En la
actualidad, puede parecer contradictorio sacar de nosotros lo que nos da vida
para curarnos de lo que nos mata, pero vaciar las venas fue una práctica muy
habitual durante siglos.
a flema, la bilis negra, la bilis amarilla y la sangre. Para tener una salud perfecta, en el pasado había que
fijarse en estos cuatro ases de la medicina clásica. Un cuarteto de
asuntos o elementos del cuerpo a los que habían apodado los cuatro humores. En
ellos se buscaba el equilibrio, y en ellos se trasteó la muerte para luchar
contra ella hasta, al menos, finales del siglo XIX. Durante mucho
tiempo, la sangría no fue ninguna bebida, sino un asunto de salud
pública. Esta es su historia.
Fue Hipócrates quien en torno al siglo V a. n. e.
determinara que los humanos existían en el reino de los cuatro elementos
básicos (tierra, aire, fuego y agua), elementos que se reflejaban en ellos con
la forma de los cuatro "humores". Esta consideración, basada
en el pensamiento científico de los presocráticos, pitagóricos y sicilianos, se
conoce hoy como teoría humoral. Así empezaba la búsqueda eterna de un remedio
contra el destino natural de las personas.
En la actualidad, puede parecer contradictorio sacar de
nosotros lo que nos da vida para curarnos de lo que nos mata, pero fue una práctica de lo más habitual desde épocas de los egipcios, los griegos y
los romanos, hasta los árabes y los asiáticos. La sangría, como se la conoció,
se extendió también por Europa durante la Edad Media y el Renacimiento. Como explica la médica y profesora de ciencias
clínicas Meredith Goodwin en un artículo para Healthline, consistía en cortar
una vena o una arteria, por lo general en el codo o la rodilla, para eliminar
la sangre "afectada" del paciente. Así de simple.
Un
método sin distinción de clase
Las teorías de
Galeno se volvieron tan populares que la sangría se
convirtió en el método de
tratamiento preferido para casi todas las formas de enfermedad (y para todas
las clases sociales). De hecho, la práctica llegó hasta
otras culturas en las que también la adoptaron. Claro que así como tuvo sus
defensores, ya desde la época de Hipócrates, y probablemente antes, aunque no
se dispone de ningún registro escrito, la
sangría también tuvo opositores: En el siglo V a. c.
Aegimio de Eris (470 a . n. e.), autor del primer tratado sobre el pulso, se
opuso a la venesección, mientras que Diógenes de Apolonia (430 a. n. e.), quien
describió la vena cava con sus ramas principales, fue un proponente de la
práctica, explican Davis y Appel.
De todos, el anatomista y médico Erasístrato (300-260 a. n. e.), fue uno
de los primeros en dejar constancia de por qué se oponía a la venesección. Erasístrato,
que ejerció en la corte del rey de Siria y más tarde en Alejandría, célebre centro de la medicina antigua,
reconoció que la dificultad para estimar la cantidad de sangre a
extraer y la posibilidad de cortar por error una arteria, un tendón o
un nervio podría causar daños permanentes o incluso la muerte.
Erasístrato creía que solo las venas transportaban sangre mientras
que las arterias contenían aire, también temía la
posibilidad de transferir aire de las arteriasa las venas como
resultado de la venesección. Sus dudas fueron en aumento hasta preguntarse cómo
la venesección excesiva difería de cometer un asesinato. ¿Era realmente
ético lo que se estaba haciendo? ¿Tenía sentido?
La
profesión de barbero-cirujano
A
lo largo de la edad medieval
en Europa, la sangría se convirtió en un remedio estándar contra
la peste, la viruela, la epilepsia y muchas otras enfermedades mortales sin
causa concreta aún entonces. Sin embargo, un decreto
papal de 1163 prohibió a los sacerdotes "derramar sangre", así que la
práctica fue adoptada por los barberos. Es por ello que
con el tiempo se conocieron como barberos-cirujanos. De hecho, el famoso poste
rojo y blanco que podemos ver a las puertas de cualquier local de estos hoy
proviene de las toallas manchadas de sangre con las que se les identificaría.
La
popularidad de las sanguijuelas
En
cada extracción, una sanguijuela puede ingerir entre 5 y
10 ml de sangre, casi 10 veces su propio peso. El uso de estos
anfibios tuvo su momento de moda en el siglo XIX, muy influenciado por François Broussais, un médico
parisino que bajo la lógica de sus más antiguos predecesores, afirmaba todas
las fiebres se debían a la inflamación de órganos específicos. Broussais creía,
incluso, que había que colocar sanguijuelas directamente
sobre el órgano del cuerpo que se consideraba inflamado.
Con la distancia que las décadas ya nos otorgan, quizás el
legado más importante de la sangría es haber existido como un precursor de las transfusiones de sangre, que llegaron a partir del
descubrimiento de Karl Landsteiner de los diferentes tipos de sangre en 1909. La
brutalidad en cifras de heridos a causa de la Primera Guerra Mundial presentó
este nuevo método con la prueba definitiva, y muchos soldados fueron salvados
así, por lo que gradualmente se aceptó como una última opción para salvar vidas en períodos bélicos.
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