SOCIEDAD Y CULTURA

Revista El Magazín de Merlo, Buenos Aires, Argentina.



sábado, 11 de marzo de 2017

La Leyenda de la Flor de la Pasionaria o Mburucuyá, entrelazan la religión, las creencias y el amor entre un nativo y una española. –Leerla es revivirla-

Los actuales habitantes de la selva guaraní, (Argentina y Paraguay) sostienen que la Flor de la Pasionaria muestra las características de la pasión de Cristo, porque Jesús aprobó el sacrificio de la joven española por su amor guaraní.
Los 3 pistilos sup. representan los 3 clavos que recibió Cristo,
 los 5 estambres las 5 heridas
y sus pétalos la corona que porto Cristo.

La flor pasionaria o mburucuyá es uno de los ejemplares mas bellos y extraños que podemos encontrar en nuestra flora autóctona. Esta especie clasificada como trepadora es de habitad tropical, pero podemos encontrarla distribuida a lo largo de toda América del Sur, encontrándose en nuestro país en varias provincias del centro y norte.
Existen varias especies de pasionarias que integran el género Passiflora, cuyo nombre se le fue asignado en referencia a la Pasión de Cristo ya que los primeros misioneros que arribaron a estas tierras y se encontraron con esta llamativa flor, aseguraron ver en ella los símbolos de este pasaje bíblico, como los 3 pistilos que representarían los 3 clavos con que Jesús fue fijado en la cruz, los cinco estambres, en representación de las 5 heridas que recibió y sus particulares pétalos que recordarían la corona de espigas.
Existe una variedad importante, no podríamos decir cual es mas bella.

La flor pasionaria también es conocida en nuestra región como mburucuyá, nombre que deriva del guaraní. La comunidad guaraní cuenta una muy bella historia sobre la flor pasionaria y dos jóvenes enamorados.

La leyenda de Mburucuyá

La leyenda cuenta la historia de amor entre una joven española que había arribado a las tierras guaraníes en la época de la colonia, acompañando a su padre, un estricto capitán de la flota europea, y un nativo aborigen que trabajaba las tierras del capitán y que llamaba cariñosamente mburucuyá a su amada.
Los jóvenes amantes se frecuentaban en secreto, cuando el sol se ocultaba y mburucuyá podía escapar de la atenta mirada de su padre. Ambos jóvenes se escabullían furtivamente hacia la selva, donde podían ser libres y amarse, lejos de los prejuicios y prohibiciones.
Pintura de la Leyenda de Mburucuya.

Sin embargo, como era común en esa época, el padre de mburucuyá tenía otros planes para su joven hija, y arregló el matrimonio de la española con un comandante de alto rango de la tropa europea. La doncella temió perder a su verdadero amor, por lo que se negó al arreglo hecho y desató la ira del viejo capitán.
Desde aquel momento, los encuentros entre la doncella mburucuyá y su amado comenzaron a ser cada vez más esporádicos y riesgosos, pues la joven sabía que su padre jamás aceptar la unión de su hija con un hereje enemigo. En uno de estos últimos encuentros, el joven aborigen obsequió a su amada mburucuyá una pequeña flecha de afilada punta de piedra, adornada con plumas que había fabricado con sus propias manos especialmente para ella. La joven guardó la flecha en uno de los pliegues internos de su vestido, para estar siempre cerca de su amor.
Fruto de la pasionaria, se utiliza para múltiples problemas de salud.

Una tarde, el capitán comenzó a sospechar de las extrañas y largas ausencias de su hija, y duplicó la vigilancia, obligando a la joven a permanecer dentro de las paredes de su hogar, sin poder salir a los rutinarios encuentros con su amado.
Con la caída del sol, el joven guaraní se acercaba, escondido entre las sombras hasta la ventana del cuarto de mburucuyá y esperaba en vano a su doncella. Llevaba consigo su rústica caña de flauta, con la que entonaba unas suaves melodías para recordarle a su amada que él seguía esperándola.
Noche tras noche, la joven española escuchaba estas melodías de amor dedicadas a ella hasta que finalmente una tarde se dejaron de oír. La joven mburucuyá se pegaba a su ventana intentando distinguir entre los cientos de sonidos de la selva, las notas de amor que le dedicaba su enamorado, pero era en vano, su amado ya no estaba allí.
La doncella sucumbió entonces ante la angustia y la desesperación de no saber qué había sucedido con su amante. Su piel se volvió pálida, sus ojeras se acentuaron y ya no pronunciaba palabra alguna. La tristeza y el dolor la invadieron por completo.
Al fin, una tarde mburucuyá escuchó pasos y sonidos de alguien moviéndose por entre los matorrales debajo de su ventana. Esperanzada y sin importarle la vigilancia que había puesto su padre, abrió la ventana y se escabulló hacia las afueras, esperando encontrarse con su enamorado.

Sin embargo, se cruzó con una vieja india, que se presentó como la madre del joven amante de la española. La mujer, conocedora del amor entro los jóvenes, se había acercado a narrarle el trágico final que había sufrido su hijo. El Capitán había descubierto al aborigen bajo la ventana de la habitación de su hija al oír las melodías que entonaba con su flauta y al entender que aquel era con quien se frecuentaba, había mandado a sus hombres a acabar con su vida.
Devastada, la joven mburucuyá le pidió a la mujer que la llevara a ver el cuerpo de su amado, por lo que la vieja india la condujo hasta un claro en la selva, donde descansaban los restos del joven guaraní, sobre un colchón de hojas.
Enloquecida de dolor, mburucuyá cavó una fosa en la tierra con sus manos y depositó el cuerpo inerte de su amor en ella. Se recostó sobre él y tomando de entre su vestido la flecha que le había obsequiado se amor tiempo atrás, se quitó la vida, clavándosela en el corazón.
La vieja india enterró los cuerpos de los enamorados en aquel claro, en el medio de la selva y tiempo después, al visitar la tumba de su hijo descubrió asombrada que del centro de la sepultura brotaba un tallo verde y delgado. Con el paso del tiempo, el brote creció y se transformó en una gran enredadera nunca antes vista por los nativos del lugar y la llamaron mburucuyá  en honor al amor entre los jóvenes.
Como la flecha clavada en el corazón roto de la joven española, la enredadera dio flores con pétalos similares a plumas y frutos con pulpa roja como la sangre.

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