La Anorexia Nerviosa y la Bulimia Nerviosa. Aunque estos son los
trastornos más estudiados y conocidos por la población general, no son los
únicos dentro de esta clasificación.
El Trastorno de Atracones es muchas veces el gran olvidado y es una patología que podemos encontrar, por ejemplo, en el 30% de los pacientes obesos en tratamiento para perder peso. Teniendo en cuenta las cifras de obesidad que asolan nuestra sociedad, estamos hablando de un número poco despreciable de gente, muy superior al de los casos de Anorexia y Bulimia.
Aunque la Pica, el Trastorno de Rumiación y el Trastorno de
Evitación/Restricción de la ingestión de los alimentos también están incluidos
en el apartado de TCA del DSM-V, estos no cuentan con la insatisfacción
corporal y el deseo de perder peso como aspecto nuclear de los síntomas. Por
tanto, tampoco solemos mencionarlos en estas reivindicaciones, más centradas en
el componente sociocultural vinculado a los TCA que en la alteración de la
conducta alimentaria en sí misma.
Otra
realidad sobre los TCA, muchas veces poco comentada, es la de los varones.
Desde luego, es indudable que la Bulimia Nerviosa y la Anorexia Nerviosa
afectan a 9 mujeres por cada varón, siendo patologías mayoritariamente
femeninas. En ocasiones también eso contribuye a que muchos varones rechacen la
posibilidad de poder estar sufriendo una patología que consideran propia de las
mujeres. Incluso los propios profesionales también infradiagnostican patología
alimentaria en el varón por ese sesgo. La enorme polarización por género de los
TCA no está libre de crítica y nos lleva a reflexionar sobre si nos hemos
acercado adecuadamente a la realidad de la imagen corporal masculina y las
alteraciones de la conducta alimentaria que de ella se pueden derivar. Aunque
en estos momentos no se encuentra incluida dentro del espectro de los TCA, la Dismorfia Muscular (popularmente llamada Vigorexia) es un
trastorno que implica también una alteración sustancial de la conducta
alimentaria y en la que encontramos unas cifras totalmente
opuestas entre géneros. No parece descabellado pensar que en no poco tiempo
estas personas comenzarán a llegar a los servicios de salud mental y nos
emplazará a profundizar también en el tratamiento de los varones, que muchas
veces se encuentran en el más absoluto aislamiento y no reciben la ayuda que
necesitan.
Estos
trastornos, debido al componente ego-sintónico o a la vergüenza que provocan
los síntomas, se encuentran muchas veces en la oscuridad dañando día a día a la
persona que convive con la enfermedad. Es por ello que la detección es un aspecto clave. Aunque los cambios relacionados con la conducta alimentaria y/o el peso
serán básicos a la hora de detectar un TCA, no podemos perder
de vista otros aspectos más sutiles:
1.
Cambios en el aspecto. Además de los cambios derivados de las
fluctuaciones de peso, la enfermedad en ocasiones se esconde y en otras se
exhibe. Utilizar ropa excesivamente ancha que esconda la forma corporal o
disimule el deterioro, o utilizar prendas demasiado ceñidas que muestren la
excesiva delgadez pueden ser un reflejo de la enfermedad.
2.
Cambios en el estado de ánimo. Un TCA es una manera
de regular una realidad emocional con la que uno no se siente capaz de lidiar.
Estar más irascible, triste o aislado nos puede poner sobre aviso de que algo
no va bien.
3.
4.
Cambios en el ritmo de
actividad. Estar excesivamente activo hasta el punto de dejar de lado otras
esferas importantes o, por el contrario, haber renunciado a hacer actividades
significativas que antes realizaba puede ser un signo de alerta. La enfermedad
utiliza la actividad como distractor y como quemador de calorías, y también
puede aislar a la persona por la insatisfacción corporal. Muchas veces es
complicado exponerse a los demás si creo que me van a juzgar como la enfermedad
me juzga a mí.
5.
Cambios relacionales. Una adecuada y sobre
todo sana red de apoyo social es un factor de protección para el desarrollo de
estos trastornos, y también un apoyo fundamental durante el proceso de
tratamiento. Sin embargo, durante el proceso de enfermedad es fácil detectar
cambios en este sentido. Aislamiento social, deterioro de vínculos
significativos o, en el otro extremo, aumento de relaciones superficiales o
tóxicas, cargadas de dependencia.
6.
Cambios en el discurso. Hablar de comida,
dietas, peso o imagen corporal es algo a lo que estamos quizá demasiado
acostumbrados. Cuando la enfermedad está presente estos temas pueden ser
prácticamente el único tema de conversación o convertirse en un tabú que genera
tensión.
Estas
pistas, desde luego unidas a las relacionadas con los síntomas (fluctuaciones
de peso, presencia de vómitos, notar que falta comida en casa, deterioro en
pelo, uñas, dientes, etc.), nos pueden ser de utilidad a la hora de detectar el
problema.
Sin embargo, la detección si no va orientada a una adecuada intervención puede
cronificar más la situación. Los TCA son patologías graves y
complejas, que provocan un extraordinario sufrimiento en quienes la sufren y en
sus seres queridos. Pensamientos del tipo “no es que tenga un problema,
es que se cuida mucho” o “es algo normal en un
adolescente, se le pasará” hacen que le quitemos importancia a
ciertas actitudes que son potencialmente dañinas.
Tampoco, una vez detectado, podemos confundir la consecuencia con la causa: la alteración de la
alimentación no es el problema, es la consecuencia de un problema subyacente.
Por tanto, no podemos reducir la recuperación a que la persona “aprenda” a
comer, aunque desde luego es un objetivo importante del tratamiento. El proceso terapéutico en estos casos debe ser específico,
intensivo y contar con la familia como parte de la terapia. Si
nos limitamos a reducir a la persona a la enfermedad que padece o a lo que pesa/come
nos distanciaremos de ella y difícilmente podremos ser un recurso eficaz en su
recuperación.
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