¿Se acuerdan del grupo musical *Boney-M* que creo el pagadizo tema “Rasputin? esta inspirado en este personaje.
UN PERSONAJE PERSUASIVO
Pero cuando empezaron a circular rumores sobre su frenética vida
nocturna, su imagen de hombre venerable empezó ser cuestionada. Y es que
Rasputín vivía una doble vida increíblemente contradictoria: delante de sus
admiradoras, cultivaba una personalidad sobria y sabia, siempre promoviendo la
pureza del cuerpo y la mente.
Pero, en privado, no tenía
freno con el alcohol y se comportaba como un depredador sexual. Rasputín vivía
en conflicto constante entre sus profundas creencias
religiosas y una compulsión incontrolable
hacia el pecado. En esta encrucijada, le era imposible proyectar
una imagen devota y pura todo el tiempo. A medida que crecía su fama de
místico, también lo hacía su reputación de depravado.
Cuando Rasputín entró en contacto con el zar Nicolás
II y su esposa Alexandra, la
aristocracia rusa ya desconfiaba de él. Pero, a pesar de los rumores, los zares
le dieron una oportunidad, porque necesitaban ayuda desesperadamente, y ya no
sabían a quién acudir. Alexei, el hijo pequeño de Nicolás y Alexandra y
heredero del imperio ruso, tenía hemofilia.
Esto significaba que cuando el niño se hacía una herida empezaba
a sangrar de tal manera que su vida corría peligro. La enfermedad de Alexei se
convirtió en la pesadilla de sus padres, especialmente de Alexandra. La zarina
había tardado diez años en dar a luz al hijo varón que Rusia necesitaba; tenía
que hacer lo que fuese para curar a Alexei y asegurar el futuro de la dinastía,
así que recibió a Rasputín con los brazos abiertos.
Cuando Alexei sufrió uno de sus episodios graves de sangrado,
Rasputín fue llamado a palacio inmediatamente. Allí utilizó sus habilidades
sanadoras -que puede que incluyesen hipnosis- para tratar al niño, y consiguió
detener el sangrado y aliviarle el dolor.
UNA NOCHE DE DICIEMBRE MUERE RASPUTIN
La crónica más detallada de lo que pasó aquella noche de
diciembre de 1916 fue escrita por el propio Yusupov, que publicó su versión de
la historia de la muerte de Rasputín diez años después, bajo el título El
fin de Rasputín. Aunque algunos historiadores tienen dudas
sobre la precisión de la narración, es una fuente generalmente aceptada. El
relato, que parece casi una historia de terror, contribuyó enormemente a agrandar
el mito de Rasputín.
Yusupov había entrado en contacto con Rasputín unas semanas
antes para pedirle consejo sobre asuntos de salud. Fue así como se conocieron.
Más tarde, Yusupov lo invitó a su
palacio de San Petersburgo para presentarle a su esposa, la princesa Irina, que
era conocida por su belleza.
Para proteger al propio Rasputín, la visita tenía que ser
secreta, así que acordaron verse bien entrada la noche del día 16. Antes de que
Rasputín llegase a su cita, uno de los cómplices de Yusupov, el doctor
Lazovert, introduciría el cianuro en los pasteles que servirían
a Rasputín. Dos cómplices más se encargarían de envenenar también el vino. Todo
estaba a punto para recibir al desdichado invitado.
En su casa de la calle Gorokhovaya, Rasputín se preparaba para
la velada. Se había arreglado a conciencia para la ocasión: se había lavado y
peinado el pelo, y llevaba pantalones bombachos de terciopelo, botas bien
lustradas, y una camisa de seda bordada que la zarina había hecho especialmente
para él.
Recordando aquella noche, las hijas de Rasputín, que vivían con
él, dijeron que su padre estaba de buen humor, aunque parecía algo nervioso,
como si presintiese que algo no iba del todo bien.
Aun así, Rasputín confió en Yusupov; al fin y al cabo, era sobrino del zar.
Pasada la medianoche, Yusupov recogió a Rasputín en su casa y
fueron juntos en su coche al palacio. Lazovert, el médico, iba al volante,
haciéndose pasar por el chófer. Rasputín esperaba encontrarse con la
encantadora Irina, pero esto no iba a ser posible: Irina se había negado a
formar parte del complot y aquella noche no estaba en la ciudad. Yusupov no le
había dicho a su invitado que su esposa no estaría en casa, porque sabía que
funcionaría como cebo.
Ya en la sala -una estancia lujosa decorada con obras de arte,
vitrinas de ébano, una alfombra persa y otra de piel de oso-, los hombres se
acomodaron, y Yusupov ofreció los pasteles a
Rasputín. Al principio rehusó, pero después se comió uno, y luego otro. Yusupov
esperó a ver su reacción, pero no pasó nada. Entonces, el anfitrión convenció a
su invitado de que probase el vino, que venía de sus
propios viñedos de Crimea. Rasputín bebió, pero, de nuevo, nada; el
veneno no estaba haciendo efecto.
Yusupov alargó la velada como pudo, entre charlas y canciones.
Dos horas más tarde, Rasputín estaba cansado, aletargado, pero no daba señal
alguna de envenenamiento. Yusupov, en cambio, estaba cada vez más nervioso: su
idea no había funcionado. Necesitaba un plan B,
y lo necesitaba ya.
Yusupov salió de la sala y, agitado, se reunió con dos de sus
cómplices en el piso de arriba. Tras una breve discusión, concluyeron que,
llegados a este punto, no tenían más remedio que disparar a Rasputín.
Yusupov cogió una pistola de su escritorio y volvió al sótano. Una vez allí, se
encontró con que Rasputín respiraba con dificultad y le dolían la cabeza y el
estómago. El invitado se puso en pie, y, en ese momento, Yusupov levantó la
pistola y le disparó en el pecho. Sus cómplices bajaron a toda prisa, y vieron
a Rasputín tirado sobre la alfombra de piel de
oso. Lazovert lo declaró muerto… pero se equivocaba.
Lejos de sentirse aliviado por haber acabado con Rasputín,
Yusupov estaba intranquilo, así que
bajó de nuevo al sótano a asegurarse de que la víctima no respiraba. Entonces,
al acercarse al cuerpo, los ojos de Rasputín se
abrieron de repente. Así describió Yusupov aquel momento:
De pronto, y con una fuerza sobrehumana, Rasputín se
abalanzó contra Yusupov lanzando un rugido salvaje. A
pesar del veneno y de la bala en el pecho, estaba dispuesto a pelear. Pero, en
ese instante, le falló el equilibrio y cayó de espaldas. Yusupov, completamente
aterrorizado, salió del sótano en busca de ayuda.
Uno de sus cómplices cogió su pistola y bajó para rematar a
Rasputín, pero al llegar a la sala vio que el hombre había conseguido salir al
patio, y se alejaba tambaleándose sobre la nieve.
El pistolero disparó, pero falló. Volvió a intentarlo, y volvió a fallar.
Arrastrándose sobre la nieve, agonizante, Rasputín llegó a la valla del patio y
un tercer disparo le alcanzó en la espalda.
El tirador se acercó a él, y le disparó por cuarta vez, en
la frente. Ahora sí, Rasputín era historia.
Los cómplices de Yusupov envolvieron el cadáver de Rasputín en
una tela gruesa y lo ataron con cuerdas. Entonces, lo metieron en un coche,
condujeron hasta el Gran Puente Petrovsky, junto al río Nevá, y lo
tiraron al agua helada. Cuando volvieron a casa, por fin estaba
terminado la que quizá fue la noche más larga de sus vidas.
Los rumores sobre la desaparición de Rasputín se difundieron
enseguida, y la policía empezó a investigar. El misterio se resolvió tres días
después del asesinato, cuando el cuerpo congelado de Rasputín fue
encontrado cerca de la isla de Krestovsky. Al conocerse la noticia, muchos
salieron a la calle a celebrarla. En las iglesias se rezaron plegarias de
agradecimiento y se encendieron velas. Yusupov y su principal cómplice fueron
homenajeados como héroes. En la corte
imperial, sin embargo, la reacción fue muy distinta.
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