La cultura popular dice que las caracolas guardan el sonido del
mar en su interior y que, con el simple gesto de acercar su agujero a la oreja, podemos escuchar el mar en una caracola, pero en realidad lo que escuchamos es una ilusión
acústica creada por el cerebro.
Para que esta ilusión acústica, de escuchar el mar en una caracola, se produzca no hace falta una caracola, lo que necesitamos es un objeto de tamaño mediano, semicerrado y rígido. Nos serviría, por ejemplo, un vaso de cristal, pero no un zapato.
El sonido se propaga por medio de ondas que, cuando
chocan con algún objeto, se dividen a su vez en tres ondas: una
onda traspasa el objeto, otra se queda atrapada y hace vibrar el objeto y otra
sale rebotada y continua en el exterior. Las dos primeras ondas hacen que un
objeto semicerrado, en contacto con nuestra oreja, se convierta en un
amplificador y sintamos escuchar el mar en una caracola.
Ciertas frecuencias sonoras se amplifican más que
otras ya que la caracola tiene unas dimensiones y su material vibra a ciertas
frecuencias. Cuando este material vibra no opone
resistencia a dicha frecuencia, pero sí a otras y no las deja atravesarlo tan
fácilmente. La confluencia de estas frecuencias provoca la sensación de
escuchar el mar en una caracola.
¿Y por qué parece que escuchamos el mar en una caracola?
En el caso de la caracola, cualquier
perturbación sonora que se produce a su alrededor contribuye a generar el
sonido en su interior, ya sea un coche pasando, alguien
hablándonos cerca, o un simple soplo de aire golpeando suavemente el exterior
de la concha. Un murmullo imperceptible se nos hace audible y podemos percibir
un intervalo muy definido de frecuencias. Como las
perturbaciones externas son fluctuantes, tenemos la sensación de escuchar el
mar en una caracola.
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