Fragmento de el poema “La Antigua Canción ”
Leopoldo Marechal
Yo
cantare tus ojos en estrofa sutil
porque el arte me ha dado su lira de marfil;
pero al mirar tus ojos de un azul tan profundo,
solo se la canción mas antigua del mundo...
Yo podría decir el frescor de tu boca
forjando con mis rimas una hipérbole loca;
pero cuando en la fiebre de tus labios me hundo
solo se la canción mas antigua del mundo...
porque el arte me ha dado su lira de marfil;
pero al mirar tus ojos de un azul tan profundo,
solo se la canción mas antigua del mundo...
Yo podría decir el frescor de tu boca
forjando con mis rimas una hipérbole loca;
pero cuando en la fiebre de tus labios me hundo
solo se la canción mas antigua del mundo...
Nació el 11 de junio de
1900, en la ciudad de Buenos Aires. Era hijo del uruguayo, Alberto Marechal y
de la argentina, Lorenza Beloqui.
En 1916, ingresa al Instituto Mariano Acosta. Al morir su padre en
1918, su familia sufre una grave crisis financiera. Su hermano menor, Alberto,
ocupa el trabajo de su padre en la fábrica, y Leopoldo ingresa en la Biblioteca Popular
Alberdi, como Bibliotecario. Fue docente de nivel primario y secundario, y
Director de Bellas Artes. Colaboró en el periódico “Martín Fierro” y en la
revista “Proa”.
Sus primeras obras son fundamentalmente poéticas: “Los aguiluchos”
(1922), “Días como flechas” (1926) y “Odas para el hombre y la mujer” (1929),
que obtuvo el Premio Municipal de Poesía.
Enrolado en el ultraísmo, utiliza versos libres, metáforas
vanguardistas y manifiesta preocupación por el orden y la armonía, basado en el
clasicismo y en su inspiración platónica.
Sus poesías posteriores adoptan la forma clasicista como:
“Laberinto de amor” (1936), dedicado a su esposa María Zoraida Barreiro, quien
falleció en el año 1947, “Cinco poemas australes” (1937), “El Centauro” (1940),
“Sonetos a Sophía” (1940) y “Heptamerón” (1966), donde revela una profunda
introspección y una búsqueda de su propia esencia. La vida, la patria, la
alegría y la muerte se conjugan en esta obra. Ese mismo año la influencia
teológica lo conduce a reflexionar sobre el avance tecnológico como fuerza
destructora de la naturaleza y de la vida espiritual. Así nace “El poema del
Robot”.
Profundamente católico, imbuido en la escolástica, la manifestó en
“Descenso y ascenso del alma a la belleza” (1939) y “Autopsia de Creso” (1965),
donde se observa la impronta de Platón, Aristóteles, San Isidoro y San agustín.
Viajó a Europa en vísperas y posteriormente a la Segunda Guerra
Mundial y fue un ferviente partidario del peronismo. Ocupó cargos oficiales
entre 1944 y 1955.
Se destacó también en teatro, sobre todo con “Antífona Vélez”
(1951) y “Las tres caras de Venus” (1966).
Mención especial merece su novela “Adán Buenosayres” (1948), donde
relata una Buenos Aires convulsionada de repente, a tres días de la muerte del
protagonista, donde con descripciones dantescas recorre distintos escenarios y
comparte ideas con distintos y singulares personajes. El apellido Buenosayres
proviene del seudónimo con que lo denominaban los niños del pueblo de Maipú (a
donde viajaba de pequeño a visitar a sus tíos) por ser de la capital. “El banquete
de Servio Arcángelo” (1959 y “Megafón o la guerra” (1970), son otras de sus
novelas.
Falleció en Buenos Aires en 1970.
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