La
meticulosa dedicación de Ariel Dell Elce de coleccionar y restaurar réplicas de
máquinas agrícolas fue forjada desde su infancia y expandida gracias al ingenio
y la dedicación. Ante Infocampo, cuenta cómo logró conquistar su sueño.
En un santuario personal
donde el verde y el amarillo dominan cada rincón, Ariel Dell Elce (58) despliega
con orgullo su universo en
miniatura.
Allí, más de 600
réplicas de tractores, cosechadoras, arados y otras herramientas de maquinaria
agrícola colman una habitación de siete metros de largo por
cuatro de ancho, testimoniando una pasión que nació en él desde muy pequeño y
que disfruta compartir con sus amigos en su tierra natal de Villa Cañas (Santa Fe).
Cada modelo,
cuidadosamente dispuesto, es una prueba tangible de su profundo afecto por la maquinaria agrícola y su gran fanatismo por John Deere, una marca que lo acompañó en su historia
familiar por tres generaciones y lo sigue representando.
Ariel transcurrió toda su
infancia y adolescencia en el campo, donde encontró su
amor por los fierros y el rugir de los motores agrícolas.
Sin embargo, el germen de
esta fascinante historia se sembró cuando tenía tan solo 4 años,
y junto a sus padres visitó a un vecino del campo donde vivía. Allí, un pequeño
tractor a escala capturó su atención de inmediato.
“Como acostumbrábamos en el campo, solíamos ir de
visita a la casa de don Pedro,
un vecino de nuestra chacra. Él había comprado
un John Deere 730 nuevo y le habían regalado uno a escala con un arado de 3
rejas. Ese día, quizás sin imaginar el impacto de su gesto, me
lo prestó para que jugara y ese tractorcito se convirtió en mi vida como una
chispa encendida que arde hasta el día de hoy”, relata Ariel en diálogo con Infocampo.
“Me
acuerdo de cada detalle de ese momento como si fuera hoy. No se lo quería devolver, me lo quería llevar para mi casa, hasta
que intervino mi papá, quien me convenció diciéndome que me iba a relajar uno
igual para conformarme”, describe con una sonrisa el protagonista.
EL
COLECCIONISTA DE VILLA CAÑÁS
Criado
en el campo, Ariel, junto a su hermano, convivían permanentemente con
tractores y cosechadoras reales, que se convirtieron en sus juguetes
predilectos, aunque siempre en versión miniatura.
“En aquellas épocas conseguir
estas réplicas no era tarea sencilla. No existía un mercado como tal en
la Argentina; la única vía de acceso era a través de los concesionarios,
quienes solían obsequiarlas a los clientes cuando compraban una máquina o
tractor nuevo”, explica el entrevistado, lo que sin dudas añade un valor
especial a estas piezas coleccionables.
Su
primera réplica llegó a sus manos en el año 1972, cuando su abuelo cambió
el viejo Deutz por un John Deere 2420 en el concesionario local. “En ese
momento, lo único que me importaba era ver a mi papá que trajera la
cajita de John Deere con el tractorcito adentro”, recuerda Ariel, sin
olvidar esa escena que quedó grabada en sus retinas para toda la vida.
“Ese
día recuerdo a mi abuelo que venía con dos cajitas: en la primera traía
la réplica del 2420 y en la otra una rastra de disco en miniatura que aún conservo;
para mí todo un sueño hecho realidad”, confiesa con una sonrisa que refleja su
asombro y orgullo.
Gracias
a ello, hoy cuenta con más de 600 réplicas, de las cuales el 90% son de
John Deere y el resto de otras marcas nacionales e importadas. Esta impresionante
cifra habla de una dedicación que trascendió un simple pasatiempo para
convertirse en un verdadero tesoro personal.
MAQUINARIA
AGRÍCOLA: LA PASIÓN NO SE PUEDE EXPLICAR
El
interlocutor recuerda con cariño aquellos años de infancia en el campo, cuando,
al volver de la escuelita rural donde cursaba sus estudios
primarios, daba paso a la imaginación y al juego.
“Junto
a mi hermano y a veces con la visita de los amigos, el patio de tierra
de casa se convertía imaginariamente en un campo de cultivos, donde los
pequeños tractores eran nuestras herramientas de trabajo”, sostiene.
Con ingenio
infantil, lejos de toda pantalla, a diferencia de lo que ocurre en la
actualidad, “les enganchábamos implementos que muchas veces inventábamos, simulando labores que nos convertían en gigantes
agricultores, sin dudas la vida que nos esperaba en el futuro”, cuenta como un
recuerdo imborrable.
Esa niñez inolvidable,
naturalmente, lo contagió y, mientras transcurría sus estudios secundarios en
el Centro de Formación Rural de Teodelina en
el año 1981, un día, junto a sus compañeros, visitaron la Exposición Rural en Palermo, donde
pudo acceder al stand de John Deere y comprarse su primera réplica: un pequeño
3530, con el que dio el primer paso para comenzar a diagramar en su mente una
colección increíble.
“Cuando me dijeron que íbamos a ir a La Rural, no dudé en tomar mis ahorros y fui decidido a
comprar una o dos réplicas. Lamentablemente sólo me
alcanzó para el tractor, pero sin dudas fue una de mis inversiones más lindas
en la vida”, cuenta emocionado.
A partir de allí, sumó su segundo tractor y
comenzaba una colección que nunca más se detuvo. “Hubo una época donde las
réplicas no se conseguían, hasta que descubrimos Mercado Libre y
la vida nos volvió a dar alegrías”, resalta el coleccionista.
De esta manera, en el corazón
de la pampa gringa, la pasión de
Ariel por los fierros en miniatura continúa creciendo,
alimentada por los recuerdos de su infancia, el ingenio de la restauración y la
conexión virtual con otros coleccionistas.
Su santuario con más de 600 réplicas no es solo
una colección, sino un testimonio
tangible de un amor profundo por la historia del campo y la emblemática marca
John Deere, una pasión que seguramente seguirá transmitiéndose
a sus futuras generaciones.
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