De estudiante
de primaria me quedo grabada esta frase: “la grandeza no se logra de un día
para el otro, sino que se forja desde pequeños comienzos”. Pocas personalidades
encarnaron esa filosofía como José de San Martín.
Cada 17 de agosto, fecha de su fallecimiento, lo recordamos como
el “Padre de la Patria”, que impulsó la independencia de Argentina, Chile y
Perú. Pero también debemos evocarlo como un hombre profundamente comprometido
con la educación, la cultura y los valores cívicos.
San Martín entendía que la libertad política solo podía
sostenerse si iba acompañada de un pueblo instruido y consciente. Por eso,
fundó bibliotecas en Mendoza, Santiago de Chile y Lima, convencido de que “la
ilustración y el fomento de las letras son las llaves maestras de la
prosperidad de los pueblos”.
Su vida fue ejemplo de austeridad, integridad y compromiso con
el bien común. Como gobernador de Cuyo, redujo su salario para financiar la
campaña libertadora. Y
elaboró un reglamento para que los Granaderos a Caballo no sólo formaran
soldados, sino ciudadanos con valores de respeto, disciplina y honor.
Recordar a San Martín es, entonces, mucho más que evocar una
figura histórica: es reconocer en él a un hombre que entendió que la educación,
la cultura y la ética son las verdaderas columnas sobre las que se construyen
naciones prósperas y libres.
Hoy, en épocas de grietas, donde la sociedad está expuesta a
grietas divisorias, informaciones falsas e intolerancia, su ejemplo nos
convoca. Como comunidad académica, debemos seguir trabajando por una sociedad
que combine la educación con el compromiso y el esfuerzo colectivo orientado al
bien común.
A 247 años del fallecimiento del Padre de la Patria, mantengamos
vivo ese pensamiento.
Que este 17 de agosto, el recuerdo de San Martín sea un faro que
oriente todos nuestros esfuerzos cotidianos para construir, día a día, un país
mejor.
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