En la época virreinal y hasta entrado el siglo XX, la
Navidad era la fiesta más importante del calendario porteño. El irlándés que
trajo el arbolito, el “Manuelito” de Mamá Antula, las naciones africanas que
pasaban la Nochebuena con Rosas y la introducción del pesebre por los
inmigrantes.
“Esta noche es Nochebuena y mañana Navidad”. Este es un cántico que de niños
escuchábamos por doquier. Hoy la Navidad ha sido vaciada de su sentido
religioso: no es “políticamente
correcto” decir “Feliz Navidad” porque alguien que no profesa la fe
cristiana se puede “ofender” por mencionar esta festividad religiosa. Se debe
imponer el laicismo por sobre toda la sociedad y relegar
la fe al ámbito privado.
Los políticos
son los primeros en plegarse en vaciar
de sentido a esta celebración y vaya paradoja: son los primeros en
buscar los votos católicos o evangélicos. Son los que emiten saludos para estas
festividades sin mencionarlas, y a
muchos les nota la vergüenza de profesarse cristianos delante de otros. Otra
paradoja: muchos se avergüenzan de su fe, y la ocultan para “no ofender a los
que no la practican”, pero si proclaman a los cuatro vientos la pertenencia a
un club de fútbol. Y así, ¿no ofenden a los que son del club adversario? Es
decir: solo les da vergüenza decir que
son cristianos.
Y lo más
extraño es que se sigue utilizando el término de Navidad, que según la RAE
significa “fiesta con la que la comunidad cristiana celebra el 25 de diciembre el misterio de la Natividad del Hijo de Dios, preparada,
en el rito romano, por cuatro semanas de Adviento (en los ritos hispano y
ambrosiano son seis) y prolongada por la octava de Navidad hasta el 1 de enero
y el resto del tiempo de Navidad hasta el domingo siguiente a la Epifanía, que
es el domingo del bautismo del Señor.”
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Inglaterra
Pero en este vaciamiento del sentido de esta
festividad religiosa, también tiene gran yerro las confesiones
cristianas. Sus pastores no han hecho el menor esfuerzo por mantener
la tradición. El término “tradición” suena mal, muy mal, horrorosamente mal;
suena a retrógrado, a enquistado, a poco moderno. Por tanto, no se debe
mantener ni propiciar.
Y ante la celebración
de este día, en el cual no se puede manifestar los motivos de su celebración
(vaya paradoja esquizofrénica), ¿cómo
eran antes las fiestas de la Navidad, cuando nadie se ofendía si se
mencionaba el motivo?
En la época
virreinal, al contrario de lo que sucede ahora, todo giraba en torno al
calendario litúrgico. Y la Navidad era
la fiesta entre las fiestas. No había “arbolito”, dado que este fue
introducido en Buenos Aires recién en diciembre de 1828 por el irlandés Michel Hines, que armó el primero. Profesaba
el cristianismo anglicano y trajo la tradición de su país. Armó el árbol con lo
que tenía a mano por estos lares: la punta de un cedro de la cual colgó velitas
en cada rama y manzanas en las otras. Y al estar cerca de la ventana y su casa
en el centro de la ciudad, llamó la atención a todos los que pasaban delante de
ella.
La gente, en
aquella época, iba a los oficios del día y luego de la misa del Gallo se
presentaba el “Manuelito” a la veneración de las personas que concurrían. El “Manuelito” no es otro que la imagen del Niño
Dios, y la gran propagadora de la devoción a esta imagen fue la beata María Antonia de San José, la
fundadora de la Santa Casa de Ejercicios Espirituales de la ciudad de Buenos
Aires, popularmente conocida como “la Mama Antula”. Se volvía de la misa del
Gallo, la cual comenzaba a la medianoche y culminaba alrededor de la 1.30 de la
madrugada, y se iban a dormir. Punto, eso era todo. Al otro día, por la mañana,
se volvía a ir a la misa del día de Navidad y luego,
sí se hacía un almuerzo con amigos y familia.
Rosas se mezclaba con las naciones africanas para bailar en la Nochebuena
El tiempo transcurrió y luego de la declaración de la Independencia y las guerras libertadoras llegaron los tiempos de “restaurador de la Leyes” Don Juan Manuel de Rosas. El historiador y escritor argentino Omar Freixas, en su texto “Rosas y el candombe” nos señala que: “en Navidad y Año Nuevo, (las “naciones”de africanos y sus descendientes) se congregaban alrededor del Restaurador y éste les devolvía el gesto.
En la víspera de las festividades, cada nación
enviaba un delegado para tratar con él y su familia. No había música.
Rosas luego enviaba su delegación, incluidas a las damas federales, encabezadas
por Manuelita. En Nochebuena estallaba la algarabía. La fiesta
consistía en comer, beber, cantar y, también, hacer candombe. Rosas se
fundía entre la multitud, aunque al comienzo se presentaba vestido con uniforme
y revistaba las filas de alegres bailarines. Más tarde se hacía ver como
soldado, engañando y entreteniendo a los negros que al comienzo lo veían
desaparecer y, preguntándose dónde estaría, luego lo reencontraban vestido como
uno más, tras la pequeña broma. Finalmente, se mostraba ataviado como paisano,
y a caballo”.
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