Además de embarcarse en una gira, el monarca y su séquito
necesitaban escapar de los repugnantes problemas que producían las grandes
fiestas reales. History Channel explica
que los palacios, como el Hampton
Court (Londres) de Enrique VIII, tenían que ser evacuados
en constantes ocasiones para poder limpiar los montículos acumulados de
desechos humanos.
A
su vez, el ganado y las tierras de cultivo necesitaban un tiempo para
recuperarse después de suministrar alimentos a tanta gente. Una vez que
terminaban la obligaciones regias, Enrique VIII y las personas que le
acompañaban seguían moviéndose durante el resto del año y viajaban con
frecuencia entre las más de sus sesenta residencias. Era un vano intento de
vivir en un entorno cercano a lo considerado higiénico.
Cuando se celebraban fiestas reales era
normal que, a los pocos días, se produjera un hedor en todo el palacio a causa
de la peste de los alimentos mal desechados, alimañas de cuerpos sin lavar y
desechos humanos acumulados en las cámaras subterráneas. Las estancias
comenzaban a cubrirse de mugre y hollín. Es verdad que los estándares de
limpieza en aquellas épocas medievales y renacentistas eran deficientes, pero
las cortes llegaron a ser más sucias, incluso, que los hogares pequeños
promedio.
Lo que
esconde la opulencia de los palacios
Algunos
de los reinados más famosos de la historia, como el de Catalina la
Grande , tuvieron lugar en un contexto de horribles olores, barrios
superpoblados, cámaras y muebles llenos de piojos. Puede que las pinturas de la
época muestren una opulenta corte, como la de Luis XIV en
Versalles , donde aparece la realeza vestida con prendas y bordados
magníficos, pero a los espectadores se les escapa uno de los principales
efectos de sus galas: la fetidez que desprendían aquellas prendas, que nunca
se lavaron, en unas habitaciones que se ventilaban solo de vez en cuando.
Otro
ejemplo es el de Carlos II de Inglaterra y sus perros
pulgosos. Estos yacían en la cama de su habitación privada y la convirtieron en
una estancia desagradable y apestosa. El hedor se extendió por todo el palacio.
Pero,
sin duda, el problema de salud más acuciante fue el causado por la escasez de
opciones para eliminar los desechos. «Las heces y la orina estaban en todas
partes», cuenta Eleanor Herman en su libro «The
Royal Art of Poison» (St. Martin's Press, 2018) sobre los palacios
reales. «Algunos cortesanos no se molestaron en buscar un orinal, sino que
simplemente dejaron caer sus pantalones e hicieron sus necesidades en cualquier
lugar, una escalera, el pasillo o la chimenea».
Un
informe de 1675 ofreció esta evaluación del Palacio del Louvre en
París: «En las grandes escaleras […] y detrás de las puertas y casi en todas
partes se ve una masa de excrementos, se huelen mil hedores insoportables
causados por las llamadas 'naturalezas' a las que todos acuden».
Esa
creencia europea de que los baños no eran saludables tampoco ayudó mucho.
Aunque Enrique VIII se mantenía limpio y se cambiaba de ropa todos los días,
esto era algo de lo más raro para aquella época. Por ejemplo, «Luis XIV
tomó dos baños en su
vida», relata Herman. «María Antonieta se aseaba una vez al mes».
También se dijo que el Jacobo I nunca se bañó, lo que hizo que sus habitaciones
estuvieran plagadas de piojos.
La higiene era a menudo inalcanzable y
hubo que buscar métodos alternativos para combatir la suciedad: el uso de la
orina de los sirvientes como producto de limpieza
La
historiadora Alison Weir , autora de «Enrique
VIII: el Rey y su corte» (Ariel, 2011 ) cuenta que este libró una
batalla constante contra la suciedad, el polvo y los olores que eran
inevitables cuando tanta gente vivía en un mismo sitio. Esto fue algo bastante
inusual para aquella época en la que los monarcas ignoraban la limpieza. El rey
de Inglaterra dormía en una cama rodeada de pieles para mantener alejados a los
bichos y advirtió a los visitantes de que no se limpiaran ni frotaran las manos
con ningún tapiz.
La epidemia
que aterrorizó a Enrique VIII
Muchas
de las reglas establecidas por el monarca indicaron que su batalla
contra el avance de la suciedad fue un fracaso . Para evitar que los
sirvientes y los cortesanos orinaran en las paredes del jardín, Enrique VIII
ordenó pintar marcas rojas en forma de X en los sitios que consideraba «más
problemáticos». Pero, en lugar de disuadir a los hombres, lo que pasó fue justo
lo contrario: esas señales les sirvieron para apuntar. El Rey también intentó
que no se arrojaran platos mugrientos en los pasillos o en los sillones de
Palacio, aunque no sirvió de nada.
En «Versalles: una biografía de
palacio» (St. Martin's Griffin, 2010) , el historiador Tony Spawforth afirma
que la gente orinaba en cualquier estancia en la que se encontraba: «Las
mujeres se subían la falda y hacían sus necesidades, mientras que algunos
hombres las hacían en la barandilla, en medio de la capilla real». El libro
también destaca algún que otro episodio en el que María Antonieta fue
golpeada por los desechos humanos arrojados por la ventana mientras caminaba
por uno de losp atios inferiores.
El olor de las letrinas se filtraron a
menudo en las habitaciones que había encima. La corrosión
de las tuberías de hierro y plomo ocasionaba que el hedor corriera hasta por la
cocina de palacio. «Ni siquiera las habitaciones de los niños estaban a salvo»,
explicó Spawforth. La renuncia de Luis XIV al éxodo ocasional que hacían la
mayoría de cortes europeas produjo un desgaste desagradable en Versalles, el
cual podría haberse evitado desde el principio
Esta
forma de vida insalubre provocó, como era de esperar, innumerables muertes en
todos aquellos hogares reales europeos. No fue fasta el siglo XIX cuando los
estándares de limpieza y los desarrollos tecnológicos mejoraron la vida de
muchas personas, sobre todo de los descuidados monarcas.
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