En La Fórmula Podcast, el divulgador científico
Ignacio Crespo, explicó cómo la neuroplasticidad permite moldear el cerebro a
través de la disciplina, el aprendizaje y las experiencias. Además, destacó la
importancia de tres hábitos clave para mantenerlo sano y activo.
En un nuevo episodio de La
Fórmula Podcast, el
médico y divulgador científico Ignacio Crespo reflexionó sobre la capacidad que tenemos de moldear
nuestro cerebro mediante la disciplina, el aprendizaje y las experiencias.
Señaló que la neuroplasticidad es la base de este proceso y remarcó que, aunque
el cerebro no es perfecto, justamente en esa imperfección reside su poder de
adaptación.
Además, compartió su mirada personal
sobre la gestión de las emociones, la memoria y la identidad. Contó cómo atravesar momentos
difíciles lo llevó a redescubrir la importancia de cuidarse, cultivar hobbies y
mantener una disciplina consciente.
Ignacio Crespo es un médico de formación que se reinventó como
divulgador científico: combina artículos y columnas, podcast y apariciones en
radio y televisión para acercar la ciencia al público general. Coordina la
sección de ciencia y firma reportajes en La Razón Ciencia, presenta el podcast Noosfera y ha dirigido formatos como Serendipias en la Cadena SER; además es autor de Una selva de sinapsis y participa como director de contenidos en
la plataforma educativa Amautas, ofreciendo conferencias y contenidos divulgativos.
— Hay
algo que a mí me impresiona mucho del cerebro y es la velocidad con la que a
veces asume o interpreta una realidad. Y cómo a veces cuando le falta
información, termina rellenándola con cosas que tal vez no sabe. Y esto puede
llevarnos hasta incluso a crear memorias que nunca pasaron.
— El cerebro no es perfecto y no puede
serlo, porque no surge para descubrir la realidad. El cerebro surge, a
través de selección natural para sobrevivir. Incluso el “para” es conflictivo,
porque no hay nada que dirija la evolución de los seres vivos y diga: “Vamos a
acabar aquí”, como un cerebro que te permita sobrevivir. Pero es lo que se ha
seleccionado, el cerebro que era capaz de encontrar patrones en la naturaleza,
anticiparse a esos patrones si eran peligrosos, porque había tal vez un felino que nos estaba acechando detrás de, de las plantas o lo que sea. Entonces, ese cerebro, como ha tenido que desarrollar algunas habilidades básicas para llegar a esa supervivencia, como puede ser reconocimiento de patrones, anticipación, pensamiento lógico, comunicación...
Esas habilidades han tomado control de alguna manera, porque
lo que era simplemente por supervivencia, empezó a tener otras funciones. Nuestra comunicación, que tal vez al principio era solamente
para decir: “Oye, que ahí hay un peligro”, de repente empieza a tener una
capacidad mayor, una potencialidad para comunicar cosas que incluso no están
ahí. Y el cerebro se apaña como puede con eso. Ha conseguido desarrollar poemas
preciosos, epopeyas, teorías tremendamente precisas, capaces de predecir la
realidad con un margen de error equivalente a un cabello humano entre la
distancia de Madrid y Nueva York. Unas teorías increíbles. Y eso, que es lo que
decía, no era su propósito, no es para lo que se empezó a seleccionar. Así que
es esperable que tenga errores. Errores con los que tenemos
que lidiar.
La
última pregunta que les hago a todos y es que me cuentes algo que en el último
tiempo te sorprendió, te dejó pensando o tenés dando vueltas en la cabeza, lo
que sea que quieras dejar acá para compartir.
— Estoy intentando
tener muy presente dos cuestiones que tal vez no descubrí hace poco, pero sí
que le he dado importancia hace poco. Y son sobre cómo interpretamos lo que
otros hacen y lo que otros piensan. Porque creo que en general somos muy poco
caritativos. Tendemos a hacer lo que se llama en psicología una atribución hostil de lo que otros
hacen. Si por el motivo que sea nos ha cogido con el día cruzado y hay algo que
hace otra persona y no nos gusta, posiblemente asumamos que ha sido a
propósito, que ha sido con maldad, con mala intención.
Por lo
general, la gente es más torpe que mala. Y
además, nosotros también tenemos ese sesgo por el que puede que interpretemos
algo negativo que en realidad no lo era, ni siquiera, ya no era ni torpeza, era
cuestión que estaba dentro de nosotros.
El sesgo de atribución hostil está. Ser
consciente de él ayuda a que, como decía hace un rato, cuando me encuentro con
una de esas situaciones, luego lo tengo presente y digo: “Vamos
a intentar forzar aquí una interpretación en la cual no iba esto con maldad”.
Y vamos a partir de ahí, que luego hay gente que actúa con maldad, ¿eh? Y
cuando te lo demuestran una tras otra, tras otra vez, pues tendrás que tomar
cartas de la manera que sea. Apartarte de esa persona, tomar determinadas
decisiones... Pero por lo general no es así.
Y creo que ayuda
porque todos estamos con algunos días cruzados, que no somos demasiado
caritativos en ese aspecto. Y el otro es que cuando discutimos temas
relativamente profundos o temas que nos mueven mucho, y a mí son temas que me
interesan, cuestiones como, la esencia de la realidad en sí misma, en
ontología, en filosofía. O sea, el mundo es material, hay algo aparte de la
materialidad o cuestiones de la religión.
Yo soy ateo, soy
ateo militante, de hecho, y para mí es muy interesante entender la historia de
las religiones, la filosofía de las religiones. Y cuando entramos en una de
esas discusiones, es fácil que un argumento de la otra persona me parezca
ridículo, facilón... Veo muy claramente los errores. Y ahí es cuando toca
pararse y decir: “Las personas, por lo general, son más inteligentes de lo que
creemos”.
Y si ha llegado a
esta conclusión esta persona y otros tantos a lo largo de la historia, dudo
mucho que esté omitiendo un error tan evidente que a mí me ha resultado claro
en cuestión de segundos. Posiblemente, sea yo el que no esté entendiendo algo.
Y eso no significa que la otra persona tenga razón. Tal vez está equivocada igualmente, pero el problema de su argumento es
mucho más complejo.
Y esto, llevado al
día a día, sería, como conclusión, que cuando alguien te comunica algo que te
parece una tontería y pasa a diario, de distintas maneras, es posible que no
tenga razón, pero con casi toda seguridad, tampoco es tan tonto como tú crees.
Una de las cosas que hago en ese tipo de situaciones, en lugar de intentar
plantear mi argumento y confrontarlo con la otra persona bien ordenadito, con
pasos lógicos y tal, es preguntar. Preguntar: “Oye, ¿y por qué piensas esto?”
Y: “¿Por qué piensas esto otro?” Cuando parece que hay un desacuerdo muy
evidente y podemos interpretar que la otra persona está diciendo algo
que no tiene ningún sentido, es muy probable que se deba a que partimos de
definiciones distintas de unos mismos conceptos, que estemos utilizando una
palabra con sentidos distintos.
Entonces, a través
de esas preguntas, creo que, por un lado, descubres eso y valoras de forma más
justa a la otra persona y a su forma de interpretar el mundo y su conocimiento.
Y, por otro, permites que la conversación sea mucho más amable, sea más de
escucha y no solamente confortativa.
Nota completa en INFOBAE 5/12/2025-

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