SOCIEDAD Y CULTURA

Revista El Magazín de Merlo, Buenos Aires, Argentina.



viernes, 13 de diciembre de 2013

ZAATARI, un desierto que es el infierno en la tierra, SIN derechos como humanos, los niños se llevan la peor parte.


Un desierto inclemente, sin agua, baños, cloacas y sin luz.
Estos seres humanos estan viviendo este calvario en este instatante.
Vivir con la constante amenaza de ser bombardeados por su cercanía con Siria.
Zaatari es un campo de refugiados cerca de la frontera con Siria. Tuvo que ser abierto por el Gobierno jordano en mayo del año pasado ante la avalancha de decenas de miles de personas que huían de una guerra que ya se ha llevado por delante 100.000 seres humanos. El ambiente en el campo es lógicamente contrario a El Asad.

Huyen a pie entre las montañas para salvar sus vidas.

El impacto de las muertes de inmigrantes en el Mediterráneo —una vez más—, se suma al también masivo crecimiento de refugiados en los países de la región seguramente más convulsa del planeta. Uno de esos países es Jordania, que soporta una carga migratoria que está a años luz de distancia de aquella de la que se quejan los Estados del sur de Europa. Allí, en Jordania, está Zaatari.

Huyen de las masacres de los fanaticos religiosos
que se ufanan de asesinar niños.

La guerra civil Siria estalló en marzo de 2011. Se inició con la reclamación de libertad para las escuelas en la ciudad de Deraa. Todo un símbolo de quienes más han sido dañados por la profunda diáspora originada por la confrontación militar: los niños.
Se calcula que, de los 22 millones de sirios que forman (o formaban) parte de ese país, 4 millones están desplazados en la propia Siria y 2 millones refugiados (la mitad niños) en Egipto, Líbano, Turquía o Jordania. En este último país hay 600.000 (!) refugiados, 120.000 de ellos en el campo de Zaatari.

Llegar al desierto para ser tratados como ganado.

El horizonte ante ellos es una guerra pueden prevalecer años. Por eso, a quienes viven en las tiendas de campaña de Naciones Unidas desde hace meses no les dice mucho el procedimiento acordado en Nueva York entre los cinco Estados con derecho a veto en el Consejo de Seguridad sobre la identificación, traslado y destrucción de las armas químicas prohibidas por los tratados sobre Derecho Humanitario. Suceda lo que suceda en Siria, la catástrofe humanitaria es irreversible. No hay más que ver lo que ocurre cada día en Zaatari. Hay allí 64.000 niños, de ellos solo 10.000 acuden a recibir clases. el resto es una generación perdida hasta no se sabe cuándo.

Niños con hambre y sin educacion.

En Zaatari, los incidentes de orden público los protagonizan sobre todo estos niños, invadidos por una atmósfera de violencia, a los que no se les puede ofrecer una perspectiva de vida creíble. Se sienten humillados cuando los visitantes los miran con curiosidad o les sacan fotografías.

Huir de cualquier forma es la consigna.

Quienes trabajan en Zaatari reconocen su incapacidad para abordar los innumerables casos de abusos sobre mujeres y niños que se producen indefectiblemente en ese territorio extraño, terrible y en un inhóspito desierto, transformado en campo de refugiados.

La desesperacion por el agua

Todos han dejado cosas importantes en Siria, casas, propiedades, familia, amigos, amores. Difíciles de recuperar. No les es posible creer en la transitoriedad de su estancia en el campo. Quizá por esto algunos tratan de vender las cosas más inverosímiles en las pequeñas tiendas —si se puede llamar así a los tenderetes— que jalonan la calle principal de Zaatari, la cual arranca desde un punto en el que un cartel dice: “Avenue Champs Elysées”.

El hambre acosa a los niños.

Nadie tiene la mínima seguridad sobre qué será de él en el futuro, ni siquiera sobre el más inmediato. Según los representantes de ACNUR, Unicef y otros organismos en la zona, la atención a los refugiados cuesta “demaciado”. Por el momento, solo hay dinero hasta noviembre. Luego, no se sabe. Hay una palabra que define esa situación: insostenible.

Las lluvias inundan el desierto y se mezcla los desperdicios humanos
que recorren el campo de refugiados atraves de las carpas.

Los europeos no han jugado un papel destacado en las negociaciones entre EE UU y Rusia por alcanzar un acuerdo sobre la destrucción de las armas químicas en poder del Estado sirio. Tampoco parece que lo vayan a jugar en la conferencia de paz Ginebra II, si es que se llega a celebrar (una de las múltiples facciones rebeldes se acaba de descolgar de ella). Y tampoco en el acuerdo regional imprescindible, en un conflicto que está desde su comienzo internacionalizado.

Oro liquiquido es el agua para miles de seres desesperados que lo perdieron todo.

Sin embargo, hay algo en lo que la Unión Europea y sus Estados miembros, entre ellos España, a través del Presupuesto, pueden hacer mucho. Me refiero, claro está, a la ayuda humanitaria y educativa a los refugiados, que es la peor cara del drama sirio. Y me refiero, por supuesto, al campo de Zaatari, que tiene en su entrada un decálogo de prioridades, cuyo primer punto es el agua y cuyo segundo punto es también el agua.
Las lluvias todo lo complican
 
Si no hemos podido evitar el desencadenamiento de la guerra de Siria y sus miles de víctimas, y si no podemos aún hacer que finalice, al menos hagamos lo necesario para que a los que han muerto en ese inmenso campo de batalla que son las ciudades no se añadan más por el hambre, la sed y las enfermedades de millones de refugiados, particularmente de los niños y niñas. Esa es la más cruel amenaza sobre la generación perdida de Siria.
¿Donde esta la casta protectora de los Derechos Humanos, se dignaran a pasar una noche con una de estas familias en una de sus carpas, NO lo creo?

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