SOCIEDAD Y CULTURA

Revista El Magazín de Merlo, Buenos Aires, Argentina.



jueves, 19 de agosto de 2021

Un poco de historia: “Aquí yace Remedios Escalada, esposa y amiga del general San Martín”.

 

Aquella madrugada de marzo de 1812, José de San Martín había regresado a su patria. La amistad con Alvear, que había comenzado en Europa, fue la llave que introdujo a San Martín en el corazón de la aldea. Juntos frecuentaban las tertulias de Buenos Aires, y la figura de ese argentino educado en España, de estatura mediana, el pelo negro y la piel morena, empezó a hacerse conocida. Tenía un don adicional que lo hacía atractivo: sabía bailar.



La casa de los Escalada estaba cerca de la catedral, y allí se encontraban los que tenían una cuota de poder en la sociedad porteña. Antonio de Escalada era un criollo casado en segundas nupcias con Tomasa de la Quintana, y del matrimonio había nacido María de los Remedios.
Escalada era funcionario capitular, trabajaba en el comercio y tenía relación con los mercaderes franceses e ingleses, y fue en su casa, en las tertulias de domingo, donde San Martín conoció a la niña. Para entonces, el soldado había revalidado títulos: el gobierno le había reconocido el grado de teniente coronel, y encargado la creación de un regimiento de caballería. Trabajaba en El Retiro, y lo secundaba su amigo Alvear.



Su éxito social lo ayudó a que la familia lo aceptara, y él apuró los hechos: a los cinco meses de haber llegado, pidió a sus jefes licencia para casarse. El matrimonio lo celebró el presbítero José Chorroarín en la Catedral, y los testigos fueron Alvear y su esposa, María del Carmen Quintanilla, y Fermín Navarro y Juana Gutiérrez.
José tenía treinta y cuatro años y Remeditos quince.
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La leyenda de “la abnegación de Remedios”, repetida en los manuales escolares, se basa en que después de casada la joven casi siempre estuvo sola, y en que la historia del matrimonio iba a ser una historia de separaciones.



Desde la boda hasta fines de 1813 la pareja vivió en casa de los Escalada, y entonces un cambio de destino lo hizo dejar a su esposa por primera vez. El éxito logrado en San Lorenzo había hecho que le encargaran reemplazar a Belgrano en el Ejército del Norte, y partió hacia Tucumán. Allí se quedó hasta mediados del año siguiente, sin viajar a Buenos Aires, y sufriría su primer quebranto de salud: había empezado a vomitar sangre, y los médicos creyeron que estaba tísico.



Enviado a Córdoba para su recuperación, siguió viviendo solo en una estancia de Saldán hasta septiembre de 1814, y desde allí fue trasladado a Mendoza para asumir la gobernación de Cuyo. Recién entonces se reunió con su mujer.
El período que va desde noviembre de 1814 hasta enero de 1817, sería el más largo que San Martín y Remedios vivieran juntos. Habitaban una casa de la Alameda, en Mendoza, donde llevaban una intensa actividad social. Ella, acostumbrada a las tertulias de la casa paterna, era quien también las organizaba.
San Martín, que se preparaba para la guerra, apenas si se distraía. Caminaba por la ciudad, se visitaban con vecinos e invitaban a su casa, donde se bailaba y se bebía. El 24 de agosto de 1816, tras casi dos años de vivir juntos, nació la única hija del matrimonio. Por el principio del iussanguinis, se la anotó como “Mercedes Tomasa, española”.
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La paternidad de San Martín fue casi simultánea al virtual rompimiento de su pareja: en enero de 1817, cuando la nena tenía cinco meses, él las envió a Buenos Aires y ya casi no volvió a verlas.
Sobre este incidente, los historiadores aún no se ponen de acuerdo: la versión oficial habla de “la quebrantada salud de Remedios”, y otros arriesgan una pelea matrimonial. La salud de Remedios, en verdad, era débil, y los médicos le habían dicho que si se quedaba en Mendoza no viviría mucho tiempo. La tisis ya estaba avanzada, y es probable que el embarazo y el parto la hayan complicado.
La otra explicación para el incidente la sugiere el propio San Martín en carta a Tomás Guido: “He dicho a usted en mi anterior que mi espíritu había padecido lo que usted no puede calcular: algún día lo pondré al alcance de ciertas cosas, y estoy seguro dirá usted nací para ser un verdadero cornudo; pero mi existencia misma la sacrificaría antes que echar una mancha sobre mi vida pública”.
Pero por una razón u otra, la decisión de mandar a Buenos Aires a mujer e hija es la que dio pie a los comentarios sobre su infidelidad. Según Ricardo Rojas, “la calumnia, que nada respetó en San Martín, manchó también su hogar cuando llegó para él la hora de las pasiones hostiles. Su vida erótica fue, sin embargo, muy distinta de la de Napoleón con su Josefina y la de Bolívar con su Manuela Sáenz”.
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La primera amante que se le atribuyó fue la negra Jesusa, una criada de su esposa que había llegado a Mendoza integrando su séquito. Cuando Remedios regresó a Buenos Aires, ella se quedó.
Fue Vicente Quesada quien llamó la atención sobre el hecho. En 1915 aseguró que la mulata había comenzado a acercarle a San Martín chismes de la tropa, y que el militar se había mostrado agradecido hasta el punto de concebir un hijo con ella. “Un gallardo mulato”, escribió Quesada, “cuya sorprendente semejanza con San Martín ha sido familiar a la población de Lima, donde ha muerto hace poco y donde residió por haber seguido su madre al ejército expedicionario desde Chile al Perú (…). Lo único que puede decirse contemplando su retrato es que la semejanza, si casual, es maravillosa”.
Además de Jesusa habría otras, y entre ellas una limeña seductora llamada Rosa Campuzano, quien había intimado con generales realistas antes de simpatizar con el argentino.
Manuel de Olazábal escribiría en sus memorias: “Desde 1817 a 1823, en que el general San Martín se separó del teatro de sus inmarcesibles glorias y marchó a Europa, nadie puede decir haberle conocido dar preferencia a ninguna mujer, no obstante que lo rodeaban tantas deidades en su alta sociedad. Sin embargo, él manejaba este asunto con la reserva impenetrable con que llevara a efecto sus grandes planes de victoria y conquista. En 1818 había en la capital de Santiago de Chile una dama que llamaba la atención no sólo por su belleza sino también por su donaire. No hay duda que era tentadora. Nadie supo que el general tenía relaciones privadas con ella”.
De fines de ese mismo año, además, es una curiosa carta de San Martín a O’Higgins. Fechada el 13 de octubre de 1818, le escribe: “Remeditos me encarga diga a Ud. cuán reconocida se halla por sus recuerdos. Esta se halla en cama, consecuente de un aborto que ha tenido ayer”.
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Remedios Escalada murió de tisis el 3 de agosto de 1823, clamando por su esposo, quien seguía al pie de la cordillera. Sus padres la habían visto degradarse, y no reconocían en esa mujer pálida, delgada y ojerosa, a la niña que había enamorado a San Martín. Tampoco iban a perdonar al yerno el abandono de su hija, que había quedado a cargo de sus abuelos.
La relación con los Escalada no tendría retorno. A ellos no les importaba si no había querido o no había podido llegar a tiempo desde Mendoza, y lo único que sabían era que el esposo de su hija no estaba allí cuando ella murió.
¿Habían sido felices San Martín y Remedios?
Nadie lo sabe. El último y simbólico acto del matrimonio llegaría para él cuatro meses después de la muerte de su esposa. El 4 de diciembre de 1823, triunfante en los campos de batalla pero vencido anímicamente, el Libertador llegó a Buenos Aires y, tras interesarse por Merceditas, fue a visitar la tumba de Remedios, donde hizo colocar una lápida.
La leyenda que ordenó grabar, decía: “Aquí yace Remedios Escalada, esposa y amiga del general San Martín”.

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