LA CIUDAD SE HA CONVERTIDO en un gran hipermercado. Cada día unos mil mensajes nos incitan a comprar artículos que no necesitamos. Estamos inmersos en el consumismo que se alimenta de la influencia de la publicidad y ésta se basa en ideas tan falsas como que la felicidad depende de la adquisición de productos.
Consumir
quiere decir tanto utilizar como destruir. En la sociedad de consumo no sólo
sentimos cada vez mayor dependencia de nuevos bienes materiales y derrochamos
los recursos, sino que el consumo se ha convertido en un elemento de
significación social. Se compra para mejorar la autoestima, para ser admirado,
envidiado y/o deseado.
**En la población joven, el porcentaje de adictos sube
hasta el 46% (53% de las mujeres y 39% de los varones) y el 8% alcanza niveles
que pueden rozar lo patológico, según un estudio europeo-
El
peligro es que las necesidades básicas pueden cubrirse pero las ambiciones o el
deseo de ser admirados son insaciables, según alertan los expertos. En la
sociedad de consumo encontramos tres fenómenos que le son propios y que juntos
producen lo que se ha denominado adicción al consumo.
Por un lado,
la adicción a ir de compras. Hay quien se habitúa a pasar su tiempo en grandes
almacenes o mirando escaparates como fórmula para huir del tedio. Esta
tendencia puede estar o no asociada a la compra compulsiva. En segundo lugar,
un deseo intenso de adquirir algo que no se precisa y que, una vez adquirido,
pierde todo su interés. Esta inclinación se relaciona con situaciones de
insatisfacción vital.
Por
último, y asociada a la compra compulsiva, está la adicción al crédito, que
impide controlar el gasto de una forma racional. Las tarjetas de pago y otros
instrumentos de crédito que nos invitan a comprar cuanto se nos antoje y
producen un sobreendeudamiento facilitan esta adicción. La cuesta de enero es
un claro ejemplo de este endeudamiento y una consecuencia, a su vez, de que se
ha mercantilizado (como casi todo) la Navidad. Este fenómeno del sobreendeudamiento
preocupa en la Unión Europea como problema socioeconómico, lo que ha dado lugar
a la existencia de un proyecto auspiciado por el Instituto Europeo
Interregional de Consumo.
LOS
JÓVENES, MÁS VULNERABLES. Para los jóvenes europeos y españoles analizados (16
años) comprar es una de las actividades más divertidas que ofrece una ciudad.
Les gusta entrar en los centros comerciales, sienten un deseo permanente de ir
de compras y adquirir cosas nuevas, y su grado de impulsividad en la compra y
de falta de autocontrol y responsabilidad económica es muy alto.
Para
Jesús de La Gándara, jefe de la Unidad de Psiquiatría del Hospital General
Yagüe de Burgos y pionero en definir el fenómeno de la compra compulsiva, la
explicación está en que la adolescencia es una etapa en la que se tienen
mayores dificultades para controlar los impulsos. De todas maneras, no deja de
ser preocupante el resultado del estudio auspiciado por la Dirección General de
Consumo de Castilla la Mancha: la aceptación de los valores consumistas que se
suma a la mayor vulnerabilidad ante los mensajes publicitarios es mayoritaria
en los jóvenes. ¿Abandonarán esa escala de valores con la madurez en una
sociedad en la que se confunde el valor con el precio y se desprecia lo que no
se comercializa?
Éstas son algunas de las preguntas
que pueden encender la luz de alarma: |
A menudo me
disgusto por haber gastado el dinero tontamente. Cuando me
siento triste o deprimido suelo comprar para animarme. Hago
compras por impulso. Cuando veo
algo que me gusta, no me lo quito de la cabeza hasta que lo compro. Compro
cosas inútiles que después me arrepiento de haber comprado. Se me va el
dinero sin darme cuenta. A menudo,
cuando recibo el extracto de las tarjetas me sorprende ver las compras que
había olvidado.
Frecuentemente me precipito comprando cosas sin haberlo pensado bien. Compro ropa
que después no uso. |
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