La corrupción acompaña a la política desde sus orígenes. No se ha logrado eliminarla por completo en ningún rincón del planeta, más allá de los sistemas políticos, de las formas de gobierno, de las ideologías dominantes.
Sin embargo, sí se ha avanzado en controlarla en los países que han librado una frontal batalla contra ella. También es justo decir que son muchos los hombres y mujeres que a lo largo de la historia mundial han atravesado la actividad política con absoluta dignidad, honradez y nobleza.
Nuestra historia no es la excepción. También ella ha estado atravesada por distintas formas de corrupción durante más de doscientos años: fraude, tráfico de influencias, soborno. Y también entre nosotros han sido muchos los hombres y las mujeres que no se contaminaron con ninguna de esas acciones.
O sea que la corrupción no es una peste que se contrae inevitablemente por vía de contacto con la función pública. El funcionario que se corrompe es el único responsable de esa conducta. No podemos ser indolentes, tolerantes, o indulgentes con ellos. No debemos defender a ninguna persona que haya arrebatado lo que es de todos para su uso personal. Y no solo por una cuestión moral.
Los futuros gobiernos populares, todos los que participemos de ellos, tendremos que enfrentar con firmeza y claridad a quienes incurran en actos de corrupción. Sabemos que la derecha no es portadora de ningún proyecto superador, ni de futuro. Es el pasado. Su proyecto se anida en nuestros errores, en nuestras flaquezas y en nuestras debilidades. Por eso, debemos reducir a su mínima expresión esos errores propios en los que ella se hace fuerte.
El 10 de diciembre de 1997 inicié mi primer mandato como diputado nacional. Mi referente político era el diputado socialista Alfredo Bravo, quien además era nuestro emblema ético, y ejemplo de militancia y de coherencia.
Ese día, mientras ingresaba a la Cámara, Alfredo me agarró del brazo y me dijo en voz baja: “Pibe, tené siempre presente que acá, a los socialistas, muchos ojos nos observan con malicia, por lo que si alguna vez tropezás en la puerta del Congreso, los diarios al otro día van a decir que venís a trabajar borracho. Así que desde hoy, además de ser, también tenés que parecer”.
Dudo que el querido Alfredo hubiera leído mucho sobre la pos verdad, o las fake news. Pero tenía muy claro que la vara con la que se nos medía política y moralmente a quienes formamos parte del campo popular no era la misma que se usaba con los políticos del establishment.
Cuento esta anécdota porque estoy seguro de que aplica para todos los futuros funcionarios del próximo gobierno popular. Mucho se miente desde los medios hegemónicos, pero un solo acto de corrupción de cualquier gobierno popular sirve para estigmatizarnos a todos sus militantes.
De allí la necesidad de librar contra la corrupción nuestra propia, frontal batalla. Esa debe ser cuestión central en la plataforma de toda fuerza de izquierda popular. El “ser y parecer”, como bien sugería Alfredo, debe ser una máxima a cumplir por todo futuro funcionario de un gobierno verdaderamente popular.
Jorge Rivas: Titular del Socialismo, Diputado nacional.
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