Los residuos de manzanas y naranjas se transforman en vasos y cubiertos que pueden ser compostados o incluso consumidos después de su uso. Investigaciones de la Universidad de Borås producen bioplásticos a partir de residuos de alimentos.
Los objetos desechables de un sólo uso también pueden ser respetuosos con el medio ambiente. Así lo demuestra un nuevo estudio de la Universidad de Borås, Suecia, dedicado a la producción de bioplásticos a partir de residuos de frutas. La investigación forma parte de los numerosos proyectos que, en los últimos años, buscan un sustituto ecológico y funcional para los plásticos tradicionales.
Porque, aunque en muchos casos ya existen alternativas convencionales en las que confiar, el uso del plástico ofrece innegables ventajas graicas a su ligereza y resistencia. La sustitución de todas las botellas PET por envases de vidrio, por ejemplo, supondría productos más caros, pesados y frágiles, cuyo transporte tendría un mayor impacto.
Para encontrar el equilibrio adecuado entre sostenibilidad y eficiencia, la industria está explorando materiales alternativos con un bajo impacto medioambiental. Para Veronika Bátori, investigadora de la Universidad de Suecia, esto significaba investigar el potencial de los residuos alimentarios. En concreto, Bátori utilizó residuos de naranja y manzana.El proyecto y la tesis doctoral probaron dos métodos diferentes de producción de bioplásticos.
La primera se llama colada en solución: una solución de polímero, en un solvente adecuado, se vierte literalmente en una capa delgada sobre una cinta que corre en un horno. La película resultante podría utilizarse para envasar alimentos o convertirse en una bolsa para alimentos domésticos húmedos.
Con el segundo método, Bátori ha creado vasos y cubiertos a partir de la masa orgánica residual mediante moldeo por compresión: una vez utilizados, los platos pueden transformarse en compost o incluso consumirse.
Obviamente, aún quedan algunos problemas por resolver, empezando por la alta solubilidad en agua, pero la investigadora confía en que sus bioplásticos puedan ser comercialmente válidos en un plazo de diez años.
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