SOCIEDAD Y CULTURA

Revista El Magazín de Merlo, Buenos Aires, Argentina.



viernes, 8 de enero de 2016

Hoy recordamos a la Leyenda CARLOS MONZON, de lustrar botas a almorzar con el Príncipe Raniero, de ser asediado por las mujeres más bellas del mundo a asesinar a una de ellas. Moria un día como hoy para no morir nunca.

Carlos Monzon en su plenitud

Sobre el ring parecía imbatible. Abajo del ring apenas si pudo defenderse de esa guerra sin cuartel en que vivió su vida. La suya fue una existencia de contrastes y el hombre humilde que conoció el hambre y la pobreza en su natal Santafe, Argentina, fue luego conocedor de la opulencia en plan de millonario ya como campeón mundial. Sí, el muchachito que dejaba la escuela para ir a trabajar como lustrabotas en las tardes, luego fue invitado de honor a un almuerzo por el príncipe Rainiero de Mónaco. Así, a contrapelo, vivió Carlos Monzón, quien hoy cumple diecinueve años de su muerte.
Nadie pudo con el en el ring.

Todo comenzó en noviembre de 1970, cuando un larguirucho y desconocido argentino, viajó hasta Italia, como retador al título en la categoría de los medianos y noqueó al entonces campeón Nino Benvenutti, en el duodécimo asalto, para hacerse con el cetro e iniciar el prólogo de una historia que le llevaría a convertirse en uno de los más grandes boxeadores en la historia de su categoría. Era Carlos Monzón. El mismo hombre, que desde entonces dejó sembrada la semilla de imbatibilidad, cada vez que calzó los guantes y en todo tinglado del mundo que pisó.
Carlos Monzón, nacido el 7 de agosto de 1942, conoció, como la mayoría de boxeadores, la pobreza en cada rincón del rancho de sus padres; pero dotado de un carácter irreductible, decidió abrirse paso en la vida a las trompadas y en 1963 debutó en el boxeo profesional.
Las bellas mujeres fueron su debilidad y su perdición.

Desde ahí, en su ruta al título, Monzón perdió tres peleas y nunca más conocería el sabor amargo de la derrota, porque se dio el gusto de defender su título en 14 oportunidades y retirarse en posesión del cetro mediano en agosto de 1977.
En siete años de reinado, Monzón, hizo parte de un momento estelar del boxeo argentino, que por entonces manejaba Tito Lectoure y que llenó de luces el Luna Park de Buenos Aires, en la misma época de Víctor Galíndez, Ringo Bonabena y Nicolino Locche.
El actor Alain Delon orgulloso de la amistad que tenia con Monzon.

Esa fue apenas la mitad de su historia, llena de combates memorables, frente a otros gigantes. El legendario Emile Griffith; Jean Claude Bouttier, el gran ídolo francés y Bennie Briscoe, Tony Mundine, Tony Licata (su única pelea en el Madison Square Garden) y el colombiano Rodrigo Rocky Valdez, en dos ocasiones en Montecarlo, conocieron la dinamita de sus puños y debieron inclinarse ante Monzón, que por cierto, ya en 1974, había derrotado por nocaut técnico en 8 asaltos a otra leyenda: José “Mantequilla” Nápoles.
Su récord dice que estuvo en 100 peleas, con 89 victorias, siete empates y tres derrotas y una sin decisión. Ganó 61 combates por la vía del cloroformo.
Monzon actor, hizo varias películas.

Dotado de un biotipo privilegiado para la categoría, Monzón según expertos, parecía mucho más “un semicompleto enflaquecido”, que un auténtico hombre de las 160 libras. Su estatura y su alcance, le permitían un control total de sus adversarios, a quienes empezaba a castigar, en una tarea de demolición, merced a su inclemente jab de izquierda, que era casi un recto y finalmente concluía su labor de destrucción con su poderosa derecha.
Para la mayoría, Monzón no fue un superdotado. Fue apenas una máquina brutal codificada para ganar combates. Y en todo caso un campeón excepcional.
Sin embargo la otra mitad de su historia, después de los años de gloria, estaba todavía por contarse porque de la mano del dinero y la gloria, llegó también la amistad de muchas celebridades —de las buenas y de las otras— y Monzón, un clásico “macho latino”, no era persona de equidades morales para comportarse.
Las especulaciones tras la muerte de una leyenda

Primero abandonó a Mercedes Beatriz García, —”Pelusa” le llamaba— su esposa desde 1963 hasta 1974, madre de sus dos hijos, cuando apareció Susana Jiménez, la vedette del momento en los años setenta. Así, inició su consolidación en el Jet Set internacional. Hizo películas, fue modelo y hasta le calificaron como uno de los hombres mejor vestidos del mundo. Alain Delon, Jean Paul Belmondo, Pierre Cardin, eran algunos de sus amigos.
Luego de una relación tormentosa, no exenta de violencia y noches de turbulencia con malandrines de todas las pelambres, la Jiménez le abandonó en 1977, por no poder soportar más su temperamento violento. Padecía Monzón, a sus 36 años, la depresión propia del “día siguiente”. Cuando ya eres sólo un “ex” y ya no hay entrevistas. Ni portadas. Ni fama. Luego tampoco habría dinero a manos llenas.
Desde allí fue sólo un paso más hacia el abismo, porque tras una relación con la modelo uruguaya Alicia Muñiz, en uno de sus habituales desajustes emocionales, el 14 de febrero de 1988, Monzón la arrojó desde el balcón de su residencia en Mar del Plata, ocasionándole la muerte.
Allí no hubo fallo arbitral que discutir.
Monzón, aquel titán que ganó tantas veces sobre el ring sin necesidad de que mediaran los jueces, se debió inclinar sumiso delante de una mujer: la jueza Alicia Ramos Fondeville, el 3 de julio de 1989, leyó el veredicto: culpable. Fue condenado a 11 años de prisión.
Monzón, por una vez, fue literalmente acorralado contra las cuerdas. Ya no más Rolex. Mercedes Benz. Lapidus, Dior o Aramis, sus marcas favoritas. Ya nunca más habría champana rigurosamente francés.
Faltaba todavía el epílogo de su historia. Y como si no pudiera ser de otra manera, estos pasos finales estarían marcados a hierro vivo por el signo de la tragedia.

El domingo 8 de enero de 1995 los cables internacionales nos informaron que Carlos Monzón había fallecido en un accidente de carretera cuando hacía uso de las 48 horas de libertad de fin de semana.

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