SOCIEDAD Y CULTURA

Revista El Magazín de Merlo, Buenos Aires, Argentina.



viernes, 14 de junio de 2024

El daño monumental que causan los CASTORES CANADIENSES en Argentina y Chile. “Fue divertido soltar algunas parejas en 1946”

 



Introducidos en 1946 en el lado argentino de la Isla Grande de Tierra del Fuego, los castores tardaron menos de medio siglo en convertirse en plaga e invadir todas las cuencas hídricas del archipiélago, afectando a los bosques ribereños, a los acuíferos y a las turberas, humedales claves en la retención de dióxido de carbono.




En Argentina se calcula en 66 millones de dólares anuales las pérdidas por daños directos a los bosques ocasionados por esta especie. Y en Chile, en 2020, se estimó en 73 millones de dólares el perjuicio económico provocado por los castores.

Dos proyectos piloto, realizados en Argentina y Chile, impulsan un plan de erradicación de la especie invasora. Su puesta en marcha depende de decisiones políticas y financiación a largo plazo.




Sucesos Argentinos” era el nombre de un breve resumen de noticias que se proyectaba en los cines y era el aperitivo a la emisión de las películas. Nacido en la década de los treinta, en tiempos anteriores a la televisión, era el único registro audiovisual de hechos políticos, deportivos, económicos o sociales al que se podía acceder. Fue en uno de esos resúmenes donde, en 1946, se incluyó una novedad que, según decía la voz en off, apuntaba a “enriquecer la fauna fueguina”. Las imágenes mostraban la llegada de los 20 primeros ejemplares de castores introducidos en Argentina, más concretamente en las muy lejanas y solitarias latitudes de Tierra del Fuego.



“El imaginario social de la época concebía como más valioso el modelo de desarrollo del hemisferio norte y traer especies desde allí se veía como una oportunidad de crecimiento económico”, explica Christopher Anderson, biólogo doctorado en Ecología y profesor asociado de la Universidad Nacional de Tierra del Fuego.

 De esa manera, la Patagonia a ambos lados de los Andes se fue poblando de animales hasta entonces desconocidos, como el castor, el visón americano y la rata almizclera, en todos los casos pensando en explotar comercialmente sus pieles. 

“Sería injusto juzgar a quienes tomaron aquellas decisiones. No había estudios suficientes para entender lo que podía ocurrir en un futuro”, señala Alejandro Valenzuela, bioecólogo especializado en manejo de especies invasoras e investigador adjunto del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet).

De tamaño mediano —unos 75 centímetros de largo más una cola de 25 centímetros, y entre 15 y 20 kilos de peso—; 100 % vegetarianos; con hábitos familiares, ya que viven en parejas junto a una o dos camadas de crías (cada pareja suele tener un par de descendientes al año); territoriales y con una longevidad limitada a cinco o seis años, los castores no hacen más que reproducir en el extremo sur del mundo el comportamiento que evolutivamente aprendieron a hacer en sus hábitats del norte.

Estos roedores construyen sus madrigueras con la boca de acceso sumergida para dificultar el acceso de sus depredadores, sin importar que no tengan alguno en Tierra del Fuego. 

 

 

 

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