Resumen histórico: Por entonces eran solitarias tierras repletas de talas y ombúes habitadas por las tribus indígenas de Guaraníes y Carupás, que cuando Juan de Garay fundó por segunda vez Buenos Aires repartió en chacras; luego fueron pasando a mano de grandes terratenientes de la época colonial.
Según la tradición oral, en 1607 ya existía un fortín en
esta cuenca del Río de las Conchas. Como la comunicación a caballo a través de
bañados y tolderías era muy difícil, la vía fluvial resultaba la más rápida y
segura. Un vecino, fundador y gran empresario, Diego Ruiz Ocaña, construyó a
fines del siglo XVI, el primer molino accionado por agua sobre el Río de las
Conchas (hoy río Reconquista), cerca de la actual estación Bancalari y sus
restos perduraron hasta el siglo XX.
La familia portuguesa de los López Camelo, oriundos de
Oporto, fueron los que compraron estas tierras, que llegaban hasta Luján, a los
descendientes de los beneficiados por Garay. Fue una familia muy rica y
poderosa; entre los descendientes de López Camelo y de su tercera esposa, una
Barragán Saavedra, hubo alcaldes, alféreces y prelados.
Cuando vino la trágica división entre unitarios y federales,
los López Camelo, fervientes unitarios, fueron perseguidos por los federales,
perdieron parte de sus bienes y otros fueron vendidos, algunos de ellos al
General Ángel Pacheco. Dentro de estos bienes, se encontraba la estancia El
Talar, cuya primera compra por parte de Pacheco se realizó en el año 1822 y con
los años llegó a tener una extensión de aproximadamente 6000 hectáreas. Los límites
de esta estancia lo conformaban los actuales Rincón de Milberg, Don Torcuato,
Polvorines, Garín, Escobar, el río Luján, algunas islas del Delta y el río
Reconquista. El actual Casco Histórico, hoy remodelado, data de aproximadamente
1835.
Conviene aclarar que las tierras que Rosas le otorgó al
General Pacheco por sus méritos en la Campaña del Desierto y por sus luchas contra
Lavalle, fueron 7000 hectáreas en Salto (Provincia de Buenos Aires) que luego
conformaron la estancia “La Paloma”, y no las tierras de El Talar.
En 1842, Ángel Pacheco mejora el antiguo y pequeño casco,
transformándolo en una estancia-fortín, con un mirador y unas galerías
sostenidas por gruesas columnas; fue una típica morada sin lujos del siglo XIX,
jinetes con mensajes y mercaderías, rodeado de sauces y achiras, el alboroto de
los perros y de vez en cuando un poco de guitarra en el fogón de los peones.
Toda la historia está en el subsuelo de lo que fue la estancia El Talar; donde duermen los vestigios de la larga disputa con el indio; al hacer excavaciones para nuevos edificios, aparecen de pronto flechas, fragmentos de arcabuces, trozos de cerámica, quizás del tiempo en que Juan de Garay repartió estas tierras, o de que Ruiz de Ocaña se atrevió a desviar el agua del río para hacer girar la rueda de un molino y los vecinos de Buenos Aires hacían un largo viaje por el Río de las Conchas para reunirse alegremente en sus primeras estancias, servidas por guaraníes que habían bajado del Paraguay con sus canoas y sobre los camalotes que poco a poco fueron formando nuevas islas y sobre los cuales también llegó algún tigre para darle su nombre al antiquísimo Partido.
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