Debemos crear otros mundos
posibles, mundos sin opresión, dominación, ni explotación”.
Marina Larrondo y Sacha Lione
comparten los hallazgos de sus estudios enfocados en las juventudes y en pensar
la ciencia en clave de género. El feminismo se configuró como un nuevo modo de
vivir y de estar en el mundo: en los últimos años irrumpió en las calles, en
las instituciones académicas, políticas, educativas y hasta en la vida
cotidiana de las personas.
La lucha por una mayor equidad de
género, contra los prejuicios machistas y las injusticias patriarcales alcanzó
su hito más visible cuando miles de mujeres salieron a marchar por las calles
de Argentina reunidas bajo la consigna “Ni Una Menos”. ¿De qué modo esa
irrupción en la arena pública se traspola hacia la intimidad de las nuevas
generaciones? En el marco del Día Internacional de la Mujer, la investigadora
del CONICET Marina Larrondo y la becaria doctoral Sacha Lione reflexionan sobre
las transformaciones que vislumbran en las y los jóvenes de escuelas
secundarias, y en las nuevas generaciones de científicas y científicos del
CONICET, respectivamente.
“Los feminismos en las nuevas generaciones influyen de múltiples
maneras”, advierte Larrondo, cuyo lugar de trabajo es el Centro de
Investigaciones Sociales (CIS, CONICET-IDES). “El feminismo y los movimientos
de la disidencia sexual se expresan en el campo académico e intelectual, son corpus de
ideas, teorías, visiones del mundo, análisis, modos de nombrar, y, además son
diversos y polemizan entre sí. Pero, obviamente, no se trata sólo de teorías.
Son a la vez luchas políticas en las que se pone la cabeza y el cuerpo. Por
ende, también impactan de un modo político y subjetivo en las juventudes”.
En este sentido, Lione, que trabaja en el Instituto de
Humanidades y Ciencias Sociales del Litoral (IHUCSO, CONICET-UNL) orientando
sus estudios en cómo se introduce el género en la trayectoria de investigadoras
científicas, señala que “si bien los feminismos tienen una larga historia en
nuestro país, en la actualidad nos encontramos frente un nuevo clima de época
caracterizado por la masividad y la fuerza del movimiento en el espacio
público”.
Tanto Lione como Larrondo ubican al año 2015 como un punto de
inflexión para el movimiento feminista. “En 2015, con las marchas de Ni Una
Menos, los feminismos ingresan a los debates públicos, produciendo un impacto
en las subjetividades de much*s investigador*s y en las instituciones
científicas”, apunta Lione.
Y Larrondo, que estudia la
relación entre la política y la escuela secundaria, agrega que “en América
Latina, a partir de entonces, la juventud ha tomado fuertemente un conjunto de
demandas concretas pero también de posiciones político subjetivas que han
transformado -o están en camino a transformar- sus ideas políticas, sus formas
de pensar y pensarse en un sentido muy profundo, sus modos de estar en el
mundo, de vincularse con sus cuerpos, con lxs otrxs, hasta el modo de mirarse a
si mismxs y su sexualidad.
Los feminismos y el
antipatriarcado han permitido poner en cuestión lo establecido. Los y las
jóvenes de hoy no están dispuestos a asumir como propios y a sufrir las consecuencias
de un régimen patriarcal de subjetividad, o, dicho de un modo más simple,
formas de vivir, sentir, vincularse sexo afectivamente, trabajar y expresarse
bajo la órbita del machismo”.
¿Cuáles son, concretamente, esos cambios acaecidos y que se hicieron
más visibles a partir de 2015? En el caso de las y los estudiantes secundarios,
Larrondo señala que “hoy los chicos y las chicas piden libertad para vestirse
con la ropa que deseen más allá de los uniformes, de expresar su identidad
sexual, usar aritos, piercings, colores de pelo. Esto tiene que ver con la
libertad en el uso de sus cuerpos y su identidad. En segundo lugar, en la
denuncia y escraches a personas y situaciones vinculadas al abuso sexual.
En tercer lugar, en denuncias y
escraches a situaciones machistas y de otras violencias más simbólicas hacia
las chicas”. En el caso del ámbito científico, Lione, que como científica
analiza los modos en que las desigualdades estructurales se producen y
reproducen en las instituciones a la par que condicionan a las personas que las
integran, subraya que en las entrevistas que realizó con científicas para su
trabajo de campo vislumbró cambios discursivos profundos que se han dado en los
últimos años: “Las mujeres científicas ahora dan cuenta de conocer los temas en
agenda, entendiendo como problemática la mayoría abrumadora de varones en los
espacios de mayor jerarquía del sistema científico y la concentración de
mujeres en algunas disciplinas y no en otras. Estos dos ejes son los que
mayormente han sido puestos en agenda mediante acciones de sensibilización
llevadas adelante por jóvenes investigador*s y por los grupos de género
institucionales y han impactado en la comunidad científica”.
En tal sentido, Lione reconoce que, con posterioridad a 2015, el
hecho de que se hayan multiplicado las charlas sobre género y ciencia en los
institutos, universidades y centros de investigación también es un punto
crucial que favoreció todos estos cambios: “Las charlas hicieron que muchas
personas hayan podido ponerle nombre a sus malestares y que se produzca un
pasaje de lo personal a lo social y político”.
Puntualmente trae a colación el
relato que una investigadora realizó para una de sus entrevistas de trabajo de
campo, en el que “ella contó que, no sin prejuicios ni malas caras de sus
superiores, asiste a una actividad por el día de la mujer donde da una
conferencia Dora Barrancos y queda sorprendida porque todo lo que Dora decía le
había pasado a ella a lo largo de su carrera. Ahí se produce una ruptura en los
modos en los que ella misma se pensaba porque algo que consideraba del orden
personal y vivía con peso y culpa, ´le pasaba a muchas mujeres que se dedicaban
a la ciencia`. Creo que, parafraseando a Bourdieu, si el feminismo logra que
quienes sufren desigualdades puedan atribuirlas a casusas sociales y puede
continuar produciendo conocimientos sobre el origen social de las
desigualdades, ello puede contribuir a deshacer lo que el sistema androcéntrico
ha hecho”.
Ante la pregunta, entonces, de cómo está transformando la
juventud al feminismo, o a los feminismos y movimientos de la disidencia
sexual, Larrondo resume: “Las juventudes han aportado nuevas discusiones y
reclamos, han decidido retomar y tomar en sus manos una tradición teórica,
política y de lucha. En los feminismos siempre hubo jóvenes pero no siempre
fueron activistas que planteaban una agenda juvenil. Llo nuevo de las nuevas
generaciones no puede ser pensado sin lo viejo, sin lo que estaba, sin aquello
que le precede. De todos modos, es importante aclarar que cuando hablamos de
que las nuevas generaciones están emprendiendo luchas en post de una mayor
igualdad de género, esto no implica que el patriarcado esté desterrado de las
juventudes, que no existan en absoluto violencias o que los jóvenes sean portadores
de prácticas emancipatorias per se. Esto sería esencializar, y nada más lejos
no sólo de lo que sucede si no del modo científico de mirar lo social. Hablamos
siempre de tendencias, de fenómenos que se observan en mayor o menor medida en
determinados grupos, de cosas que antes no pasaban y ahora sí están pasando o
son más visibles”.
Lione, por su parte, reflexiona:
“El feminismo nos está mostrando que otros mundos posibles, y nos permiten
romper con la hegemonía discursiva actual. Necesitamos desestabilizar el
análisis binario y cisexista, cambiar las prácticas, lógicas y modos de
ser-hacer-estar en las diversas esferas del mundo social, incluso en el campo
científico. Debemos crear otros mundos posibles, mundos sin opresión,
dominación, ni explotación”.
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