De hecho, en las primeras comunidades
cristianas hasta los obispos se casaban y sobre sus esposas presenta el Nuevo Testamento
una normativa concreta (1 Timoteo 3, 1 ss; Tito 1, 5 ss). La idea del celibato
eclesiástico no es anterior al Bajo Imperio y, en cualquier caso,
no logró imponerse -con fuertes resistencias- hasta el Medioevo.
Se trata, pues, de una norma disciplinar
impuesta en un momento determinado por la Iglesia. Como tal,
no afecta al núcleo de la fe y, por lo tanto, puede ser derogada en cualquier
momento por el Papa. De hecho, en todas las demás Iglesias
cristianas, el celibato, cuando existe, es opcional. Es decir, los sacerdotes
ortodoxos, anglicanos y protestantes pueden casarse o permanecer célibes. En
cambio, en la Iglesia
católica, el celibato es obligatorio, es decir una conditio sine qua non para
poder ser cura.
Aunque las cifras oficiales no se conocen,
porque la Iglesia
las mantiene en secreto, se calcula que hay en todo el mundo unos 100.000
sacerdotes que tuvieron que colgar la sotana para poder casarse. En España,
unos 6.000. Ante la invernía vocacional que sigue sufriendo, sobre todo en Occidente,
muchos se preguntan por qué se empeña la Iglesia católica en seguir manteniendo la ley del
celibato obligatorio. Unos dicen que proporciona al clero una mayor libertad y
disponibilidad. Otros creen que se trata de una simple cuestión económica: es
más fácil de alimentar y manejar un ejército de 400.000 curas célibes que
casados.
En cualquier caso, aunque teóricamente se
muestra inflexible, la jerarquía de la Iglesia suele hacer la vista gorda ante las
infidelidades sexuales de sus propios curas. En África y en Latinoamérica,
donde el celibato es un contrasigno, muchos curas viven con sus mujeres en las
casas parroquiales. Además, la propia Iglesia católica acepta una serie de
excepciones a su propia regla.
Por ejemplo, con los curas casados
anglicanos que se pasan a la
Iglesia católica y siguen ejerciendo. Lleva alianza de casado
en el dedo anular y luce alzacuellos y clergyman, la típica indumentaria de
los curas. Y como tal ejerce, desde hace tres años, en la parroquia del Espíritu Santo de Los
Gigantes (Tenerife). Evans D. Gliwitzki está casado con Patricia,
tiene dos hijas y tres nietos, pero es sacerdote católico con todas las de la
ley. Celebra misa, confiesa e imparte los sacramentos, pero vive con su mujer y
es doblemente padre. Espiritual y carnal. Y luce su doble condición con orgullo
y total normalidad. Ejemplo viviente de que ser cura es compatible con tener
mujer e hijos.
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