SOCIEDAD Y CULTURA

Revista El Magazín de Merlo, Buenos Aires, Argentina.



domingo, 8 de diciembre de 2019

Cultivar ROSAS era su destino-

La historia de vida de Agustín Torres Toledo tranquilamente podría servir para el guión de una película. Inquieto como pocos fue de aquí para allá hasta encontrar su verdadera vocación.

 En realidad, este hombre nacido y criado en el ejido de San José de Feliciano nunca supo que se iba a dedicar a cultivar rosas, aunque la muerte de su padre en 1983 le reveló una habilidad que había adquirido cuando vivía en San Pedro, una localidad bonaerense donde todavía viven sus tres hijos. Allí hizo la colimba, pero también cosechó durazno y de la mano de una “changa” trabajó en un vivero “sacando rosas para envasar”.

El campo de siete hectáreas en Entre Ríos quedó a su cargo por ser el mayor de seis hermanos, así como también el legado paterno de tener que producir la tierra. Empezó produciendo guinea (la paja que sirve para elaborar escobas) luego se dedicó a la producción de algodón y luego batatas, hasta que una intoxicación con agroquímicos lo dejó al borde de la muerte. 

Fiel a sus principios nunca se dio por vencido, pese a que un  grave problema motriz -provocado por la mala manipulación de agrotóxicos- le impedía trabajar con normalidad. “Por recomendación de un conocido empecé a consumir aceite de carpincho: durante dos años tomaba una cucharada por día. Gracias a Dios hoy ando bien”, contó este hombre bonachón, que se presta al diálogo como si conociera a su interlocutor de toda la vida.

Torres Toledo había experimentado con diferentes cultivos, pero encontró en las rosas un espacio donde explorar y descubrir nuevas formas de producción. Las primeras estacas silvestres que le enviaron sus hijos desde San Pedro fueron decisivas para que avanzara en el proyecto, que en 2006 tuvo su lanzamiento oficial. El emprendimiento que se denominó vivero El Silencio echó raíces en las afueras del ejido de Feliciano.“Arranqué con las primeras 1.720 plantas, que son del tipo orgánico. Se necesitan dos años para hacer una planta de rosa”, mencionó el hombre de 65 años. 

Los comienzos fueron difíciles, por eso necesitó del asesoramiento de un injertador de San Pedro. Detalló que las plantaciones de las estacas comienzan a partir de julio y se extienden hasta  setiembre cuando luego serán injertadas –hacia marzo o abril- a yema dormida y listas para su venta un año después.

La rosa se distingue por diferentes atractivos, pero principalmente por su color. Y lo particular en el vivero de don Torres Toledo es la variedad de colores: en la actualidad cuenta con 44. Los mismos se logran a partir de los colores básicos rojo, blanco, amarillo y rosado, mientras que en cada uno de esos colores existen matices, es decir colores más simples. El productor lo explica de la siguiente manera: “En rojo -por ejemplo- tenés un rojo sangre, un rojo terciopelo; en blanco tenés una variedad que se llama blanco Versalles, que tiene pocos pétalos pero gruesos”.

En el tramo final de la charla cuenta que se encuentra tramitando su jubilación, que se la pasa pensando en cómo mejorar la calidad de sus plantas y que con poca inversión en tecnología pudo desarrollar un emprendimiento único en su tipo. “Esto requiere trabajo y un conocimiento acabado del oficio”, precisó.  Lejos de relajarse, ya se plantea nuevos desafíos y mientras recibe pedidos, avisa que va por más.

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