El domingo 20 de mayo de 1810, la ciudad amaneció
empapelada con la proclama del virrey Cisneros que intentaba convencer a los habitantes de Buenos Aires de que en
España no pasaba nada.
Pero Cisneros, que sabía que había caído
en la Península el último vestigio de gobierno español en manos de Napoleón, estaba asustado y les pidió a sus colaboradores que trataran de que la
transición que se avecinaba fuera tranquila,
a la vez que les dio a leer las cartas de Liniers y los ilusionó con la
contrarrevolución que proponía el francés desde Córdoba, con el apoyo de
Montevideo y del virrey del Perú.
Según la versión de Martín Rodríguez,
cuando él y Castelli llegaron al Fuerte cumpliendo la comisión del grupo
revolucionario, encontraron a Cisneros jugando al tresillo con el fiscal Caspe,
el brigadier Quintana y su edecán Goicolea. Los delegados lo interrumpieron y Castelli le dijo: “Excelentísimo señor: tenemos el sentimiento de venir en comisión por el pueblo y el
ejército, que están en armas, a intimar a V.E. la
cesación en el mando del virreinato”.
El virrey puso cara de “qué insolentes”, los insultó y
ensayó un paso de comedia con frases como “¿Qué atrevimiento es éste? ¿Cómo se
atropella así la persona del Rey en su representante? Este es el más grande
atentado contra la autoridad”.
Castelli lo cortó en seco y le dijo “No se acalore,
Señor, que la cosa no tiene remedio”. Rodríguez fue más allá y le aclaró: “Señor, no hemos venido a
discutir con V.E. Son cinco minutos de plazo que se nos ha dado, para volver
con la contestación; vea V.E. lo que hace”.
El fiscal Caspe se asustó y llevó al
virrey a otra habitación; a los cinco minutos volvieron un poco más compuestos.
Cisneros miró a los delegados y les dijo:
“Señores, cuánto siento los grandes males que van a venir sobre este pueblo, de
resultas de este paso; y bien, puesto que el pueblo no
me quiere y el ejército me abandona, hagan ustedes lo que quieran”.
Antes de despedirlos, les preguntó qué
harían con él y su familia. Castelli le contestó: “Señor, la persona de V.E. y
su familia estarán entre americanos y esto debe tranquilizarle”.
Sigue contando Rodríguez: “Salimos de
allí y nos dirigimos a la casa de la reunión, diciendo: ‘Señores, la cosa es
hecha: Cisneros ha cedido de plano, y dice que hagamos lo que queramos’. Nos empezamos a abrazar, a dar vivas, a tirar los sombreros por el
aire”.
En el acto salieron Beruti, Peña y Donado, con varios criados y
canastas, a recolectar todos los dulces y licores que hubiese
en las confiterías. Se puso una gran mesa en casa de Rodríguez
Peña que duró tres días, cubriéndose de continuo para que entrara todo el mundo
que quisiese a refrescarse.
Cisneros no tenía nada que festejar y no se quedó precisamente tranquilo con
aquella frase de Castelli que le recordaba que estaba entre americanos. Antes de tomar la decisión de convocar al Cabildo Abierto, quiso conversar con los jefes de los
cuerpos militares, para saber si contaba con una fuerza de
represión para frenar el avance de la historia.
Saavedra tomó la palabra y según su testimonio le contestó: “No queremos seguir la suerte de la España, ni ser dominados por los
franceses: hemos resuelto reasumir nuestros derechos y conservarnos por
nosotros mismos”.
Cisneros vio que se le venía la noche y, según Juan Manuel Beruti, le pidió a
Saavedra y los comandantes que “lo mirasen como era debido, considerando tenía
familia”. Saavedra fue
muy diplomático y le dijo que se quedara tranquilo,
que se le aseguraría un salario y se respetaría su integridad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario