Muchos conocen el
famoso hotel termal de Villavicencio, en Mendoza, aunque nunca lo hayan visto. La imagen de su fachada blanca y sus techos
rojos, rodeados de montañas y de bosque, circula entre millones de manos cada
día, consolidada como una de las identidades comerciales más fuertes de la
Argentina. Es inevitable no sorprenderse al verlo, cuando se comprueba que el
dibujo es una reproducción exacta de la realidad.
Su apariencia no
cambió desde el momento de su inauguración, en 1940, como hotel de lujo. Luego de décadas de abandono, en años recientes las obras aún en curso lograron devolverle el
brillo de antaño. El viejo hotel acompañó los altibajos del país:
lo terminaron de construir durante los últimos tiempos dorados de la Argentina
pero fue recibiendo los distintos golpes que achicaron la economía del país
desde entonces, hasta tener que cerrar en 1978. Cuando el grupo francés Danone
compró la marca de agua mineral, la espléndida mansión y sus inmensos terrenos
formaron parte del paquete. Desde entonces, lo vienen poniendo en valor,
primero con la creación de una reserva natural y luego con varias obras.
A pesar de su
imponente tamaño, el exhotel no llega a ser un castillo. Sin torreones que
hubieran puesto algo de romanticismo en ese rincón de las montañas mendocinas,
el estilo de su diseño tiene más bien reminiscencias de las casonas normandas,
como los suntuosos chalets de Mar del Plata de los años 30. Su primer dueño,
Ángel Velaz, lo hizo levantar en el lugar de una sencilla hostería que, antes
todavía, había sido una precaria posta, sobre el camino que iba desde
Mendoza a Uspallata y Chile. Uno de sus huéspedes más ilustres fue Charles
Darwin, que la describió en 1835 como “la choza aislada de Villavicencio”.
El nombre se lo
debe a un militar español que se asentó en aquellos parajes luego de haber
encontrado vetas de metales preciosos en la montaña. El verdadero tesoro, sin
embargo, lo encontró Velaz, cuando canalizó la vertiente de agua mineral y
empezó a embotellarla para venderla. Su hotel tenía así el doble propósito de
convertirse en un centro termal y de promocionar las aguas de Villavicencio embotelladas.
El precioso
líquido cristalino, filtrado a lo largo de años dentro de las entrañas de los
Andes con un nivel de pureza once veces más alto que los estándares
recomendados por la OMS, llegaba hasta el baño de cada una de las 30
habitaciones originales. Un lujo más en ese hotel refinado. De aquellos tiempos queda el
bebedero, una canilla a un costado de la terraza de la planta baja del
edificio. Es agua de Villavicencio y cada visitante puede llenar su botella
libremente.
El Villavicencio Park,
que abrió hace unos meses. Es un parque con varias actividades: circuitos de
arborismo de varios niveles de dificultad, una zipline extrema (la presentan
como la más larga del continente), tirolesas, senderos para bicicleta y un
mini-park para los más chiquitos. Es la gran novedad de esta temporada de
verano. Las próximas noticias seguramente se referirán al hotel en sí, porque
siguen avanzando las obras.
Ecoturismo sustentable
Además, desarrollaron un circuito de estaciones numeradas para que los visitantes, entre
la cartelería de las estaciones y el folleto, puedan obtener la información de
cada sitio y realizar la visita completa. “También hemos
desarrollado una app de la reserva que complementa la visita con información
adicional y tiene trivias y juegos para entretenerse durante el recorrido”,
comenta Carolina Ivachuta, Gerenta de Comunicación Interna y Externa de Aguas
Danone de Argentina.
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