A mitad de
camino entre un cultivo intensivo y otro
extensivo, el arroz enfrenta el
desafío de sobrevivir en un escenario de “números finitos”. A costos que se
ubican por encima de los valores históricos y precios que no despegan definen
un presente inestable para esta actividad característica del noreste
argentino, se suma la falta de un precio de referencia o futuro, que
agregue claridad y previsibilidad a una cadena donde la comercialización parece
llevarse la mayor tajada.
¿Qué características definen hoy a la
actividad arrocera en la Argentina? ¿Cómo es el presente de ese negocio que,
décadas atrás, supo estar en manos de colonos? A continuación, una síntesis de
su evolución y el panorama actual de la mano de Alejandro Socas, coordinador de
la región CREA Litoral Norte, y de Gerardo Cerutti, asesor del CREA Avatí Î
arrocero y especialista en la materia.
Sistema de producción
El arroz
experimentó una transformación importante en las últimas décadas, tanto en lo
que respecta al sistema productivo como a los actores que intervienen en la
actividad.
El cultivo se siembra desde fines de agosto en el norte de
Corrientes hasta el mes de noviembre en Entre Ríos, para ser cosechado entre
fines de enero y abril, en el caso de los más tardíos. Como es sabido,
permanece inundado entre 90 y 100 días de su ciclo productivo, lo que implica
un consumo de agua importante. “Se lo siembra como un trigo, incluso con una
máquina similar, y cuando llega al estadio de cuatro hojas se comienza a regar.
Tradicionalmente se aplicaba una lámina de 15 centímetros , pero
ahora con 5-7
centímetros alcanza. De todos modos, insume 1000 metros cúbicos
de agua por hectárea”, enfatiza Cerutti.
Antiguamente, el riego se efectuaba a través
de canales que traían el agua desde ríos o arroyos, lo que exponía el cultivo a
posibles inundaciones; luego se pasó a un sistema que extraía el agua de pozos
profundos (fundamentalmente en el centro-norte de Entre Ríos). Este sistema,
que puede irrigar 40 a
100 hectáreas
de arroz, sigue vigente, aunque limitado por sus altos costos. El modelo predominante en las
principales zonas de cultivo es el riego
con agua de represa, un sistema oriundo de
Brasil desarrollado hace más de 30 años.
“Se hace un dique y luego se irriga el
cultivo a través de un sistema de bombeo (cuyo costo es considerablemente menor
que el del bombeo de pozos profundos). Por lo general, las represas están
dentro del establecimiento y permiten regar entre 300 y 5000 hectáreas de
arroz”, explica Alejandro Socas.
Tal como ocurre en la agricultura tradicional,
la actividad arrocera atraviesa un proceso
de concentración creciente. De ser un
cultivo primitivo, cultivado por pequeños productores y sus familias en las
costas de ríos y arroyos, pasó a estar en manos de unas pocas empresas que
están integradas con el resto de la cadena. “El mero productor de arroz ya casi
no existe. De las 95.000
hectáreas cultivadas en Corrientes, solo el 10-15% es
desarrollado por arroceros que venden su producción; todo lo demás está en manos
de industriales. Esas empresas, que mantienen acuerdos con pequeños productores
–a quienes en muchos casos financian– reciben el arroz en sus plantas de silo,
lo acondicionan y lo exportan como arroz
cáscara (casi como sale de la chacra), o bien lo
procesan para venderlo como arroz blanco con o sin marca propia”, cuenta Socas.
Aunque un altísimo porcentaje
del área sembrada permanece en manos de no más de 10 empresas, en muchos casos
ocurre que estas no son las propietarias de la tierra. Hoy el 50% del arroz cultivado
en la Argentina se produce en campos de terceros. “Habitualmente, el dueño del campo aporta la tierra, y a
veces, también el agua, mientras que el arrocero pone el capital, el personal y
se ocupa del manejo del cultivo”, asegura Cerutti.
Expectativas
futuras
¿Cómo se
imaginan el negocio en el futuro? Las pocas probabilidades de que ingresen
nuevos actores a la actividad permiten suponer una superficie cultivada estable
en el mediano a corto plazo. “En mi grupo, creo que se repetirá la misma
superficie –unas 30.000 hectáreas– y que seguirá creciendo la aplicación de
tecnología, aunque con mucha cautela, porque el precio sigue siendo bajo y
cuesta mucho cubrir los costos”, explica Cerutti.
La pregunta obligada es por qué siguen
haciendo arroz. Tal como ocurre con el tambo, desarmar una estructura arrocera
y volver a armarla es complicado. Como también se dice en aquel sector: el que se va no vuelve. “Hay mucha
gente que se ha especializado, con maquinaria exclusiva y toda una serie de
costos fijos que impiden salir fácilmente de la actividad. El arroz no es para
cualquiera”, concluye Cerruti convencido.
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