
Su localización y su situación desvelan
que se trató de una ocultación intencionada, puesto que para su seguridad se
construyó un semicírculo de losas protectoras que delimitaban el espacio
suficiente para albergar la escultura.
Una vez depositada la pieza se rellenó con arena
procedente de la playa ilicitana de La Marina, permitiendo que la Dama llegase
al momento de su descubrimiento conservando buena parte de su policromía.
La venta
El 11 de agosto llegó a la ciudad el arqueólogo francés Pierre Paris para asistir a
las representaciones del Misteri,
invitado por el cronista y archivero municipal Pedro Ibarra. Entusiasmado planteó aquel mismo
día y los sucesivos la posibilidad de comprar la obra para Francia y por
diversas circunstancias, acordaron la venta en 4.000 francos (5.200 pesetas de
la época). La escultura estuvo expuesta en el Louvre en París más
de cuatro décadas, y fue allí precisamente dónde se le bautizó con el nombre de Dama de Elche.
Regreso a España
El 8 de febrero de 1941 la
Dama cruzaba la frontera por Portbou en tren camino de Madrid junto con otras
obras artísticas y arqueológicas españolas.
Tras su fugaz paso por Elche en 1965, durante 14 días con motivo de una
exposición de cultura ibérica, la Dama se trasladó del Prado al Museo
Arqueológico Nacional en Madrid.
En 2006, con motivo de la inauguración del MAHE, estuvo casi seis meses de nuevo
en su ciudad de origen, dónde fue
valorada en 15 millones de euros, para el seguro.
El busto femenino que presenta una dama de rostro con facciones muy perfectas y que conserva restos de policromía en los labios y zonas puntuales de rostro y vestimenta. La dama va ricamente ataviada: en la cabeza lleva un tocado formado por una tiara puntiaguda cubierta por un velo y encima un tirante que une los dos rodetes laterales o «estuches» que enmarcan el rostro, donde iría recogido el peinado y una diadema sobre la frente;
la espalda y los hombros se cubren
con un manto que forma pliegues en la parte de delante y deja al descubierto
tres collares con anforillas y porta-amuletos; los pendientes de placas e
ínfulas que cuelgan a los lados del rostro, y una pequeña fíbula que cierra la
túnica en el escote. En la parte posterior, tiene un orificio cuya función ha
dado lugar a numerosas interpretaciones. Estuvo ricamente policromada con tonos
rojos, azules y amarillos y aplicación de láminas de oro, de los que apenas
quedan restos.
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