Fuente: Centro de
Investigaciones Cerebrales, Universidad Veracruzana/2025- El padre, colérico, le reclama a la
madre el exceso de mimos al hijo y la acusa de fomentar sus gustos afeminados;
ella por su parte, le reprocha la perenne desaprobación que muestra ante todo
lo que su primogénito hace, la rudeza exagerada en el trato y su marcado
desapego. El hijo, que escucha tras la puerta la discusión sobre su
homosexualidad, se pregunta si algo de lo que se dice allí es cierto o es que,
como lo indican sus recuerdos, sus preferencias nacieron con él.
Si la
homosexualidad es una conducta aprendida o no todavía no está claro para la
ciencia. Genaro Coria Ávila, especialista en neurociencia comportamental con
más de diez años de experiencia en la investigación de las preferencias
sexuales, aporta datos al respecto de esta disyuntiva.
“Sabemos que
nuestro cerebro se organiza desde antes de nacer, pero si observáramos este
órgano en un adulto homosexual no podríamos determinar si nació con esa
organización o se reordenó a partir de ciertas experiencias, porque está
comprobado que el cerebro va cambiando a lo largo de nuestra existencia”.
Estudios
realizados tanto en animales como en humanos que presentan preferencias de tipo
homosexual han revelado una organización intermedia del cerebro, es decir, que
no se ordenó completamente ni como macho ni como hembra, sino como una “mezcla”
de ambos.
Esto podría
suceder porque aunque desde el momento de la fecundación queda determinado el
sexo del producto, durante las siete primeras semanas todos los embriones se
desarrollan como hembras y sólo después de este tiempo la expresión cromosómica
determina si se quedan como tal o se desarrollan como machos. Si alguno de los
factores genéticos gonadales no se completa, entonces el cerebro que requería
organizarse para un varón podría quedar al mismo tiempo como el de una mujer.
Preferencias innatas vs conducta aprendida
Hace más de
medio siglo que se habla de las preferencias innatas como un conocimiento
científicamente comprobado, sin embargo, en su laboratorio del Centro de
Investigaciones Cerebrales en la Universidad Veracruzana, Genaro Coria ha
encontrado a partir de su trabajo de experimentación con modelos animales que
dicha predisposición puede variar.
“Bajo una
química cerebral alterada (con dopamina), hemos logrado que un individuo adulto
aprenda a tener una preferencia de tipo homosexual en unas cuantas sesiones, lo
cual comprueba que aunque nacemos con un cerebro organizado de cierta manera,
sólo permanecerá así si las experiencias lo refuerzan”.
Es decir, que
los mecanismos neurales que nos predisponen para elegir a una pareja sexual no
obedecen necesariamente a una organización evolutiva, nuestras preferencias no
siempre están enfocadas a perpetuar nuestros genes, sino también a satisfacer
un deseo inmediato que en etología se conoce como “causas próximas del
comportamiento”. El caso de las preferencias homosexuales es un buen ejemplo de
ello.
Normal o anormal
Hay más de 300
especies de mamíferos acuáticos o terrestres en las que se expresan niveles de
homosexualidad, lo cual nos lleva a preguntarnos, ¿es natural?, ¿o es que hay
un porcentaje de anormalidad en cada especie?
Genaro menciona
que hay distintas teorías evolutivas que tratan de explicar la razón de ser de
los individuos que prefieren al mismo sexo. Una de ellas plantea que la
homosexualidad es buena para una especie porque hay momentos críticos en la
reproducción en los que es mejor tener individuos que no se reproduzcan para
que protejan al resto de la manada.
“Pero las
preferencias sexuales no dependen exclusivamente de las leyes de la evolución.
Un adulto, humano o de otra especie, es el resultado de lo que sus genes
parcialmente le dictaron hacer y lo que sus experiencias terminaron por definir
y por eso es que cada quien tiene preferencias diferentes y una historia
distinta que contar”, apunta Coria Ávila.
¿Qué nos motiva sexualmente?
En su
laboratorio, el investigador confirma que experiencias tan sutiles como hacer
cosquillas a un infante (en este caso una rata de 35-45 días) afectan
directamente su preferencia sexual. “Si en la edad adulta ponemos a dos
individuos, uno con una señal olfativa que recuerda a las cosquillas de la
infancia y otro sin ella, a pesar de que los dos sean buenos prospectos para el
sexo, todas las ratas prefieren a aquel que les recuerda las cosquillas de su infancia”.
Los humanos
también aprendemos a formar patrones de preferencia basados en lo que vivimos
cuando éramos niños y consignamos qué es lo que nos gusta y lo que no. Cuando
llegamos a la edad adulta y es momento de que despleguemos una preferencia entre
varias opciones, resulta que nuestro cerebro no es nuevo en esa decisión, ya
tiene mapas que se formaron prenatalmente, pero también a partir de las
experiencias recompensantes en la infancia y con las primeras experiencias
sexuales.
No obstante,
las motivaciones sexuales no siempre son positivas, también pueden ser
negativas y contribuir al desarrollo de conductas patológicas como la
pedofilia, la necrofilia y una larga lista de conductas sexuales no aceptadas
socialmente.
“En
experimentos realizados con ratas, se ha demostrado que el sexo es capaz de
revertir, incluso, conductas genéticamente programadas cuando el cerebro
aprende a asociar estímulos que innatamente resultan aversivos con sensaciones
positivas y reforzantes”, señala el investigador.
Para
ejemplificar lo anterior, Genaro hace mención de un experimento que su profesor
en la Universidad de Concordia (Canadá), Jim Pfaus, realizó con ratas macho,
cuyos primeros encuentros sexuales fueron con hembras impregnadas ligeramente
con olor a cadaverina (sustancia producida por la carne en descomposición) y
que aprendieron a asociar este estímulo olfativo con sensaciones
recompensantes.
“Las ratas de
manera natural le tienen aversión a la cadaverina, ya que supone un gran riesgo
de infección; sin embargo, las ratas expuestas a este olor en sus primeros
encuentros sexuales aprendieron a preferir a las hembras que tenían este aroma
e ignorar a las que no lo tenían”.
De ninguna
manera se puede decir que los resultados de éste u otros experimentos se puedan
extrapolar en humanos, aclara Genaro, “sin embargo, nos proveen de datos que
contribuyen al entendimiento de las bases neurales de la motivación sexual, un
conocimiento imprescindible en una especie como la nuestra, siempre dispuesta a
ejercer su sexualidad no sólo como medio de reproducción, sino también como una
forma de relacionarse y comunicarse”, concluyó.
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