SOCIEDAD Y CULTURA

Revista El Magazín de Merlo, Buenos Aires, Argentina.



martes, 19 de diciembre de 2023

UN POCO DE HISTORIA: La Navidad en la vieja Buenos Aires: el primer árbol con velas, los bailes de Rosas y la cena a la madrugada.

 

En la época virreinal y hasta entrado el siglo XX, la Navidad era la fiesta más importante del calendario porteño. El irlándés que trajo el arbolito, el “Manuelito” de Mamá Antula, las naciones africanas que pasaban la Nochebuena con Rosas y la introducción del pesebre por los inmigrantes.



“Esta noche es Nochebuena y mañana Navidad”. Este es un cántico que de niños escuchábamos por doquier. Hoy la Navidad ha sido vaciada de su sentido religioso: no es “políticamente correcto” decir “Feliz Navidad” porque alguien que no profesa la fe cristiana se puede “ofender” por mencionar esta festividad religiosa. Se debe imponer el laicismo por sobre toda la sociedad y relegar la fe al ámbito privado.



Los políticos son los primeros en plegarse en vaciar de sentido a esta celebración y vaya paradoja: son los primeros en buscar los votos católicos o evangélicos. Son los que emiten saludos para estas festividades sin mencionarlas, y a muchos les nota la vergüenza de profesarse cristianos delante de otros. Otra paradoja: muchos se avergüenzan de su fe, y la ocultan para “no ofender a los que no la practican”, pero si proclaman a los cuatro vientos la pertenencia a un club de fútbol. Y así, ¿no ofenden a los que son del club adversario? Es decir: solo les da vergüenza decir que son cristianos.




Y lo más extraño es que se sigue utilizando el término de Navidad, que según la RAE significa “fiesta con la que la comunidad cristiana celebra el 25 de diciembre el misterio de la Natividad del Hijo de Dios, preparada, en el rito romano, por cuatro semanas de Adviento (en los ritos hispano y ambrosiano son seis) y prolongada por la octava de Navidad hasta el 1 de enero y el resto del tiempo de Navidad hasta el domingo siguiente a la Epifanía, que es el domingo del bautismo del Señor.”



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Pero en este vaciamiento del sentido de esta festividad religiosa, también tiene gran yerro las confesiones cristianas. Sus pastores no han hecho el menor esfuerzo por mantener la tradición. El término “tradición” suena mal, muy mal, horrorosamente mal; suena a retrógrado, a enquistado, a poco moderno. Por tanto, no se debe mantener ni propiciar.



Y ante la celebración de este día, en el cual no se puede manifestar los motivos de su celebración (vaya paradoja esquizofrénica), ¿cómo eran antes las fiestas de la Navidad, cuando nadie se ofendía si se mencionaba el motivo?

En la época virreinal, al contrario de lo que sucede ahora, todo giraba en torno al calendario litúrgico. Y la Navidad era la fiesta entre las fiestas. No había “arbolito”, dado que este fue introducido en Buenos Aires recién en diciembre de 1828 por el irlandés Michel Hines, que armó el primero. Profesaba el cristianismo anglicano y trajo la tradición de su país. Armó el árbol con lo que tenía a mano por estos lares: la punta de un cedro de la cual colgó velitas en cada rama y manzanas en las otras. Y al estar cerca de la ventana y su casa en el centro de la ciudad, llamó la atención a todos los que pasaban delante de ella.




La gente, en aquella época, iba a los oficios del día y luego de la misa del Gallo se presentaba el “Manuelito” a la veneración de las personas que concurrían. El “Manuelito” no es otro que la imagen del Niño Dios, y la gran propagadora de la devoción a esta imagen fue la beata María Antonia de San José, la fundadora de la Santa Casa de Ejercicios Espirituales de la ciudad de Buenos Aires, popularmente conocida como “la Mama Antula”. Se volvía de la misa del Gallo, la cual comenzaba a la medianoche y culminaba alrededor de la 1.30 de la madrugada, y se iban a dormir. Punto, eso era todo. Al otro día, por la mañana, se volvía a ir a la misa del día de Navidad y luego, sí se hacía un almuerzo con amigos y familia.

Rosas se mezclaba con las naciones africanas para bailar en la Nochebuena

El tiempo transcurrió y luego de la declaración de la Independencia y las guerras libertadoras llegaron los tiempos de “restaurador de la Leyes” Don Juan Manuel de Rosas. El historiador y escritor argentino Omar Freixas, en su texto “Rosas y el candombe” nos señala que: “en Navidad y Año Nuevo, (las “naciones”de africanos y sus descendientes) se congregaban alrededor del Restaurador y éste les devolvía el gesto. 

En la víspera de las festividades, cada nación enviaba un delegado para tratar con él y su familia. No había música. Rosas luego enviaba su delegación, incluidas a las damas federales, encabezadas por Manuelita. En Nochebuena estallaba la algarabía. La fiesta consistía en comer, beber, cantar y, también, hacer candombe. Rosas se fundía entre la multitud, aunque al comienzo se presentaba vestido con uniforme y revistaba las filas de alegres bailarines. Más tarde se hacía ver como soldado, engañando y entreteniendo a los negros que al comienzo lo veían desaparecer y, preguntándose dónde estaría, luego lo reencontraban vestido como uno más, tras la pequeña broma. Finalmente, se mostraba ataviado como paisano, y a caballo”.

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