Producción agrícola: las normas
que hacen crecer a EE.UU. y Brasil frente a la Argentina
La
comparación entre los sistemas agrícolas de Estados Unidos y Brasil con el de
la Argentina es inevitable. Las diferencias en superficie, rendimientos y
políticas marcan resultados muy distintos.
En
los últimos cinco años, EE. UU. sembró entre trigo, maíz y soja unas 82/84
millones de hectáreas, con un rendimiento medio de 6,5 Tn/ha y una producción
total cercana a 540 millones de toneladas. Brasil, con 68/69 millones de
hectáreas, alcanzó 275/277 millones de toneladas, con rendimientos de 4 Tn/ha.
Argentina, en cambio, apenas llegó a 28/29 millones de hectáreas, con un
promedio de 3,7-4 Tn/ha y una producción total de 100-107 millones de
toneladas.
La
diferencia en superficie disponible es notoria. Mientras EE. UU. ya no puede
expandirse y se mantiene estable desde hace una década, Argentina creció un 8%
y Brasil un 41%, gracias a la incorporación de los Cerrados del nordeste.
La pregunta clave es:
¿Argentina aplica toda la tecnología disponible para maximizar sus
rendimientos? La respuesta es no. Aunque las tecnologías son accesibles en los
tres países, en Argentina el marco macro y microeconómico —el conocido “Costo
Argentino”— limita inversiones y frena su adopción. Brasil enfrenta serios
problemas de infraestructura, pero los enfrenta con inversiones sostenidas, a
diferencia de nuestro país.
En
un reciente viaje de la Fundación Producir Conservando a Estados Unidos
(Kentucky, Tennessee y Arkansas), se comprobó que la baja de precios
internacionales también genera márgenes negativos para el productor norteamericano.
Sin embargo, allí lo interpretan como consecuencia de la abundante oferta
global de commodities y de las restricciones arancelarias impuestas por la
administración Trump, a la que paradójicamente la mayoría de los agricultores
apoyó en las urnas.
Más allá de estas dificultades
coyunturales, la diferencia fundamental radica en la “Política Agrícola” de EE.
UU., que se renueva cada cinco años en el Congreso. Este marco establece reglas
claras, programas de apoyo, incentivos y subsidios directos e indirectos que
permiten planificar a largo plazo. La búsqueda de escala también es clave:
entre 70 y 75% de la superficie se siembra bajo contratos de arrendamiento
prolongados, lo que facilita aplicar tecnologías cuyos beneficios se ven en el
mediano y largo plazo (siembra directa, cultivos de cobertura, reposición de
nutrientes, obras de sistematización y riego, entre otros).
Brasil,
sin replicar totalmente el modelo estadounidense, sostiene un fuerte respaldo
institucional y social que le permitió crecer de 168 a 304 millones de
toneladas entre 2015 y 2023. En el mismo período, Argentina apenas pasó de 101
a 118 millones.
Aun
con sus limitaciones, la Argentina tiene condiciones de suelo y clima que
permitirían rendimientos muy superiores a los actuales. La
Fundación Producir Conservando proyecta que hacia 2030 podríamos alcanzar 170
millones de toneladas. Sin embargo, las restricciones
institucionales, macroeconómicas, fiscales, financieras y de infraestructura
frenan las decisiones de inversión necesarias.
Es
un momento decisivo para revertir esta tendencia: dejar de castigar a quienes producen
para exportar y apostar al camino que, históricamente, más ha hecho crecer al
país.
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