SOCIEDAD Y CULTURA

Revista El Magazín de Merlo, Buenos Aires, Argentina.



sábado, 4 de mayo de 2019

La Sirena de Pinamar suplirá 107 años y nada todos los días en el mar-


La historia: La noche que Dorothea Duisberg llegó a Pinamar hacía frío, tanto que no había ni nubes y el cielo tenía impresas miles de estrellas fulgurantes. Corría el invierno de 1952, y en esa época del año Pinamar era un páramo hostil, un cúmulo de médanos y pinos en puja por el territorio, una idea arriesgada de sus fundadores. 

Dorothea llevaba cinco años en Argentina. Ella (en los refugios) y su marido Alfredo (en los campos de batalla) habían sobrevivido a las dos guerras mundiales. Dorothea necesitaba canalizar la añoranza de su Mar del Norte y el matrimonio llegó a este campo con mar sin luz ni calefacción a las 20.30 del día 26 de julio.

En el pasillo de la entrada, el recepcionista escuchaba atento una radio Spika. Dorothea y Alfredo apoyaron las maletas para saludar pero la escena se congeló con la voz metálica del locutor: “Cumple la Subsecretaría de Informaciones de la Nación el penosísimo deber de informar al pueblo de la República que a las 20.25 horas ha fallecido la señora Eva Perón, Jefa Espiritual de la Nación”.

Pasaron 66 años, es un mediodía de enero del año 2019, y Dorothea mira al cielo celeste intenso como si hubiera allí un ayuda memoria: “Había estrellas como loco, una noche tan linda como mejor no puede ser. Cuando sonó que falleció Eva, todas las estrellas se fueron y empezó a llover tres días y noches seguidas. Fue increíble”, evoca, en un español todavía extranjero, con los ojos protegidos por unos gruesos anteojos marrones de carey.

Y desde esas lluvias, nunca más esta mujer abandonó Pinamar. Volvió todos los años y se instaló definitivamente en 1990. Esta playa es su fuente de energía: el viento, el sol y sobre todo por el mar: “Mi hermano es el mar“.A los 106 años, la mujer es una celebridad de la playa San Javier
Una sirena sin mitología, de carne y hueso, con su traje de baño azul y su gorro blanco y su acento germánico. Cada mañana pasa por la arena del brazo del guardavidas Adrián Calabrese y se disuelve en el agua salada del Atlántico hasta que al cabo de algunos minutos vuelve a la arena, quizá rejuvenecida.
“Todos los días, todos los años, aunque llueva o haga frío, siempre al agua. No puedo vivir sin el mar, no me puedo ir de Pinamar”, dice sonriente, sentada bajo una sombrilla que hace juego con su vestimenta de playa. Cuando la fuerza de su cuerpo la acompañaba, 
Dorothea se metía cientos de metros al fondo y nadaba durante mucho rato.  Su pasión acuática llegó de chiquita. Bremen, su ciudad, no estaba muy lejos del misterioso Mar del Norte: “Íbamos a la costa todos los veranos también, con toda la familia, el agua era mucho mucho más fría que aquí y olas muy grandes. Y había mucha diferencia de marea, muy grande, aquí casi no se nota”.

Dorothea cumplirá en octubre 107 y tiene una vitalidad juvenil, atemporal. Ha visto lo bello y lo atroz de la vida. Sobrevivió a las bombas, las balas y las enfermedades de las dos guerras mundiales. Tiene dos hijos, cinco nietos y once bisnietos y dice que no tiene recetas ni secretos, que su mérito es “vivir y no pensar la edad que tengo“.

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