Ama tanto los animales
que quiso estudiar agronomía y también auxiliar veterinaria, pero su conexión
la encuentra en su talento para dibujar: retrata caballos a pedido de la gente.
Su historia, en una nueva entrega de ELLAS.
Siempre me
gustó dibujar, expresaba con el lápiz lo que no podía decir
con palabras, y de chiquita amaba los animales. Hoy sé que soy una bendecida por dibujar
así y vivir de lo que amo, dibujar es mi calma, mi paz”.
Las palabras
rubrican una síntesis de lo que siente Federica Oporto, una joven de 27 años que, después de buscar otras
carreras para ganarse la vida, se dio cuenta que la principal herramienta
estaba en sus manos y su capacidad para retratar caballos (también pinta otros
animales) importantes para las personas.
Nació en Córdoba, pero de pequeña se fue a
vivir con su familia a General Pico (La Pampa). Se define como “dibujante, autodidacta”.
Recuerda ir a
una chacra familiar en la que se enamoró de los caballos, que hoy son su
pasión, pero también de los animales en general: “Gallinas,
conejos, chanchos, ovejas, había de todo y ahí estaba yo”, cuenta.
Empezó a
estudiar agronomía, pero dejó; también estudió auxiliar de veterinaria. Sin
embargo, después de un tiempo de buscar “un título”, encontró en los lápices
eso que estaba buscando.
Buscando información en su familia,
para saber de dónde venía ese amor por el campo y los caballos, siendo que su
madre es periodista y su padre mecánico de aviones, Federica encontró que por
parte de su papá, había una tátara abuela que pintaba al oleo,
de hecho en su casa hay cuadros. Y un hermano del abuelo de su papá jugaba al
polo, y tiene el taco allí en la casa.
“Pintar los
caballos y sus historias me permite estar siempre cerca de ellos”, cuenta
Federica, que hace un tiempo fue mamá. “Sólo mueren los sueños cuando muere el
soñador”, se repite cuando las cosas no van bien o le cuestan. Es su frase.
En otro capítulo
de la serie de podcast ELLAS, Federica es la protagonista.
– ¿Cómo fue tu
infancia? ¿Qué hacías de niña?
–
Siempre en la quinta de mis abuelos, con mis primos, esos veranos de pileta y
muchos animales. Mi abuelo tenía un hermano que tenía unas hectáreas en las que
había de todo. Y cuando digo de todo es caballos, conejos, chanchos, ovejas,
vacas… y yo siempre metida ahí, tratando de hacer algo, siempre jugando en la
naturaleza, en libertad, siempre me gustó jugar sola, porque me gustaba tanto
estar con animales que rara vez encontraba alguien que me pudiese seguir en
eso. Mi infancia fue esa, conectando con la naturaleza y conmigo misma.
– Más
allá de ese espacio, ¿qué hacían tus padres? ¿Tenían alguna conexión con el
campo?
– No. Mi mamá es periodista y mi papá
es mecánico de aviones. Lo de los animales es algo muy mío. Pero después,
cuando fui averiguando en la familia, por parte de mi papá hubo una generación
que tuvo campo. Y a mi papá le encantan los caballos. El campo siempre fue un
lugar donde me sentí feliz.
– Terminaste el
secundario y llegó el momento de estudiar. ¿Qué elegiste y por qué?
–
Cuando terminé la secundaria fue medio raro porque todos mis compañeros tenían
su carrera elegida y yo no, porque estaba tan metida con el dibujo que no
encontraba otra cosa. Había pensado en estudiar bellas artes, pero no me
gustaba tanto la salida laboral que tendría. La docencia. Siempre me gustó
pintar sola. Me gustaban mucho las plantas, los animales, pensé en veterinaria,
pero como me da lástima cuando a un animal le pasa algo no me animé. Así fue
como me fui a Santa Rosa a estudiar agronomía.
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