LA AVENIDA DE BAOBABS
En la Avenida de los Baobabs, como se ha bautizado al más
codiciado de los paisajes malgaches, estos titanes de más de 30 m de alto
brotan durante breves periodos de tiempo. Entonces sus copas mutan a un verde
intenso, aunque por pocas semanas, puesto que el aspecto más habitual de estos árboles
endémicos es despoblado de hojas.
El tronco es como una coraza
metálica. Cuando una mano se desliza por su corteza, lisa como la de un cerezo
y con un tono rojo que también lo recuerda, uno tiene la certeza de hallarse
ante una de las maderas más duras y compactas del planeta. Abrazar un baobab es
como hacerle mimos a un viejo de un millar de años.
NO ES UN ATARDECER CUALQUIERA
No hay nadie que acuda a Madagascar sin ambicionar esa
sensación: un crepúsculo en la Avenida de los Baobabs, levantando la vista y
adorando esa muestra de paciencia y resistencia de la naturaleza, algo que
empequeñece al observador para poner las cosas en su sitio de quién es cada
cual en la escala evolutiva.
Seis de las ocho especies de baobab
crecen en Madagascar, un pedazo de África que hace 165 millones de años zarpó
de la costa del continente, quedándose frente a Mozambique para adornar el
Océano Índico con su silueta de punta de lanza. Fruto de ese aislamiento
prolongado, esta isla de 587.000 km2 (casi tan grande como Francia) se ha
convertido en un arca donde las especies tomaron su propia senda.
LA ISLA DE LOS PELUCHITOS INOFENSIVOS
A diferencia del continente cercano o de otra isla
gigantesca como Australia –donde parecen haberse concentrado todas las
criaturas venenosas y mortíferas del mundo–, en Madagascar los bichos que la
habitan decidieron adoptar la estrategia del camuflaje y la huida. Es una de
las cosas que más llaman la atención: aquí no hay temor a salir de la tienda de
campaña y enfrentarse a fieras que desean comerte, serpientes de picadura
mortal o arañas malignas.
Madagascar está poblado, mayoritariamente, por unos
peluchitos inofensivos, acompañados de camaleones sonrojados, insectos-palo
flemáticos, erizos adorables y aves que parecen un muestrario de pinturas. Solo
dos animales rompen esta norma: el fossa, un mamífero más pequeño que un zorro
común, aunque los malgaches lo califiquen de «puma africano», seguramente para
exagerar por no tener más alimañas en el catálogo faunístico; y el cocodrilo
que, este sí, es de cuidado.
Fuente: National Geografic-
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