José
Esteban Echeverría, escritor argentino, una de las figuras fundamentales del
romanticismo argentino e hispanoamericano. Hijo de español y criolla, quedó
huérfano de padre a temprana edad. Confesó luego haber llevado una vida
disipada entre los quince y los dieciocho años, pero fue buen alumno en el
estricto Colegio de Ciencias Morales hasta 1823, cuando lo abandonó para
dedicarse al comercio.
Entre los años 1826 y 1830,
el joven Echeverría, becado por el gobierno de Rivadavia para formarse
profesionalmente en París, tuvo la oportunidad de observar de cerca el auge del
movimiento romántico francés, llegado de Alemania a principios del siglo XIX de
la mano del vizconde de Chateaubriand y de Madame de Staël. No era ajeno a esta
nueva tendencia artística y literaria un sesgo utópico, de carácter socialista
y liberal, que se enriquecía con el aporte de pensadores como Saint-Simon y
Gaston Leroux.
Las notas salientes del
romanticismo, como la exaltación del color local, el estudio de la historia
nacional o la búsqueda de un lenguaje propio como elemento diferenciador de una
cultura, no dejaron de llamar la atención de Echeverría, quien las vio como un
catálogo de principios susceptibles de ser trasladados a la nueva realidad
americana. En efecto, tales principios estéticos y filosóficos parecían
adecuarse a la perfección a los ideales de la Revolución de 1810.
Ya en Buenos Aires y con
Rosas en el gobierno, Echeverría publicó de manera anónima, en 1832, Elvira
o la novia del Plata. Considerada como la primera obra romántica de la América de habla
castellana y una de las primeras de la lengua, en ella se perciben algunas
marcas del nuevo ideario estético.
La importancia de esta
obra, así como la de sus siguientes libros (Los consuelos, 1834, y Rimas,
1837, que contiene el célebre poema La cautiva), reside más en sus temas
y en la oportunidad de su tratamiento que en la calidad literaria de sus
versos. La cautiva es un extenso poema de 2.142 versos divididos en
nueve partes y un epílogo; cuenta la historia del trágico destino de Brian, un
soldado prisionero de los indios, y de María, su mujer, cautiva en la misma
toldería. Pero no son las alternativas de su fuga penosa y fracasada lo que
importa del poema, sino la incorporación del paisaje nacional (en este caso, el
desierto argentino), el desarrollo de una temática local (las tolderías, los
malones, los cautivos) y la utilización de algunas acepciones particulares del
castellano hablado en la
Argentina de la época.
Algunos de los cantos de La
cautiva fueron leídos, en el mismo año de su publicación, en el Salón
Literario que dirigía Marcos Sastre (1809-1887). En efecto, en la Librería Argentina ,
propiedad de Sastre (quien después destacaría como pedagogo y autor de una
singular novela, El temple argentino, publicada en 1848), se desarrolló
en 1837 una serie de reuniones, convocadas por Echeverría, para exponer y
discutir temas de índole política y literaria. Juan Bautista Alberdi, Juan
María Gutiérrez, Sastre y Echeverría fueron los más destacados y entusiastas
miembros del Salón.
El progresivo cariz
político de la actividad del Salón provocó su clausura por parte del gobierno
de Juan M, de Rosas. Pero algunos de
los contertulios siguieron reuniéndose en la clandestinidad, y en ese marco, en
junio de 1838, fue fundada la
Asociación de Mayo, para la que Echeverría redactó las Palabras
simbólicas, también conocidas como Credo o Creencia de la Joven Argentina. Se trata en realidad de un listado de quince enunciados que resumen el
espíritu de la nueva generación; fueron aprobadas en agosto de ese mismo año,
cuando la policía del gobierno de Rosas ya había descubierto la actividad
clandestina de la
Asociación de Mayo.
El primero de enero de
1839, ya exiliado en Montevideo, Juan Bautista Alberdi publicó el Credo
de Echeverría en el periódico El Iniciador, bajo el título de Código o
declaración de los principios que constituyen la creencia social de la República Argentina. Ese mismo año se recrudeció la represión del gobierno de Rosas para
con sus opositores políticos, lo cual obligó a casi todos los miembros de la Asociación a emprender
el camino del destierro: Gutiérrez y Alberdi se marcharon a Montevideo, y
Echeverría a Colonia primero y a Montevideo después, donde moriría años más
tarde.
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