Todos estaríamos de
acuerdo en honrar la vida. Pero ¿sabemos que es honrar? A ver intentémoslo:
honrar la vida es respetarla, respetar a cada semejante como lo que es: un
objeto de creación único e irrepetible, una maravilla con dos patas que es muy
difícil conseguir en todo el universo; si alguno lo quiere, un socio
minoritario de Dios, pero un socio al fin.
Honrar
la vida es estimarla, apreciarla en todo su valor, que va más allá del valor
individual, el todo no es lo mismo si le falta uno, el plural tiene sentido si
existe el singular, al conjunto se le cae el “con” con uno sólo que no pueda
estar junto.
Honrar
la vida es comprometerse con el “nosotros”, no quedarnos con “eso no me pasa a
mí”. Si un hermano está sufriendo, si un hermano está soportando una
injusticia, si un hermano cae en las pozos que cavan los poderosos y no puede
salir, no le está pasando eso solo a él, nos está pasando a todos.
Honrar la vida es no
hacerle caso a las instrucciones mezquinas que inventaron los que se creen
vivos: sálvate solo, no te metás, hacé la tuya. Al contrario, honrar la vida es
entender que se trata de que nos salvemos todos. Si uno se salva solo ¿a quién
le va a contar que se salvó?
Honrar
la vida es admirarla, es considerar que el otro es el que tira del mismo carro,
el que pisa el mismo barro y el que sonríe ante el mismo horizonte, y que por
todas esas sencillecez humanas queda justificado el carro, el barro y el
horizonte, y el camino, y el paisaje, y el sol, y todo el futuro.
Honrar
la vida es sentirse orgulloso por ella, por la que nos ha tocado en suerte
representar y por la que asumen los otros, a pesar de que a veces lo más
peligroso que tiene la vida es vivir.
Honrar la vida es no
desentenderse, no ser indiferente, ante el reclamo, y el dolor, ante el
infortunio y la idea, ante el silencio o el grito.
Nadie
pasa por nuestro costado como una cosa, pasa como una vida. Nadie que esté
tirado en la calle merece como respuesta los pasos rápidos que se alejan para
evitar un problema
En
cada acto, en cada acción, en cada contacto con otro, en las menudencias de
todos los días se puede honrar la vida, con un agradecimiento, con la palabra
cumplida, con la solidaridad a flor de piel, con el compromiso de darse por los
demás, con una caricia, poniéndonos encima de todo traje, la camiseta de los
buenos.
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