Frente a la
entrada de su choza el indio transformaba el barro en hermosas vasijas y
pulidos platos. No en vano era el mejor alfarero
de su pueblo.
Su alegría era grande, al día siguiente debía casarse con la joven más
hermosa de la tribu, también alfarera. Pero esa noche el hechicero presagió
grandes desgracias derivadas de aquel matrimonio. Bajo tal influencia el
cacique prohibió su realización. Los enamorados convinieron fugarse a la selva
donde establecerían su hogar.
A la noche
siguiente huyeron, pero los indios los persiguieron lanzando sus flechas cuyas
agudas puntas envenenadas mataron a los jóvenes enamorados.
Cuenta la vieja
leyenda que la pareja no desapareció de la tierra de sus mayores; ambos se
transformaron en esas hermosas y simpáticas avecillas que empleando su
habilidad para modelar hacen, cantando, su nido de barro.
Y así nació el
hornero, pájaro laborioso de los campos argentinos.
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