Sé celebra el 17 de abril: En Argentina se consume vino desde principios
del siglo XVI. Las primeras
cepas que se cosecharon en el mundo eran originarias de Armenia, Irán, Irak e Israel. Entre ellas
estaba el Malbec, nombre que se le atribuye a un húngaro que vivió en el
siglo XIX. Cuentan que este viticultor fue quien identificó la uva y la
introdujo en el mercado de Francia.
Esos primeros imperios, expertos en vino
desde hace varios siglos atrás, expandieron sus cultivos por Europa, cruzando
luego los océanos para llegar a América de la mano de Cristóbal Colón.
Con resultados negativos en Centroamérica, a causa del clima
caribeño, los colonizadores fueron probando las cepas por diferentes partes del
continente, y para 1543, las vides
ingresaron a la que más tarde sería la ciudad de Salta y a la zona de Cafayate,
provenientes desde el Alto Perú. Sin embargo, fue en Santiago del Estero donde nació la viticultura argentina. La necesidad
de producir vino para la misa causó el “milagro”.
El sommelier y miembro de la Asociación Mundial de
Periodistas y Escritores de Vinos y
Licores, Diego Di Giacomo, cuenta que “el clérigo Juan Cedrón
llegó desde Chile para establecerse en la actual provincia santiagueña… y donde
hay un sacerdote, hay misa, y dónde hay misa, debe haber vino para celebrarla”,
cuenta.
Luego remata la anécdota: “Según los relatos, Cedrón cruzó los
Andes a lomo de mula, con las estacas de vid a cuestas hasta su destino final.
Esas vides eran de las cepas Moscatel y Uva País,
procedentes de España. Así logró abastecerse de vino para sus misas, dando sin
proponérselo, el punta pié inicial de una larga historia en un territorio muy
próspero”.
La expansión por todo el país siguió de la
mano de los Jesuitas. Para 1598 había viñedos en
Córdoba, Santa Fé, Buenos Aires y Misiones, donde se encontraba
una de las plantaciones más importantes del territorio. Mendoza y San
Juan fueron sitios claves, ya que por allí ingresaban al territorio las vides
provenientes de Chile, que ya contaba con una prominente producción
vitivinícola.
Desde el área de Archivo Histórico del Museo
Histórico Sarmiento, comentan que en 1841 Sarmiento contribuyó en
Chile a formación de la Quinta Normal de Santiago, a partir del modelo de la
Escuela Normal de París, destinada al cultivo de plantas y de vides. A partir
de esa experiencia, Sarmiento le propuso al Gobernador de Mendoza, Pedro
Pascual, que contrate al Ingeniero Agrónomo francés, Michel Aimé Pouget, a
quien ya había conocido en Chile. Fue así que Pouget se radicó en Mendoza en
1853 y fundó y dirigió la Quinta Normal.
Esta institución mendocina fue la
primera en introducir diversos cepajes franceses, entre los
cuales el Malbec fue el que logró mayor difusión tanto en Mendoza como en San
Juan. El proyecto para la creación de esta quinta se
presentó en la Cámara de Representantes de Mendoza un 17 de abril
de 1853, fecha que más tarde se establecería como el Día Mundial del Malbec.
Lo que olvidó mencionar el prócer sanjuanino, fue el rol fundamental
que tuvieron los indios Huarpes en la creación de un sistema hídrico para
proveer de riego a las plantaciones. “Si no fuese por los
Huarpes”, afirma Diego Di Giacomi, “Mendoza sería como Santiago del Estero.
Los Huarpes crearon las acequias para
llevar el agua de deshielo de la cordillera a los diferentes cultivos. Se
dieron cuenta que para prosperar en un territorio tan inhóspito debían
aprovechar y encauzar el agua que descendía desde la Cordillera de los Andes.
Muchas de esas acequias todavía existen, sobre todo en Mendoza capital”.
Desde entonces la Malbec se adaptó al suelo y al clima
argentino, y se convirtió en la uva más plantada en la Argentina. Si bien la
Torrontés es la única uva nativa, la Malbec se distribuyó en todo el país,
obteniendo excelentes resultado en todas las regiones.
En la actualidad, hay unas 43 mil
hectáreas con esa variedad, constituyéndose en la cepa más representativa del
país.
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