**El dato: en Argentina viven
unas 50 millones de vacas y sus crías mas millones de cerdos, ya existe un
producto que minimiza el metano-
Las vacas y los cerdos
producen gran parte del metano que calienta al planeta. Un nuevo impuesto danés
forma parte de un plan para limpiarlo. Dinamarca,
conocida por sus ingeniosos restaurantes y elegantes estudios de diseño, está a
punto de ser conocida por algo más básico: el primer impuesto del mundo sobre
eructos y estiércol de los animales de granja.
Esto
se debe a que en Dinamarca hay cinco veces más cerdos y vacas que habitantes.
Casi dos tercios de su territorio están ocupados por la agricultura. Y esta
actividad se está convirtiendo en la mayor responsable de la contaminación
climática, lo que somete a los legisladores a una intensa presión pública para
que la reduzcan.
Así
que ahora, el improbable gobierno de coalición de Dinamarca, formado por tres
partidos de todo el espectro político, ha acordado gravar las emisiones de
metano que calientan el planeta y que todos esos animales expulsan a través de
sus heces, flatulencias y eructos. La medida, negociada durante años, fue
aprobada este mes por el Parlamento danés, lo que la convierte en la única tasa
climática de este tipo aplicada al ganado en el mundo.
“Creo que
es bueno”, dijo Rasmus Angelsnes, de 31 años, que estaba de compras para cenar
en Copenhague una tarde reciente. “Es una especie de empujón para tomar
decisiones diferentes, quizá más respetuosas con el clima”. No importaba que su
carrito de la compra contuviera gruesas lonchas de panceta de cerdo, que
planeaba cocinar esa tarde lluviosa con papas y perejil. “Comida
reconfortante”, dijo tímidamente.
El impuesto forma parte de un paquete más
amplio destinado a limpiar la contaminación agrícola del país y, con el tiempo,
devolver algunas tierras de cultivo a su forma natural, como las turberas, que
son excepcionalmente buenas para retener bajo tierra los gases que calientan el
planeta, pero que se drenaron hace décadas para cultivar.
La misión
de Dinamarca también forma parte de un cálculo de muchas potencias agrícolas,
entre ellas Estados Unidos, que se enfrentan a la exigencia de limpiar la
contaminación de las explotaciones, al tiempo que equilibran las necesidades de
los poderosos grupos de presión agrícolas.
En
todo el mundo, el sistema alimentario es responsable de una cuarta parte de los
gases de efecto invernadero, y reducir esas emisiones exige tomar decisiones
difíciles sobre dietas, empleos e industrias. Al mismo tiempo, los agricultores
son vulnerables a los peligros del cambio climático, con calores extremos,
sequías e inundaciones exacerbadas por la quema de combustibles fósiles. Esto
hace que la alimentación sea un problema climático especialmente complicado de
abordar.
No
es de extrañar que los esfuerzos por reducir las emisiones climáticas de la
agricultura se hayan enfrentado a una dura resistencia, desde Bruselas a Delhi,
pasando por Wellington, donde el gobierno neozelandés propuso un impuesto sobre
los eructos en 2022, para que un gobierno posterior lo desechara.
Incluso
la medida danesa fue objeto de intensas disputas políticas. Un grupo
independiente de expertos había propuesto varias vías, entre ellas un impuesto
más alto al que se opuso enérgicamente el cabildeo agrario. Cuando el gobierno
se decantó por un plan que daría a los agricultores tiempo y subvenciones para
reducir el impuesto, incluso a cero, los defensores del medio ambiente se
opusieron, calificándolo de demasiado laxo.
“Alimentos para las personas, no piensos para
los animales”, rezaba una pancarta de protesta frente a la oficina del
gobierno, donde en octubre se estaban llevando a cabo negociaciones de última
hora.
“Me encanta
la carne picada”, decían y abucheaban algunos adolescentes al pasar junto a los
manifestantes.
La
medida se aprobó finalmente en noviembre. A partir de 2030, cobrará a los
agricultores 300 coronas danesas (unos 43 dólares) por cada tonelada
equivalente de dióxido de carbono que produzcan sus explotaciones. Para 2035,
el impuesto habrá aumentado más del doble, hasta 750 coronas (106 dólares).
Pero,
a diferencia del impuesto sobre el carbono aplicado a otros sectores, los
agricultores obtendrán automáticamente una reducción del 60 por ciento porque,
en palabras de Jeppe Bruus, ministro de transición ecológica del gobierno, aún
no existe la tecnología necesaria para eliminar por completo las flatulencias.
Las desgravaciones aumentan si los ganaderos utilizan aditivos en los piensos
para reducir el metano de los eructos de las vacas o envían el estiércol de los
cerdos a máquinas que canalizan el metano hacia la red de gas.
“Un
impuesto sobre la contaminación tiene como objetivo cambiar el comportamiento”,
dijo Bruus.
A
ello ha contribuido que el gobierno que negocia el impuesto incluya al partido
político de centro-derecha Venstre, que desde hace tiempo defiende los
intereses de los agricultores. La mayor
cooperativa lechera de Europa, Arla Foods, se ha sumado a la iniciativa. No
porque esté a favor del impuesto, sino porque el compromiso es aceptable para
los ganaderos. “Entienden que tienen que hacerlo; quieren hacerlo”, dijo Peder
Tuborgh, director ejecutivo de la empresa. “Saben que es proteger su
reputación, y siguen produciendo”. Jens Christian Sørensen es uno
de esos ganaderos que abastecen a Arla Foods, y está intentando controlar las
matemáticas de la leche y el metano de sus operaciones. Tiene casi 300 vacas
lecheras y otros 360 terneros que aún no producen leche, pero sí metano.
Sabe
que tiene que mantener sanos a sus animales para maximizar su producción de
leche, y por eso ha invertido en sensores que le indican si sus vacas no se
encuentran bien. Sabe exactamente cuánto comen y cuánta leche producen.
Espera
añadir un suplemento químico que los agricultores utilizan en otros países
europeos para reducir las emisiones de metano. Y sabe que, como cualquier otro
sector económico, la agricultura tiene que limpiar su historial medioambiental.
“El sector lácteo también tiene que ocuparse de esto”, dijo. “No es el fin del
negocio”.
Su
confianza procede de la creciente demanda mundial. Dos tercios de la mantequilla danesa se exportan.
También la mitad de la leche en polvo. Y el consumo mundial de lácteos ha
aumentado en las dos últimas décadas y se prevé que siga creciendo a medida que
prosperen los países más pobres.
“Quieren
que sus hijos tengan leche”, dijo Sørensen.
El
consumo de carne y productos lácteos se ha mantenido bastante estable en los últimos 30 años en toda Europa. Los cuatro hijos
de Sørensen quieren comer mucha menos carne de la que él comía de pequeño,
sobre todo la de origen vacuno.
Svend Brodersen es agricultor ecológico, lo que
significa que sus opciones son más limitadas. No puede utilizar aditivos para
piensos. Y a diferencia de las vacas de Sørensen, que permanecen en el establo,
sus animales vagan por los campos y su estiércol los fertiliza. En cambio,
Brodersen ha quitado parte de las tierras de cultivo y ha plantado árboles que
absorben dióxido de carbono y producen frutas que él puede vender: manzanas, peras,
cerezas.
No obstante, apoya el impuesto sobre el
carbono. “Es una oportunidad de demostrar al resto del mundo” que la
agricultura no tiene por qué significar mucha contaminación, dijo. “Sin un
impuesto, todo el mundo hará mañana lo mismo que ayer”.
Todavía
se plantea un dilema mayor y más difícil: ¿Dinamarca seguirá entregando gran
parte de sus tierras a vacas y cerdos?
Brodersen
lo está sopesando. Prevé destinar una mayor parte de sus tierras al cultivo de
plantas para consumo humano y una menor parte a la producción lechera. “Se
necesitan vacas en la naturaleza”, dijo. “Pero hay que encontrar un equilibrio
entre cuánta leche y cuántas verduras”.
Fuente: The New York Times


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