Al principio
del proceso amoroso se idealiza al otro hasta tal punto que la decepción,
aunque sea pequeña, resulta inevitable. Nadie es capaz de cumplir las
expectativas de los inicios. Todos caemos tarde o temprano del pedestal. Esa
caída siempre se vive con dolor, pero también es posible que contenga aspectos
buenos de los que podemos aprender.¿Nos enseña algo? ¿Nos hace
más fuertes?
Ya que resulta inevitable, deberíamos obtener algún partido de
ella. Si bien es cierto que la
desilusión amorosa la vive cada persona a su manera, también lo es que
gestionar el dolor de una ruptura conlleva un proceso que hay que atravesar
cuando se sufre la pérdida de alguien a quien amamos. Este
periplo puede convertirse en un renacer y para ello tendrá que
concederse tiempo, no reprimir las lágrimas, dejar estallar la ira y hacerse
responsable, que no es lo mismo que culparse, de la participación que se ha
tenido en la ruptura.
En primer lugar, hay que concederse tiempo. Con
frecuencia, las personas cercanas aconsejan pasar página rápidamente.
Sin embargo, una ruptura requiere una digestión
lenta. Se ha perdido a la persona en la que se tenían puestos ideales, sueños,
proyectos... Estamos obligadas a una readaptación. Cuando se ama
y se es amado, se alimenta la autoestima. Cuando vivimos en pareja, nos abrimos
al otro, damos y recibimos. La pareja y la relación ocupan un espacio que se
derrumba con la ruptura. Sobre todo para aquellas personas que solo se veían en
el espejo que el otro les proporcionaba.
Tenemos que buscar la protección adecuada y cuidarnos. Es preferible no
frecuentar parejas felices que recuerden lo que no se tiene.
La experiencia se
encuentra todavía muy próxima. Cuando se vive un duelo, el aislamiento temporal
favorece la evolución del psiquismo y la adaptación a la nueva situación. Los familiares pueden atribuirse la misión de sostener nuestra
tristeza, pero
nada garantiza que lo hagan bien, sobre todo cuando citan sus propias
experiencias. En el contexto
del padecimiento amoroso, no son las palabras del entorno las que ayudan, sino
más bien la capacidad de mostrar empatía, afecto, amistad. También hay que
atreverse a tener miedo. Miedo de no volver a amar, pero también miedo a
volver a hacerlo. Se
teme lo peor y lo mejor.
Estos miedos señalan que la historia anterior se
está cerrando y que el futuro se abre. Es también el momento en que se piensa
en el pasado con nostalgia, pues ya no es necesario odiar a quien se amó.
Activar el desapego y reconocer que esa aventura fue bella implica no tirar al
cubo de la basura lo que nos constituye: nuestras elecciones, sueños y deseos.
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