LECTURA de FIN de SEMANA: Se conoce como Inquisición o Santa Inquisición a una serie de instituciones
y procedimientos judiciales dependientes de la Iglesia católica o de
clérigos al servicio de gobiernos seculares que surgieron en Europa en la Edad Media y la Edad Moderna.
Su función era la detección, persecución y
condena de la herejía mediante interrogatorios, torturas y
otras técnicas de obtención de pruebas. El término “inquisición” proviene del
latín “inquisitio”, que alude a la acción de inquirir, es decir, examinar
detenidamente algo.
Los procesos eran conducidos por inquisidores, agentes
eclesiásticos con la potestad de someter a juicio la fe de las
personas y de ejercer roles judiciales y de investigación. Cuando se dictaban
penas de muerte, la ejecución del castigo recaía en las autoridades civiles.
La Inquisición surgió como un procedimiento judicial de la Iglesia
católica en 1184 cuando el papa Lucio III promulgó la bula Ad
abolendam en la que encargó a los obispos que investigaran y
persiguieran a personas sospechosas de herejía (es decir, contrarias al dogma
eclesiástico) en sus diócesis.
La Inquisición de esta época se dirigió principalmente contra los
cátaros y otros herejes como los valdenses, pero funcionó de forma
intermitente y no fue organizada por una institución central sino por los
obispos. Por esta razón se la suele llamar Inquisición episcopal.
En 1231 el papa Gregorio IX promulgó la bula Excommunicamus,
en la que estableció la creación de tribunales eclesiásticos y el nombramiento
de los primeros inquisidores sometidos directamente a la autoridad papal,
mayormente frailes dominicos y franciscanos. A este grupo de instituciones se
lo suele llamar Inquisición papal o pontificia.
La Inquisición en la Edad Media
Los tribunales de la Inquisición pontificia en la Edad Media eran presididos
por un inquisidor que actuaba como delegado del Papa. Los procesos por
herejía podían comenzar sin que existiera una acusación formal, por lo que una
mera sospecha era razón suficiente para iniciarlos.
El inquisidor ofrecía al sospechoso la
posibilidad de confesar su culpabilidad bajo juramento
y de testificar también contra otros, lo que ampliaba la lista de personas a
investigar e interrogar. Estos juicios solían ser secretos y el sospechoso
carecía de un abogado o una defensa, aunque se mantenía un registro escrito que
anotaba un notario. A partir de la bula Ad extirpanda (1252)
del papa Inocencio IV, el inquisidor estaba autorizado a emplear la tortura
para obtener confesiones, tarea de la que se ocupaban asistentes laicos.
Los sospechosos solían permanecer
encerrados en prisiones mientras duraba el proceso. El inquisidor interrogaba
también a testigos y consultaba con letrados. Las sentencias a quienes
eran encontrados culpables de herejía eran dictadas en una homilía pública.
Quienes manifestaban arrepentimiento podían recibir penitencias religiosas, el
estigma de llevar cruces amarillas en sus ropas o la prisión. Quienes se
negaban a abjurar eran condenados a morir en la hoguera y entregados a la
autoridad secular para que cumpliera la ejecución. Los bienes del condenado
eran confiscados y empleados para sufragar los gastos del proceso y de la
ejecución.
La Inquisición española.
Aunque ya había sido introducida en el
reino de Aragón en el siglo XIII, la Inquisición fue instaurada
formalmente en el reino de Castilla en 1478 por la bula Exigit
sincerae devotionis affectus del papa Sixto IV. Esta bula facultaba a
los Reyes Católicos para
nombrar inquisidores que debían investigar y castigar presuntos casos de
herejía en el territorio de las coronas de Castilla y Aragón.
Lo peculiar de la Inquisición española fue que, aunque reconocía la
autoridad papal, dependía directamente de la monarquía española.
La Inquisición portuguesa, que nació a comienzos del siglo XVI, imitó este
modelo y quedó bajo la autoridad principal de la corona de Portugal.
Los primeros inquisidores del Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición
(como se llamó a la Inquisición española) fueron nombrados en 1480 y se
desempeñaron en Sevilla, donde tuvo lugar el primer “auto de fe” en 1481 que
condenó a seis personas a morir en la hoguera. Los “autos de fe” eran
ceremonias públicas en las que los acusados podían abjurar de sus presuntos
errores o ser entregados al “brazo secular” (es decir, a la autoridad civil)
para su ejecución.
El Martillo de las brujas (en latín, Malleus
maleficarum) es un tratado exhaustivo sobre brujería y caza de
brujas escrito por el fraile dominico e inquisidor alemán Heinrich
Kramer con la posible coautoría del fraile Jakob Sprenger.
Se publicó originalmente en Alemania en 1486 y tuvo numerosas
reediciones durante los siglos XVI y XVII. Junto con la bula Summis
desiderantes affectibus (1484) del papa Inocencio VIII (que daba su
aprobación a la persecución y castigo de “brujas” por parte de la
Inquisición), Malleus maleficarum contribuyó a difundir por
Europa y partes de América la visión de la brujería como una forma de satanismo
y como una de las herejías más peligrosas.
Este libro describe el fenómeno de la
brujería mediante una recopilación de creencias preexistentes y detalla los
procedimientos para descubrir, interrogar (recurriendo a la tortura) y juzgar
especialmente a las mujeres sospechosas de ser “brujas”. Además presenta a las mujeres como particularmente inclinadas a
caer en la tentación del diablo.
Fuente: https://humanidades.com/inquisicion/#ixzz8OmnAxeyG
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