Imagine el lector, en una biblioteca universal, un puñado de libros que sacuden todo lo familiar del pensamiento. Acaso sean de un escritor argentino que “narra la fábula como si no acabara de comprenderla”. O de un autor “británico”, que define a William Shakespeare como el menos inglés de los ingleses. En el tumulto de esas formas y a medida que se interne en cada uno de los textos comprende que no hay cosa en la tierra que no esté ahí.
Lo que fue, lo que es y lo que será, la historia del pasado y la del futuro, lo espera en algún lugar de ese laberinto tranquilo. Pero lo universal no sería lo primero que notaría en la obra de Jorge Luis Borges y mucho menos lo sublime o grandioso. Mucho antes percibiría una política de la escritura y de la lectura crítica.
“Borges se comporta como un vanguardista (rearmando el sistema literario) y sus textos anticipan el lugar que lo ‘menor’ va a tener en la teoría de las décadas siguientes”, advierte Beatriz Sarlo en uno de los ensayos de Escritos sobre literatura argentina (Siglo XXI). “Borges diseña un lugar ‘menor’ en una lengua y una tradición literaria ‘mayores’: de ahí su carácter profundamente transgresor, que no deviene de sus ideas políticas, sociales o morales, sino de sus posiciones literarias”, agrega Sarlo.
En Breve historia argentina de la literatura latinoamericana (a partir de Borges), Luis Chitarroni observa una cuestión central. “Borges ha convertido la ficción, no el cuento, no el relato breve, sino la ficción, en un género literario que le corresponde enteramente a él. Tiene que ver también con una especie de desgaste de la palabra ficción ahora, no en el momento en el que Borges la utiliza de manera genial para agrupar dos de sus libros, Artificios y El jardín de los senderos que se bifurcan. Cuando tiene que unirlos en un solo volumen, Borges de forma casi despectiva, como si no hubiera buscado la palabra, le pone Ficciones.
Y va a armar entonces, con estas ficciones un género absolutamente nuevo en el que se mezclan la mayoría de los géneros literarios: la historia, el ensayo, el apólogo, el cuento oriental, el cuento a secas, el chisme”. Muchas de sus ficciones de la década del 30 salieron en revistas y diarios de la época antes que en formato libro. Como “Eastman, el proveedor de inequidades”, publicado en la revista Multicolor del diario Crítica en agosto de 1933, luego integrado a Historia universal de la infamia como “El proveedor de inequidades Monk Eastman”; o “Hombres de las orillas”, que también estará en el mismo libro con el título “Hombre de la esquina rosada”.
Así como se enfrentó a los escritores canonizados del momento, en primer lugar a Leopoldo Lugones –en un artículo que nunca quiso volver a publicar cuestionaba los procedimientos poéticos modernistas, la intrincada dificultad de sus rimas y decía que Lunario sentimental era un Nulario sentimental-, Borges también será sometido al tribunal de sus contemporáneos, pero curiosamente el borgismo y el antiborgismo parecen ser dos caras de la misma moneda, una forma de reconocimiento a través de la vía del “juicio sumario” y la negación.
En 1933 la revista Megafón publicó una encuesta en la que se le pedía a algunas de las personalidades más destacadas del campo literario argentino que se manifestaran sobre la obra de Borges, que entonces tenía 34 años. Enrique Anderson Imbert postula una objeción: “La realidad argentina está ausente en sus ensayos”. Las críticas, en esta vertiente, se expandieron en distintos “frentes ideológicos”, como en Imperialismo y cultura, de Juan José Hernández Arregui: “No es extraño que la labor literaria de Borges coincidiese con la desnacionalización del país por el imperialismo”.
El escritor que nunca recibió el Premio Nobel de Literatura –por su encuentro con Pinochet o, según archivos desclasificados de la propia academia sueca, por ser “demasiado exclusivo o artificial en su ingenioso arte en miniatura”- cerró la edición de 1974 de sus Obras Completas con una suerte de irónica autobiografía apócrifa: “El renombre de que Borges gozó durante su vida, documentado por un cúmulo de monografías y de polémicas, no deja de asombrarnos ahora. Nos consta que el primer asombrado fue él y que siempre temió que lo declararan un impostor o un chapucero o una singular mezcla de ambos”.
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