Productores y especialistas del "mundo fungi" coinciden en que se trata de una actividad altamente redituable porque no se necesita una inversión desmesurada para arrancar, al menos en un esquema a baja escala y siempre que se cuente con cierto capital.
Un galpón de 20 por
Pulpa de café, aserrín, bagazo de caña de azúcar, cáscara de arroz, tusa de maíz, mosto de cerveza, desechos de la industria textil, viruta y hasta las camas de paja para caballos son todos terrenos propicios para la cosecha de hongos.
Si bien el champiñón es el más conocido por los argentinos -seguido por el hongo de pino seco, el que se usa para guisos y salsas-, la gírgola y el shiitake son especies que poco a poco van ganando adeptos, no sólo por el avance de la comida gourmet sino también por la difusión de sus valiosas propiedades nutricionales y medicinales.
Además de contar con valiosas proteínas (con todos los aminoácidos esenciales), minerales (potasio, fósforo y calcio), y vitaminas (B1, B12 y C) poseen betaglucanos, una sustancia utilizada en terapias contra diversos tipos de cáncer y que también favorece al sistema inmunológico ante afecciones inmunodepresivas o autoinmunes.
Gírgolas y shiitakes se cultivan mayoritariamente a pequeña escala, en emprendimientos familiares o cooperativas radicadas en Buenos Aires, San Luis, Formosa, Neuquén, Río Negro, Mendoza, Entre Ríos y Córdoba, a diferencia del champiñón que, como requiere mayor inversión y un sistema de esterilización más sofisticado, está monopolizado por empresas grandes.
Multiplicar cultivos de gírgolas y shiitakes sería un aporte sustancioso a la industria, a la generación de empleos y a la recuperación de residuos contaminantes de la actividad agrícola, pero no existen por ahora programas impulsados a nivel nacional por el Ministerio de Agroindustria y sólo se desarrollan algunos emprendimientos en comunidades rurales bajo el asesoramiento del INTA.
De acuerdo con consultas realizadas por Télam a productores de San Luis, Entre Ríos y Buenos Aires, una inversión inicial debería contemplar -además de un espacio cubierto de entre 100 y
A eso habría que sumar unos 10 kilos de micelios (semillas), un autoclave (aparato para esterilizar por vapor), una sala de pasteurización, una cámara de frío (para el producto fresco) y un horno deshidratador (para el producto seco), siempre según el tipo de cultivo elegido.
"Es una de las formas más eficientes de convertir los desechos vegetales en alimento", resumió en diálogo con Télam Edgardo Albertó, investigador del Conicet y director del laboratorio de Micología del Instituto de Investigaciones Biotecnológicas (IIB-Intech).
Al cosecharse, los hongos transforman los residuos
vegetales en cuerpos fructíferos comestibles (setas) y dejan en el sustrato el
micelio, un conjunto de filamentos muy beneficioso para la cadena ambiental.
"En el mundo se producen cerca de 4.000
millones de toneladas de paja de cereales, en su mayoría desperdiciada y a
veces quemada, y otros residuos como la pulpa de café, que contamina ríos y
provoca problemas sanitarios", reflexionó Albertó, en alusión al aporte
que los hongos podrían hacer en la reconversión de esos desechos.
A su vez, los propios residuos que deja la cosecha
fungi pueden ser reutilizados para producir biogás, papel y cartón, como
sustrato para lombriarios, compost para los suelos o complemento en las dietas
de cerdos, vacas y caballos.
Técnicos del INTA y de Intech coincidieron en que
se trata de una "alternativa auspiciosa" para la Argentina. Tiene un
gran potencial, por ejemplo, como "actividad complementaria" en
establecimientos agropecuarios y, de hecho, desde esos institutos se impulsan
talleres de capacitación y se da asesoramiento a cooperativas y emprendedores.
La Organización de las Naciones Unidas para la
Alimentación y la Agricultura (FAO) detalló en un informe que elaboró para
Chile que los hongos "son un recurso sustentable, abundante y de libre
disposición, un ejemplo ideal de producto forestal no leñoso que sirve para el
desarrollo económico de sectores rurales".
Para la FAO, el procesamiento industrial de hongos
comestibles en áreas rurales forestales ofrece efectos y propósitos
"altamente convenientes, como la generación de empleos, el reciclaje de
desechos forestales con fines de producción de energía y descontaminación, la minimización
de costos de transporte y el mejoramiento en la calidad sanitaria de los hongos
a procesar".
Además, los hongos hacen una clara contribución a
la salud: en las últimas décadas se comprobó que -además de proteínas y
vitaminas- tienen compuestos anticancerígenos, estimulantes de la función
hepática, inmunomoduladores (aumento o disminución de la capacidad de producir
anticuerpos) y anticolesterol.
Si bien la Argentina fue el primer país de
Sudamérica en cultivar hongos (1941), la producción se centró durante cuatro
décadas en el champiñón blanco o champiñón de París, del cual, en 1945 llegó a
ser el primer proveedor mundial. Recién en los últimos años se incorporó la
variedad conocida como "portobello" o "parrillero".
En los 80 arrancó el cultivo de girgolas sobre
troncos en Río Negro y Neuquén y en los 90 empezó a desarrollarse la producción
en bolsas con sustrato, fundamentalmente a base de paja de trigo. El shiitake
es la última especie incorporada y se cosecha a escala artesanal. Anualmente, en
el país se producen unas 4 mil toneladas anuales de las tres especies, aunque
el champiñón sigue concentrando el 80 por ciento del total.
Resulta clave para el desarrollo de este cultivo
que los argentinos incorporen a su dieta el consumo de hongos, que hoy apenas
alcanza a unos
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