Los
neurocientíficos han acordado que nuestro cerebro muchas veces es víctima de su
propio éxito. En qué consiste y por qué lo hace.
El Dr. Dean Burnett, neurocientífico
británico, en su libro «El cerebro idiota”, explica
que “muchas
veces el cerebro nos sabotea. Tiene mucho que ver con el
hecho de que hemos desarrollado estas habilidades mentales realmente poderosas
para pensar racional y lógicamente, para tener un pensamiento abstracto, para
llevar a cabo procesos complejos, que la mayoría de las especies no pueden
hacer o, hasta lo que sabemos, ninguna puede.
Eso es genial, muy útil. Pero, las partes fundamentales del
cerebro, de las que salieron estas áreas complejas (el neocórtex), todavía
están ahí, hacen lo que siempre han hecho, lo que algunos llaman el cerebro
reptiliano. Eso no significa que tengamos cerebros de reptiles, lo que dan a
entender es que compartimos la misma sustancia cerebral con los reptiles u
otras especies primitivas”. Y agrega: “En el mismo cerebro tenemos lo que es
complejo y lo que es esencial y eso provoca que muchas de las cosas complicadas
que hacemos, desencadenen reacciones primitivas que están en un nivel mucho más
básico”
Enseguida
da un ejemplo para aclarar: “Normalmente sentiríamos miedo
si nos enfrentamos a un depredador, como un tigre, o a peligros en la
naturaleza, como un terremoto o un volcán. Es una reacción específica que busca
protegernos. Pero ahora, debido a que somos tan inteligentes y complejos, podemos
experimentar la misma respuesta del miedo genuina por cosas que quizás nunca
sucederán: me puedo preocupar si la economía va mal porque
podría perder mi empleo o por la posibilidad de que mi pareja me abandone,
aunque no tenga evidencia real de que eso va a pasar.
De hecho,
es posible que nunca lo haga. Pero se desencadena la misma respuesta de miedo y
eso nos causa estrés”
¿La evolución nos paralizó?
El neurocientífico explica: “Ahora
tenemos mucho más a que temer y eso tiene implicaciones negativas. Poseemos
estas regiones cerebrales muy poderosas adheridas a las más simples, a las más
directas, y eso causa mucha confusión. Por eso hay gente que está tan ansiosa.Y
es que hemos creado este entorno complejo para vivir y todavía tenemos partes
simples del cerebro que no reaccionan bien ante él.
¿Por qué dice que el cerebro puede
llegar a estropear las funciones más básicas del cuerpo?
Es otro ejemplo de cómo el cerebro es
víctima de su propio éxito, explica Burnett. Nuestro cerebro superior sabe que la conciencia, el
pensamiento, la lógica, la identidad del yo y todo eso a veces pueden anular o
interferir en las funciones corporales más básicas de nuestros cuerpos.
Por ejemplo, tenemos que comer porque
necesitamos energía, nutrientes. Poseemos un sistema digestivo muy sofisticado
que nos ayuda a asegurarnos de que tengamos la comida adecuada en el momento
adecuado, nos estimula el apetito, nos reduce el hambre, todo eso es un proceso
muy complejo que ha evolucionado durante millones de años. Pero nuestro cerebro
dice: «no, de hecho, quiero más y quiero comida chatarra, calorías, dulces» y
puedo comerlos porque desautoriza al sistema digestivo. Es un ejemplo de cómo
el cerebro interviene y no toma la decisión correcta.
Es como un gerente que decide que se va
a involucrar en cada proyecto de la empresa, aunque no sepa lo que está
haciendo, pero él es el jefe, así que todos tienen que escucharlo. Eso puede
suceder con bastante frecuencia en el cerebro.
Queremos y necesitamos desesperadamente
dormir, pero no hemos finalizado la serie de Netflix o no hemos terminado de
revisar el celular y seguimos. Es como si el cerebro dijera: soy el que está
cargo y esto es lo que vamos a hacer, aunque después paguemos las
consecuencias. Entonces ¿es mi cerebro el culpable de siempre querer el postre
o de comer chocolate tras chocolate sin parar?
Pero es el cerebro que dice: «quiero eso
ahora y no me importa lo que diga el sistema digestivo».
Es algo que ha evolucionado. Piensa en
nosotros como criaturas primitivas: encontrar
una fuente de alto contenido calórico era genial. Debías comer todo lo que
pudieras con el fin de acumular reservas de grasa para cuando no pudieras
conseguir comida. Ese problema ya no lo tenemos en el mundo moderno, en el que
presionas un botón en tu teléfono y en media hora, te llega la comida, y no es
algo con lo que hayamos evolucionado.
Así que el cerebro dice: «¡Hay comida
ahí, nos la tenemos que comer! Es bueno para nosotros porque necesitamos
asegurarnos de que contamos con suficientes recursos». Pero ya no necesitamos
hacer eso y debemos esforzarnos para frenarlo.
Protección exagerada
Nuestro cerebro está atento a los
peligros y crea una red de detección de amenazas que incluye partes
fundamentales del cerebro, entre ellas el hipocampo y la amígdala.
Es algo bueno porque nos ha mantenido
vivos. Pero es un área muy sensible que también se puede activar con cosas
pequeñas. Tenemos la habilidad de imaginar, de predecir, y eso nos lleva a
pensar que nos pueden pasar cosas malas, aunque posiblemente nunca lleguen a
suceder. Sin embargo, el hecho de anticipar sus consecuencias, nos hace
preocuparnos.
El cerebro humano moderno está
constantemente imaginando escenarios, así navegamos el mundo: si voy por allá
¿qué pasará? ¿y si más bien voy por aquí? Muchos de esos escenarios son
inútiles e involucran resultados negativos.
Podemos estar permanentemente
preocupados por cualquier cosa porque somos propensos a eso y lo que el cerebro
reconoce como negativo, desencadena el mecanismo de detección de amenazas, lo
que nos provoca estrés y ansiedad.
En cierta forma, el cerebro asume
constantemente el rol de su peor enemigo al intentar anticipar todo, al tratar
de anticipar cosas malas.
«La tendencia del cerebro a preocuparse
puede tener unas consecuencias físicas reales en nuestros organismos (presión
arterial elevada, tensión, temblores, pérdida/ganancia de peso) y en nuestras
vidas en general, pues, obsesionándonos por cosas inocuas, podemos hacernos
mucho daño en realidad», concluye.
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