El 18 de
noviembre soldados norteamericanos enviados a Guyana descubrían nuevos cadáveres y se notificaba la cifra
definitiva de víctimas: 919, entre ellas más de 300
niños. Jim Jones, líder y creador de El Templo del Pueblo se hallaba
entre ellas.
Tildada como la
masacre del siglo, causó gran conmoción. Con el paso del tiempo el
suceso continúa siendo un misterio. No debemos olvidar
que se trata probablemente de la primera ocasión en la que los medios
audiovisuales de comunicación desempeñaban
un papel determinante en un
suceso de estas características.
Tras
los acontecimientos del día 18 y el primer recuento de
víctimas, el 20 de noviembre de 1978 el Departamento de Estado de EEU
confirmaba los hechos y cifraba en 400 el número de muertos.
En
San Francisco familiares de los miembros, dominadas
por el pánico asaltaban las comunas de la secta reclamando
información sobre el posible fallecimiento de sus hijos o hermanos.
El reverendo Jim
Jones era un hombre
delirante, un visionario que se creía mezcla de Cristo y Lenin, el único
Dios sobre la Tierra.
La matanza de Guyana fue consecuencia de su locura y
su ansia de poder. Pero…¿se trató de un suicidio colectivo o de una matanza?
El
líder del Templo del Pueblo había elegido la costa noreste de Sudamérica para
establecerse con sus seguidores. Decidió dejar California porque estaba
convencido de la inminencia del estallido de una guerra nuclear. Sólo la remota
Guyana saldría indemne de la hecatombe. Por ello fundó allí Jonestown (Pueblo
Jones), una granja de 140
hectáreas , acompañado de sus más fervientes seguidores
su esposa y su hijo de 19 años.
Sus
fieles en Guyana rondaban el millar. El 70 por ciento eran de raza negra, un 25
por ciento blanca, el resto pertenecían a diversas etnias. En la comunidad
reinaba la armonía racial. Jones predicaba un credo evangélico Pentecostal, leía
a Marx y exhibía la Biblia.
La comuna se autoabastecía, sus miembros cultivaban y
criaban ganado, fabricaban incluso su propia indumentaria y calzado. Educaban a
sus hijos y atendían a enfermos y ancianos.
Así se desencadenó la tragedia: Con su imagen de ídolo pop de la época, Jones
lideraba a sus fieles con un socialismo utópico que en los agitados años sesenta no gustaba a la CIA. Por ello, decidió enviar a
Jonestown al congresista norteamericano, Leo Ryan,
acompañado de tres reporteros de la NBC , un desertor de la
secta y once norteamericanos más familiares de los fieles, junto al diplomático
Richard Dwyer, de la embajada de Estados Unidos en Guyana. Su solapado objetivo
era investigar las actividades de la secta, en concreto los supuestos malos
tratos inflingidos a algunos de sus miembros, grabando un
informativo en directo.
Nada hacía prever la
masacre. Jones les recibió con un espectáculo musical que pronto se trocó en
tragedia. Acompañado de un selecto grupo de sus fieles les tendió una emboscada
en la que varios murieron acribillados o quedaron gravemente
heridos.
Este
hecho desencadenó el caos. Según los expertos que estudiaron el caso durante
años, Jones se percató de que había llegado a una situación sin salida y
decidió apelar al “suicidio
revolucionario”. Explicó a sus fieles que su sociedad había sido
destruida, y que era preferible matarse a seguir viviendo. Les aseguró que, de
todas formas, se reencontrarían en otra vida, después de una reencarnación. La
mayoría de las víctimas murieron al ingerir cianuro potásico mezclado con zumo de
uva. Los niños fueron las primeras víctimas. La muerte por envenenamiento de cianuro es sumamente
dolorosa como confirmaba
el patólogo forense que cubrió el suceso en 1978, William Eckert, en una entrevista concedida a La Vanguardia por lo que al ingerirlo las víctimas
gritaban doloridas. El reverendo Jones, megáfono en mano les increpaba “debéis morir con dignidad”.
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