En 1882 cuando el país ya había tomado su
forma, José Felipe y Agustina lo celebraron construyendo un castillo
totalmente traído de Francia y una iglesia gótica, que se bendijo en 1886 bajo la advocación de la
Concepción de María; posteriormente se agregaron cocheras y en 1908
construyeron las lujosas caballerizas y otros edificios que conformaron un
casco de estancia modelo y famoso. Este casco de “El Talar” fue muy frecuentado
por la aristocracia y dio trabajo a muchas familias cuyos descendientes hoy
viven en su mayoría en esta ciudad de General Pacheco. José Felipe solo gozó de
su castillo renacentista francés durante 12 años, pues falleció en 1894.
Su hijo José
Agustín Pacheco Anchorena, nieto del General, que en su juventud también
siguió la carrera militar, se casó en 1912 con María
Elvira Alvear, su sobrina segunda, hija de Carlos Torcuato de Alvear,
hermano de Marcelo Torcuato de Alvear.
José
Agustín, fue el gran artífice de la estancia “El Talar”; hizo construir un canal de 20 cuadras, que le permitió
salir navegando de su embarcadero frente al castillo y llegar por el río de las
Conchas (hoy Reconquista) hasta San Fernando, o remontando el río Luján hasta
el “Tigre Hotel”, centro de esparcimiento y casino de la época. Además en ese
canal hizo construir una esclusa para regular las aguas y distribuir el riego y
colocó en él una usina que alimentó de electricidad al Castillo y trajo de
Francia un “puente de fierro”, luego llamado “El Taurita”, dado que el viejo
puente Pacheco estaba en pésimas condiciones, en el que también cobro peaje;
los vecinos pagaban 10 centavos para cruzar el Río de las Conchas.
José Agustín fue un avezado artista; para desarrollar su arte hizo construir un atelier (El
Castillito), que estaba comunicado al Castillo por un túnel; allí acompañado
por otros artistas de la época, se dedicó a la escultura y llegó a presentarse
en el Salón Nacional. Hoy todavía podemos admirar algunas de sus obras, como “El niño esquilador”, antes llamado “La esquila” (cuya réplica se
encuentra en la calle Vélez Sársfield y Estanislao del Campo).
Otro de sus amores fue su colección de
carruajes y sus “veloces” automóviles, que sobre el tramo de San Fernando a la
estancia, ensayaban arriesgadas y polvorientas jornadas; la primera competencia
de Turismo de Carretera, entre Retiro y Chile, pasó por la estancia y la ganó
uno de los Alvear. En el garage contiguo a las caballerizas, se guardaban en impecable estado, varios coches de las
mejores marcas, que eran admirados por todos los amantes de la
moderna mecánica automotriz de la época.
Pero José Agustín, no fue feliz en su corto y fracasado
matrimonio; cuando su hijo José Carlos
Pacheco Alvear, tenia unos pocos años, fue abandonado por María Elvira y
huérfano de madre fue criado por sus tías segundas Hortensia y Corina Berdier y
por supuesto por su muy amado padre.
José
Agustín Pacheco Anchorena, sólo vivió cuarenta y dos años (1879-1921), pero lo hizo tan intensamente y con
tanta vitalidad que como vimos se permitió hacer increíbles mejoras en sus
propiedades, ser un excelente escultor, participar en la creación de
instituciones como el Automóvil Club Argentino, la Sociedad Rural y el Jockey
Club, ser un gran esgrimista y
deportista, un asiduo concurrente al Teatro Colón y a todo espectáculo de arte,
viajar con frecuencia y participar en todo acontecimiento social y cultural de
la época.
Según los asombrados comentarios de sus contemporáneos, en esos tiempos “El Castillo” ofrecía el siguiente aspecto: ascendiendo por el parque francés diseñado por monsieur Carlos Thays, la mirada se elevaba para abarcar los tres gallardos pisos renacentistas, rematados por torres en empinadas mansardas, en cuyas estrechas ventanas parecía que hubiesen de asomarse beldades medievales; la entrada para los visitantes era a través de un hall decorado como sala de armas, con sus armaduras y fondos de terciopelo ; en la sala de recibo se apreciaban importantes cuadros de afamados artistas, como Rendir; a continuación otra sala donde estaban los retratos familiares pintados por el famoso retratista Federico Madrazo y Kuntz
En los pisos superiores se encontraban los dormitorios, cuartos de vestir y salas de
familia; quienes se animaban a subir hasta las mansardas, podían observar
desde esa altura el grandioso parque con sus juegos de agua, su puente colgante
y la hermosa fuente con sus ninfas.
José Aquiles, dejó como herederos testamentarios a su
segunda esposa Patricia Berkier y a sus
amigos José Eugenio Peralta Martinez y José Juan Manny Lalor (su
primera esposa Marta Mucheo renunció a sus derechos hereditarios). Es así como
el célebre casco de la estancia salió de
las manos de la familia Pacheco. Sus famosas colecciones de arte, de armas
y de carruajes fueron subastadas. Finalmente la propiedad fue vendida a una
sociedad de la familia Ganzábal, que
tuvo la visión de imaginarse un hermoso country club; el casco palaciego quedó
intacto y con la colaboración de uno de los descendientes del primer
urbanizador Carlos Thays, reciclaron el magnífico parque y su lago.
Toda la historia está en el subsuelo de lo que fue la
estancia El Talar; donde duermen los vestigios de la larga disputa con el
indio; al hacer excavaciones para nuevos edificios, aparecen de pronto flechas,
fragmentos de arcabuces, trozos de cerámica, quizás del tiempo en que Juan de
Garay repartió estas tierras, o de que Ruiz de Ocaña se atrevió a desviar el
agua del río para hacer girar la rueda de un molino y los vecinos de Buenos
Aires hacían un largo viaje por el Río de las Conchas para reunirse alegremente
en sus primeras estancias, servidas por guaraníes que habían bajado del
Paraguay con sus canoas y sobre los camalotes que poco a poco fueron formando
nuevas islas y sobre los cuales también llegó algún tigre para darle su nombre
al antiquísimo Partido.
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